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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Puig y Aragonès, más forma que fondo

Las buenas noticias sobre el encuentro entre los presidentes valenciano y catalán se circunscriben al ámbito de la forma. El fondo es apenas una superficie lisa

El president de la Generalitat Valenciana, Ximo Puig (i), y su homólogo catalán, Pere Aragonés, este miércoles en Valencia.
El president de la Generalitat Valenciana, Ximo Puig (i), y su homólogo catalán, Pere Aragonés, este miércoles en Valencia.Mònica Torres
Miquel Alberola

Desde que la derecha (la que se aferraba al franquismo y la que se travestía para seguir en el espectáculo) convirtió las afinidades entre Cataluña y Valencia en el asedio de Aníbal a Roma, las relaciones entre ambas comunidades no han sido fáciles. La insaciable voracidad del quimérico imperialismo catalán, agitada de forma sistémica desde la derecha y sus altavoces mediáticos, casi siempre las distorsionaron. Casi, porque en la primera legislatura de José María Aznar, en la que el PP necesitaba el salvavidas parlamentario de la extinta CiU, los populares valencianos (prioritaria sucursalidad) tuvieron que levantar el pie del acelerador, incluso plegarse. Pero el rumbo está fijado desde la Transición, y con ímpetu exógeno (jacobino) en el timón, porque no solo se trataba de permitir al opresor presentarse como libertador y deteriorar al adversario, sino también de evitar en el período constituyente la legitimación de ejes peninsulares que rompieran la ortodoxia de la espléndida radialidad que irradia Madrid.

El reciente encuentro en Valencia de los presidentes Pere Aragonès y Ximo Puig, además de producirse bajo esa persistente intimidación psicológica local, llegaba envuelto con varias capas de sintonía popular nacional. Cataluña ya casi es un insulto en algunos ámbitos de Madrid. El choque de trenes que se produjo entre el Gobierno de Mariano Rajoy y la Generalitat de Cataluña, por una parte. Y por otra, el rencor de la derecha por el apoyo que los partidos independentistas (ERC y PdeCAT) brindaron al PSOE en la moción de censura que desalojó al PP de La Moncloa, así como el soporte del actual Gobierno, han emponzoñado aún más cualquier vínculo que pueda establecerse en el ámbito institucional con Cataluña. Y ahí está, por ejemplo, Pablo Casado convertido en un entusiasta de la agitación del fantasma del imperialismo catalán, sin desaprovechar ningún desplazamiento a la Comunidad Valenciana o a Baleares para sacudir el espantajo con las deflagraciones retóricas oportunas. Más munición, pues, para el PP valenciano y legitimidad en su disparate y en sus reproches a Puig por disponerse hacia Cataluña mientras busca (¿las busca?) fricciones con la Comunidad de Madrid.

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El último recorrido político de Cataluña obstruye, más si cabe, cualquier alianza con la Comunidad Valenciana por aséptica que sea, por lo que el encuentro entre ambos presidentes estaba gafado de antemano. Con todo, la visita de Aragonès a Valencia no está exenta de claves positivas, como la confirmación del deshielo institucional entre dos comunidades con un alto grado de interacción que se necesitan con independencia de los partidos que las gobiernan. Son territorios yuxtapuestos que, más allá de las frustraciones, la cultura, el déficit fiscal y las infraestructuras, comparten intereses idénticos y complementarios, interdependencias que han creado una urdimbre social muy compacta. Por poner un ejemplo en lo flagrante (son datos de C-Intereg), entre 1995-2010, Cataluña fue el principal cliente de la Comunidad Valenciana (4.419,2 millones de euros, 21,5% de las ventas) y el principal proveedor para los valencianos (7.442,5 millones, el 31,9% de las compras). En ese mismo intervalo, la Comunidad Valenciana también fue el mercado más importante para Cataluña (17,2% de las ventas) y su principal proveedor (17,8% de las compras).

La presencia de Aragonès en la calle Cavallers también debería ser una buena noticia para España (para el Estado autonómico), porque la Generalitat de Cataluña, da pasos (si bien pocos y retraídos) para retomar la senda de la normalidad en las relaciones institucionales interautonómicas, que fueron casi nulas con la Comunidad Valenciana durante los años del PP y discontinuas o interrumpidas en el último lustro, coincidiendo con el período más convulso del procés. Pero las buenas noticias sobre el encuentro casi terminan ahí. Se circunscriben al ámbito de la forma. El fondo de la visita es apenas una superficie lisa. Puig, a pesar de su esforzada disposición, solo ha logrado la comprensión de Aragonès en sus urgentes aspiraciones de tejer alianzas para reformar el sistema de financiación autonómica (¿se podía esperar algo más en vísperas de las hogueras del 11 de septiembre y el 1 de octubre?). Para el presidente catalán, en un acto de resbaladizo funambulismo entre las claves internas y las institucionales (¿el “mientras tanto” de ERC era esto?), sigue siendo más importante lograr un referéndum para la autodeterminación que reformar el modelo de financiación, aunque tanto lo uno (para Cataluña) como lo otro (para la Comunidad Valenciana) parece cada vez igual de utópico.

La retirada de la Generalitat catalana de los foros de negociación multilaterales con el Gobierno central, en aras de un bilateralismo de resonancias descolonizadoras más efectistas que efectivas, ha sido una catástrofe para Cataluña, pero también para la Comunidad Valenciana, que sufre las consecuencias de una infrafinanciación desequilibrante y asfixiante. Fuera de la inalcanzable zona de confort del cupo vasco, y antes del intento de desagregarse del Estado, Cataluña fue la locomotora a la que se enganchó la Comunidad Valenciana en los debates sobre financiación autonómica y de cuyos incrementos se benefició. Era la comunidad con mayor peso en el Consejo de Política Fiscal y Financiera (CPFF), la que arrancaba mejoras en su negociación que acababan repercutiendo proporcionalmente en la Comunidad Valenciana (la gobernada por socialistas y populares). Ahora la Comunidad Valenciana es un vagón en busca de una fuerza motriz de la que carece (¿la fastidiosa invisibilidad?). El PP, siempre tan susceptible con el asunto catalán, había exigido a Puig que pidiera a Aragonès que volviera al CPFF para evitar privilegios en la financiación, pero el privilegio para los valencianos sería que Cataluña volviera. Porque su ausencia no hace sino subrayar en fosforescente la impotencia política de la Comunidad Valencia en el Estado. Con socialistas o con populares.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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