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JAUME PLENSA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Plensa contra Miró

El escultor ha consumado un ejercicio de vampirismo lamentable y ha aceptado un encargo pensado para echar a los pobres de la entrada del Liceu

El artista Jaume Plensa junto a las puertas 'Constel·lacions' instaladas a la entrada del Liceu de Barcelona.
El artista Jaume Plensa junto a las puertas 'Constel·lacions' instaladas a la entrada del Liceu de Barcelona.EUROPA PRESS (EUROPA PRESS)

Se han inaugurado las puertas de Jaume Plensa para el Gran Teatre del Liceu y ya no hay nada que hacer. Aparte de las críticas habituales que ya hace tiempo que merece nuestro escultor más internacional -especialmente justificadas en esta ocasión-, lo que sabe peor es la proximidad de la nueva verja con el querido Pavimento de Joan Miró en la Rambla junto con que Plensa haya bautizado la obra con el nombre de “Constelaciones”, al igual que la célebre serie de pinturas de Miró, consumando un ejercicio de vampirismo lamentable.

Primero lo obvio: la obra de Plensa es la enésima repetición de su tropo de las cabezas y cuerpos hechos con una malla de alfabetos indeterminados, que ya cansa. La idea de juntar letras y signos de todos y ningún vocabulario es un refrito del peor cosmopolitismo que ya hace años que todo el mundo sabe que no tiene nada de revolucionario ni de interesante si no se inspira en la herida de una localidad concreta. La ciudadanía del mundo de Plensa no es universal, sino neoliberal.

Además, recuerda hasta qué punto la plaga del artwashing se está extendiendo por la capital catalana. Este verano, el Mirador de la Torre Glòries abría sus puertas con una “experiencia” que culmina con Cloud Cities Barcelona, una escultura de Tomas Saraceno acompañada de un texto contra la gentrificación... que solo podremos leer si pagamos la entrada -de un mínimo de 15 euros- a la mayor inmobiliaria de España, propietaria e impulsora del conjunto. Es exactamente el mismo cinismo con el que Plensa acepta un encargo abiertamente pensado para echar a los pobres de la entrada del Liceu, y en la rueda de prensa dice: “Odio la palabra puerta, todo lo que cierra me pone nervioso”.

Pero lo que realmente dolería sería si una sola migaja del aura mironiana se ve contaminada por el intento de Plensa de injertarse. Hechas entre 1939 y 1941, las pinturas de la serie “Constelaciones” encarnan el deseo de huir de la tragedia que acechaba a Europa con la magia del arte. Basta con comparar las obras para ver que nos encontramos ante dos visiones de la evasión antónimas. Mientras Plensa nos presenta imágenes planas y asépticas que embellecen la resignación estoica y son una oda al silencio antipolítico, las obras de Miró siempre contienen una narrativa de conflicto y aspiración, personajes terrestres que se afanan por tocar el cielo sin camuflar las angustias y las frustraciones de su realidad.

Quizás donde todo se vea más claro es en la relación entre catalanidad y universalidad. Si Plensa siempre ha borrado el país de sus obras y declaraciones para no incomodar a ningún cliente poderoso, Miró no solo pintaba y hablaba explícitamente del hecho catalán, sino que infundió su lenguaje visual con el drama de la historia trágica de Cataluña, que en su obra se convierte en universal. Hablando de La escalera de la evasión, una de sus constelaciones más célebres, el artista dijo: “Nosotros, los catalanes, pensamos que deben tenerse los pies solidariamente puestos en el suelo si se quiere volar por el aire”. Y así el mosaico de la Rambla de Miró puede pisarlo todo el mundo, mientras las puertas-reja de Plensa enjaulan un espacio público.

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