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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Mientras tanto, puro inmovilismo

No puede decirse que el catalanismo en su conjunto haya hecho un buen negocio. Quizás haya hecho el peor de los negocios desde la guerra civil

El president Pere Aragonès, en un acto electoral de Esquerra el pasado día 7 en Palamós (Girona).
El president Pere Aragonès, en un acto electoral de Esquerra el pasado día 7 en Palamós (Girona).David Borrat (EFE)
Lluís Bassets

El reto era gobernar el mientras tanto. Mantener incandescente la independencia y atender a la vez a las necesidades de la ciudadanía. Desde Waterloo, la rama más radicalizada pretendió situar las instituciones de autogobierno a las órdenes del presidente autoexilado, con la misión histórica de mantener el denominado legado del 1 de octubre y esperar la llega del momento feliz para hacer efectiva una independencia que incluso se daba por declarada. Ya hemos visto que su camino judicial europeo está agotado y no hay ahora quien reavive el fuego cada vez más pálido de sus pretensiones. Solo el Partido Popular da credibilidad a las bravatas y revelaciones de Puigdemont, porque pretende seguir explotando esta veta infame de cara a las próximas elecciones como ha hecho con Bildu en las anteriores.

Solo han pasado cinco años, pero la acción devastadora del tiempo, junto a los efectos de la vía judicial y los indultos, la escasa y decreciente atención internacional y la dimensión real del litigio político, han dibujado el tamaño exacto de Cataluña en el nuevo mapa. Los independentistas que se consideraban más responsables querían emprender dos tareas incompatibles. Si gobernaban la autonomía, reforzaban la Constitución. Si solo se dedicaban a Waterloo desatendían a los ciudadanos e incluso a sus votantes. No han hecho ni una cosa ni la otra. Y todo lo han intentado resolver con la verborrea que todo lo aguanta y con unos gestos que de nada sirven.

Su inútil fraseología, despojada de toda credibilidad y vacía de contenido, acude todavía en auxilio de los desorientados gobernantes. A cada nuevo revés cambian de estrategia, pero mantienen la formalidad de su rebeldía en la descortesía institucional en la que están instalados, indiferentes a la escasa y decreciente atención que suscitan sus infantiles y habituales desplantes. Si no gobiernan es porque no saben, ni tienen arrestos para arriesgarse en tomar decisiones, que es lo que significa gobernar. Véase el caso flagrante y económicamente desgraciado de la paralizada ampliación del aeropuerto de Barcelona.

Su mientras tanto ni siquiera les sirve para el famoso ensanchamiento de la base que se proponían. Sucede lo contrario. Su voto se encoge y sube el de signo contrario. Han sido el despertador del nacionalismo españolista, especialmente en nuestro vecindario inmediato, donde a la lengua catalana al servicio de la independencia se opone ahora la lengua española al servicio de la unidad de España. No puede decirse que el catalanismo en su conjunto haya hecho un buen negocio. Quizás haya hecho el peor de los negocios desde la guerra civil.

Si la cabalgada independentista ha significado un retroceso para Cataluña, su lengua y sus instituciones, el mientras tanto de Aragonès y de su gobierno es un caso de pasmoso de inmovilismo y de inexplicable parálisis. El país necesita con urgencia que se gobierne. Todo lo demás son cuentos.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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