El mago Yunke: de jugar con las cartas del practicante a ser el mejor ilusionista del mundo
El tres veces campeón del mundo comenzó actuando en fiestas de pueblo y en las celebraciones que había en el restaurante de sus padres
Cuando Salvador Vicent (La Vilavella, Castellón, 47 años) se dio cuenta de que los magos no tenían poderes, supo que iba a ser uno de ellos. En un pueblo de 3.000 habitantes, el nieto pelirrojo del herrero, José María el Cameño, creció entre martillos, herraduras y yunques. Después, su madre colocó uno de esos yunques en la entrada de su casa y del “vamos a casa de Yunke” de sus amigos, nació también su nombre. El primer contacto con el mundo de la magia fue a través de las cartas que el practicante del pueblo, el tío Mus, se dejó en el piso superior de la herrería. “No lo conocí, pero sabía que había hecho juegos de magia en el pueblo”, recuerda ahora. La segunda y definitiva señal fue a los siete años, cuando le hicieron, y le explicaron, un efecto que hacía posible que unos puntitos aparecieran y desaparecieran de unos palillos de madera. “Me di cuenta de que no se trataba de tener poderes; y ahí empezó la ilusión de hacer magia”, asegura.
Hoy, el mago Yunke es uno de los grandes ilusionistas, tres veces campeón mundial en 2000 y 2018 y 2022, en los certámenes organizados por la Federación Internacional de Magia, y en el Festival Internacional de Ilusionismo, Mandrakes D’or. Y ha vuelto a su tierra, después de estar más de un mes en cartel en Madrid, y actuará en Valencia hasta el 26 de febrero con Hangar 52, el espectáculo en el que se parte en dos durante el homenaje a El hombre de Vitruvio, de Leonardo da Vinci, apoyado en una sierra circular de 800 kilos de peso con el que llamó la atención de David Copperfield. Porque Yunke no solo hace magia, también la inventa y la crea en un taller de 900 metros que mantiene en su pueblo natal. Tampoco es gratuito que sea él mismo el que se parte o el que se clava flechas. “Hay que cambiar esa tendencia de maltrato a la mujer”, sostiene.
En medio ha habido 27 años dedicados a la magia. Pero desde la Vilabella, que hoy le homenajea con un parque a su nombre, no era fácil crecer en el mundo de la magia en los 90. Con 15 años, su padre le llevaba, cada domingo, a otro pueblo, Vila-real, para que allí el profesor Ballester le enseñara todo lo que sabía. “Trabajaba con pocas técnicas, pero lo hacía muy bien. Recuerdo que ensayaba toda la semana y esperaba con ilusión que llegara el domingo”, rememora.
Yunke agradece haber nacido y crecido en la Comunidad Valenciana, una tierra plagada de fiestas y celebraciones en las que pudo empezar a mostrar su talento y a coger tablas: “Iba por las fiestas de los pueblos y mis padres tenían un restaurante en el que actuaba siempre que había bautizos o comuniones”. A los 17 años, Yunke y sus dos hermanos se quedaron sin madre. Pero antes de morir, habló con sus tíos para decirles que no tenían por qué preocuparse por Salvador. “El meu roget (mi pelirrojito) tiene bastante con la magia”, les dijo, Y no se equivocó.
Lo “normal” es que los magos comiencen con juegos de manos, con cartas, monedas, “pero yo, lo que tenía era un taller con el que podía crear mis propios efectos”, explica. A los 18 conoció a Juan Tamariz, el que, sin duda, es un referente y con el que sigue pasando muchas noches, en Cádiz, hablando de magia y de su manera de ver la magia. A los 22 ya era profesional. A los 23 ganó el congreso nacional y a los 25 logró su primer triunfo internacional en Lisboa. A partir de ahí, empezó con una gira por Europa, a crear, a ilusionar, y a hacer magia sin parar. “Mi hermana y yo viajábamos al principio con dos maletas de 65 kilos y un espectáculo de ocho minutos y medio durante el que un alien salía de mí, una idea en la que me inspiró Tamariz”, cuenta. Ahora lleva tres tráileres de magia, más 14 de infraestructura y otros dos de iluminación y sonido. “Este formato es caro, sí, es una producción grande y posible porque llevo toda la vida construyendo y trabajando en esto. Nunca he querido un gran coche ni un gran chalé. Soy mago y quiero seguir creando”, justifica.
El hecho es que sus triunfos en certámenes internacionales, y su magia, lo han llevado a actuar ante la familia real de Mónaco, ante el hijo de Trump en una casa de Soria, a una gira por 30 ciudades en China y a programas de televisión y escenarios de toda Europa y Estados Unidos. Aun así, cree que la magia, en España, ha tardado en calar más que en otros países. “Ahora se trata muy bien y prueba de ello son las entradas. Cada vez hay más cultura de la magia, pero nos ha costado porque casi no había magos de ilusiones, no había tradición”, explica. Yunke recrea, en su último espectáculo, un almacén que encierra grandes secretos: pirámides egipcias, puertas interestelares, teletransportación, escapismo, todo con artilugios ideados y creados por el propio mago. “No espero a que lleguen las musas. Yo voy al taller todos los días y es prueba y error. Has de conocer muy bien las técnicas y te ha de gustar mucho la magia”, dice. La música, el arte, las películas son sus lugares de inspiración. “No hay nada imposible”, afirma.
A Yunke no le gusta hablar de trucos, que le suenan a engaño. Para él son juegos, ilusiones. Y sí, reconoce que hay “compañeros” que roban números, aunque entre ellos saben quienes son. Sus espectáculos tienen un hilo conductor, pero no son la interpretación de una historia porque esto le permite mantener la atención y el impacto más en la magia que en la historia. Y le preocupa la reacción del espectador. Por eso, al finalizar las funciones, posa con todo aquel que lo pide y pregunta qué es lo que más les ha gustado. “Cuando dejan de hablar de uno de los efectos, lo elimino”, asegura, “porque la magia es el arte del asombro, de la ilusión. No tenemos poderes y por eso es interesante. Si los tuviéramos, sería fácil”.
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