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El silencio que se escuchaba

"Mi foto, la que sea, habrá puesto un ínfimo granito a un recuerdo que no querríamos haber fotografiado en nuestra ciudad, a nuestra gente, a nuestros barrios", cuenta el fotógrafo de EL PAÍS Kike Para

La Gran Vía de Madrid, vacía durante el Estado de Alarma.
La Gran Vía de Madrid, vacía durante el Estado de Alarma.KIKE PARA

Algo estaba ocurriendo, algo que ya se había escuchado en otras ocasiones en el continente africano, esta vez en el asiático, exactamente en China, pero que como en tantas informaciones televisivas vistas a la hora de comer o cenar resultaba muy lejano, como siempre a muchos kilómetros de nuestra casa y parecía una imagen más de lo chocante y ajeno a nuestra forma de vivir pero siempre muy distante de nuestro estado del bienestar.

Durante nuestras idas y venidas por el planeta esa cosita diminuta, imperceptible para el ojo humano se instaló entre nosotros e iba de cuerpo en cuerpo aprovechando nuestras risas y nuestros besos, hasta que nos condenó a la ausencia de eso mismo, risas y besos.

Pacientes y sanitarios en el Pabellón 9 en el hospital de Ifema instalado por la Covid-19.
Pacientes y sanitarios en el Pabellón 9 en el hospital de Ifema instalado por la Covid-19.KIKE PARA

Un 15-M a pocos días del fatídico recuerdo de nuestro histórico 11-M, nuestro Gobierno tuvo que decretar una forma de vida drástica, diferente al carácter latino que llevamos en nuestros genes y comenzamos a sentir y vivir esas otras formas de vida que les ocurrían a otros.

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Como me dijo más de un sanitario, “esto es como un 11-M diario, solo que no vemos destrucción física, vemos destrucción social y humana”. Comenzó para los testigos directos, como somos los reporteros gráficos, algo que sin ser novedoso en nuestra trayectoria profesional por haberlo visto directamente en esos “otros sitios” sí iba a ser impactante, doloroso y nos iba a marcar para siempre por su continuidad y la cercanía a nuestro espacio privado.

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Así nos sentíamos todos nosotros en los primeros días al coincidir en ese Madrid de ciencia-ficción, tan repetido, pero no por ello tan sorprendente como necesario reflejarlo para la historia de nuestro país. Un Madrid protagonista de un silencio sepulcral en sus calles, un silencio que asustaba, como el fin de una era, un silencio que se escuchaba y eso lo hacía más sobrecogedor y distinto a todo lo vivido anteriormente.

También había un ruido, un ruido de interior que no se escuchaba, pero que seguía sobrecogiendo al verlo directamente, en las luchas personales de cada hogar, en las señales de solidaridad en ventanas y balcones, en hecha por un profesional, ante la globalización de la imagen, pero sí habrá puesto un ínfimo granito a un recuerdo que no querríamos haber fotografiado en nuestra ciudad, a nuestra gente, a nuestros barrios.

Con la paciencia, el tesón y la responsabilidad de la inmensa mayoría estamos superando y venciendo, después de tener que aprender sobre la marcha, una guerra oculta y novedosa en nuestra sociedad. Todo será cuestión de tiempo que después de fotografiar un nuevo silencio, una lucha científica, un dolor colectivo o un gobierno empeñado a intentar solucionar un problema de magnitud inimaginable, sigamos fotografiando la solidaridad vecinal y personal (como ya está ocurriendo). En definitiva, un tipo de amor gratuito al prójimo, pero también la sin razón de algunos, el odio gratuito e interesado (como ya está ocurriendo) que en defensa únicamente de su libertad y egoísmo personal y apoyándose como estandarte en una bandera, la de todos, solo piensan en intereses personales y en fanatismos dogmáticos para destrozar y poner en peligro la inmensa vida de los ciudadanos que representan esa bandera que pasean, la de todos.

La Plaza de Callao durante el Estado de Alarma.
La Plaza de Callao durante el Estado de Alarma.KIKE PARA

Tenían que haber fotografiado a Charo llorando por su madre en su piso de Canillejas, o haber visto los furgones de la UME con ataúdes sin parar en una fría madrugada de marzo, o a las dudas y miedos de las residencias de la generación que nos ha conseguido esta democracia, o a los esmeros constantes en un hospital real (Ifema) donde había visto desfiles de moda en un pasado, o ver colas de coches fúnebres en el crematorio de La Almudena sin casi queridos, solos ante el fuego, también españoles.

Por eso sigo siendo reportero gráfico, para hacer recordar la alegría, la tristeza, el éxito, la desesperanza, el amor y el odio; y no sé si por suerte o principios sigo ahí. Esto no ha acabado, es solo el principio de muchas cosas, así ha sido siempre la historia, y como mis antecesores seguiré plasmándola con mi cámara.

Es la que escuchaba el silencio, junto a mí.

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