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Una selectividad adaptada a alumnos con discapacidad visual

17 alumnos con problemas de visión comienzan las pruebas de acceso a la universidad en Cataluña

Rodrigo Marinas
Núria Arestiño estudiante de Mataró
Núria Arestiño, estudiante de Mataró, en el campus nord de la UPC este martes durante la selectividad para alumnos con necesidades especiales.Gianluca Battista

Núria Arestiño es de esas alumnas que toma apuntes en clase casi transcribiendo lo que dicta el profesor. También se deja la mano al examinarse de asignaturas como historia, y a veces se queda perpleja con los listenings de inglés. Ha pasado por el bachillerato como una alumna más de un instituto concertado de Mataró (Barcelona), aparentemente. Perdió la visión de un ojo al nacer por una malformación y el otro fue operado de una catarata hace un par de años. No escribe en braille ni lleva gafas opacas, pero forma parte de los 1.200 estudiantes catalanes con distintos grados de discapacidad visual integrados en centros ordinarios. Este martes concluye su etapa con la selectividad en el tribunal de necesidades especiales, donde se enfrentará al mismo nivel de temario que quienes comenzaron la semana pasada, pero con sus adaptaciones correspondientes.

“Los exámenes me cuestan un montón. Intento relajarme, pero a veces los nervios me juegan una mala pasada. Al menos esta vez no se me ha olvidado poner el nombre, porque no había que hacerlo”, bromea Arestiño. Ha tenido una mañana tranquila con las pruebas de catalán e inglés. “Son más accesibles y prácticas, no tienen tanta teoría como historia o literatura, que tengo que hacer dos páginas de redacción”, comenta la estudiante.

Ha llegado sola a la Universidad Politécnica de Cataluña a primera hora. “Vine el día antes a aprenderme dónde estaba el aula para no volverme loca”, admite mientras sale de un recóndito pasillo, tanto para videntes como no videntes, en una segunda planta. Ella solo ha necesitado un tamaño de letra más grande, aunque en otras pruebas como la de latín necesitará un ordenador para buscar las palabras del diccionario. Cada uno de los otros 16 alumnos con discapacidad visual que se examinan con ella presentan unos requerimientos distintos. Por ejemplo, uno de ellos redactará en braille, mientras que otros necesitarán un ordenador para mecanografiar. Al igual que sus amigas de 18 años, Arestiño recurre a la imagen de verse dentro de unos días de vacaciones en Menorca, cuando todo acabe, para aliviar el estrés de estos días.

No se ha movido de la primera fila del aula durante el bachillerato humanístico, para tomar apuntes “forzando la vista lo menos posible”. También le ayudan sus compañeras de distintas formas, dictándole lo que hay en la pizarra o prestándole apuntes. A pesar de tener varios libros de texto digitalizados, Arestiño mantiene el fetiche por el papel. “Prefiero tener el libro en la mano”, incluso se ayuda con una lupa si es necesario. También agradece bastante si puede contar con infografías y vídeos explicativos en materias “con muchas letras” como historia.

En geografía sin embargo, ha tenido que verse en situaciones desagradables. “Algunos mapas se imprimen con una calidad tan mala que cuesta mucho verlos incluso para quien no tiene discapacidad”, explica con sarcasmo. A pesar de que ella ha pedido previamente una descripción textual para imágenes como paisajes, lamenta que algunos profesores no comprenden su situación: “O no la quieren entender. Acaban dictándome ellos delante de todos la descripción”. “Entiendo que, con muchos alumnos, no pueden pensar solo en mí. Pero me molesta que no puedan entenderme, si ven que me cuesta mucho y he transmitido que necesito una serie de adaptaciones. Me ha pasado con otras asignaturas. Para mí es una frustración: me hace sentir como si no fuera parte de la clase”. También admite que muchos otros docentes cumplen desde el primer día y “lo respetan muchísimo”.

La ONCE manda a un equipo a visitar y asesorar cada 14 días a los alumnos como Núria, para comprobar precisamente que se cumplen esas adaptaciones. Estos profesionales le han inspirado a estudiar la carrera de educación infantil: “Quiero ayudar a niños con problemas como a mí me han ayudado lo máximo posible”. Son unos 100 empleados de distintos perfiles, como maestros, psicólogos o trabajadores sociales, detalla Irene Ginebra, directora técnica pedagógica de la ONCE Cataluña. Prestan este servicio de atención educativa en un convenio con la Generalitat para aquellos alumnos que llegan, como mucho, a un 20% de visión.

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Uno de los retos principales que se encuentran al trabajar con adolescentes como Arestiño es el trabajo de habilidades sociales: “Son chavales que tienen que madurar antes de tiempo, plantearse cosas que los demás no tienen necesidad de hacer”. Ginebra lamenta que no todos los atendidos tienen la suerte de Núria. “Muchos deciden pasar desapercibidos y camuflarlo, sobre todo en la ESO. Les cuesta entender lo que les pasa y pedir ayuda. También algunos profesores tienen que entender cómo perciben el mundo estos alumnos, no solo los que usan braille”.

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