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Juntos toda la vida, 20 minutos a la semana para ir diciendo adiós

José Sereno visita a su esposa Antonia, con alzheimer en estado avanzado y encamada, y lamenta esta época que no permite visitas diarias debido a los estrictos protocolos en las residencias

José Sereno muestra una de las fotos con Antonia García, su esposa, ingresada en la residencia Los Frailes en Madrid.
José Sereno muestra una de las fotos con Antonia García, su esposa, ingresada en la residencia Los Frailes en Madrid.Álvaro García
Idoia Ugarte

Entre las muchas fotografías que se esparcen por la mesa del salón, José Sereno recuerda cada viaje que ha hecho con su esposa Antonia García a Portugal y a varias regiones de Cataluña, como Santa Susana y Pineda del Mar. “Si te fijas bien en la expresión de la cara ya se le nota que tiene la enfermedad”, comenta mientras señala la de las vacaciones que hicieron con el Imserso a Salou. Se conocieron a los 15 años en la Real Fábrica de Tapices en Madrid, donde ambos trabajaban; a los 21 se casaron y después tuvieron dos hijos. Llevan toda la vida juntos. Ahora que se acerca la despedida, la pandemia les ha recortado el tiempo: solo pueden verse 20 minutos una vez por semana debido a los estrictos protocolos que han establecido las autoridades sanitarias con el objetivo de evitar contagios en las residencias. Estos criterios se determinan en función de la situación epidemiológica en la Comunidad de Madrid y la inmunidad de los residentes del centro. Antonia, de 85 años y con alzheimer en estado avanzado, vive ahora encamada y su situación es extremadamente delicada.

A sus 84 años, José explica que cuando se levantó la prohibición de las visitas tras el confinamiento del estado de alarma de primavera -estuvo sin ver a Antonia casi tres meses- iba dos veces por semana. Coincidió que el estado de salud de su esposa era mejor y podía estar sentada, pero aquello duró muy poco. “En seguida la encamaron y ya solo podía ir yo [como visita externa]. Ahora tiene que ir la misma persona siempre por el protocolo; mi hijo está sin ver a su madre desde marzo”, afirma. Antonia lleva ya años sumida en la ausencia, hablando poco; los seis últimos en residencias, tres en esta última de Los Frailes, en Leganés, un geriátrico público de 220 plazas gestionado por el grupo Aralia. Durante la ola de coronavirus en primavera murieron 39 personas en este centro.

José Sereno se pone el abrigo en su casa para ir a su visita semanal a la residencia de Los Frailes.
José Sereno se pone el abrigo en su casa para ir a su visita semanal a la residencia de Los Frailes. Álvaro García

Por eso el mes pasado José estuvo en primera fila en la concentración en la Puerta del Sol de Marea de Residencias, plataforma que aglutina a trabajadores, residentes y familiares. Su activismo es fruto del amor por su esposa. Se apunta a todas las manifestaciones que convocan para exigir cambios que van desde una mejor alimentación e higiene hasta inspecciones regulares sin previo aviso. Él siempre se ha quejado, pero lamenta que hay otros familiares que no quieren saber qué pasa dentro de las residencias: “No estás ahí de caridad tampoco, es que pagamos, todos pagamos, unos más y otros menos”. En su caso, la cuota al mes asciende a 900 euros: 400 que aporta Antonia de su escueta pensión tras unos años cotizados y el resto de José, que vive como puede con los 400 euros que le quedan.

Antes de la pandemia le llevaba la merienda a diario. A principios de marzo la ingresaron en el hospital Severo Ochoa, en Leganés. Pensaban que era la gripe A y a José le recomendaron que no fuera a verla. Días después los hospitales se saturaron y la Comunidad aprobó protocolos que conllevaron que ancianos de residencias no fueran atendidos. A Antonia le mandaron de vuelta, enferma, a la residencia. De nada sirvieron las protestas de José. “La largaron con 38 de fiebre y devolviendo”, rememora, indignado, y enseña una foto en el móvil para demostrar su deterioro. Un tiempo después la doctora de la residencia le dijo que Antonia había sobrevivido al covid-19.

José Sereno, vecino de Fuenlabrada, de camino al autobús para visitar a su esposa en la residencia.
José Sereno, vecino de Fuenlabrada, de camino al autobús para visitar a su esposa en la residencia.Álvaro García
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Su humilde hogar en Fuenlabrada está decorado con marcos llenos de momentos felices de la familia, fotografías de sus nietos y del día de su boda en 1957. Decide sacar todas las reclamaciones que ha ido poniendo de un cajón. Se coloca las gafas y lee en alto: “Por favor, llevamos ayer y hoy helados de frío en la cafetería porque no hay calefacción”. También muestra las cartas en las que se dirige a la Comunidad de Madrid y las contestaciones que recibe. Indica que el resto se las ha dado a Carmen López, miembro de Marea de Residencias: “Ella es la que está metida en el asunto y es importante conservar estos papeles. Lo que hace es siempre de más porque su madre ya murió este verano. Otra persona diría que para qué va a luchar ya, a lo mejor me pasa a mí eso si mi mujer fallece, pero Carmen tira hacia delante para que la cosa se arregle”.

La energía que desprende José cuando habla es inmensa. Le gusta pasear por su barrio de Fuenlabrada, en el que lleva viviendo 39 años. Coge el autobús 491 al final de su calle para ir a la residencia en un trayecto que dura unos 10 minutos. Tiene carácter y va él solo a hacer la compra porque quiere sentirse autónomo. Por eso, un día en una visita se escapó a otra planta porque estaba harto de no conocer la evolución de Antonia: “Te cogen abajo y te suben arriba, escoltado. No me informaban de nada. El jefe de enfermeros me vio y me dijo que qué hacía. Contesté que quería saber cómo estaba mi mujer y que si el médico no va a mí tendré que ir yo al médico. Me regañaron y ya no lo hago”.

José Sereno llega a la residencia de Los Frailes, para su visita semanal de 20 minutos.
José Sereno llega a la residencia de Los Frailes, para su visita semanal de 20 minutos.Álvaro García

La última vez que le llamaron por teléfono la doctora le habló de que en la analítica de Antonia algunas cosas habían salido mal, que estaba deshidratada. En la siguiente visita levantó la sábana para verle el cuerpo: “Tenía un cojín entre las piernas, unos muslitos pequeños, muy delgadita, un esqueleto, la pobre”.

Su hijo José Luis, de 61 años, vive con él y le cocina, aunque pasa pequeñas temporadas en Castellón y entonces se queda solo. Está haciendo salchichas para comer y se asoma para decir con disgusto que su madre pesa menos de 30 kilos y que apenas come. “Esto de la eutanasia aquí en España…”. Se vuelve a la cocina sin terminar la frase, días antes de la aprobación de la ley que salió adelante en el Congreso esta semana. En Navidad tampoco variará el régimen de visitas, la situación de Antonia le impide ya salir del centro.

Antonia suele estar dormida durante esa escasa media hora que José permanece a su lado. Es lo único que les queda. “Yo siempre le digo que estoy aquí, que soy su Pepe, que es que solo puedo venir un día a la semana un poquito”. Unas veces ella no abre los ojos. Otras sí.

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