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Crónica
Texto informativo con interpretación

La vida por un céntimo

Contar las monedas pequeñas me ha servido para saber cuánto vale un diario o el precio que reclaman por sus melocotones los payeses de ‘Alcarràs’

Un fotograma de la película 'Alcarràs', de la directora catalana Carla Simón.
Un fotograma de la película 'Alcarràs', de la directora catalana Carla Simón.EL PAÍS
Ramon Besa

Todavía queda algún quiosco que vende diarios y pone la atención en los clientes a los que les gusta leer las noticias en papel, quizá porque están convencidos de que su impresión supone necesariamente que son verídicas, incluso en asuntos tan difíciles de clasificar como la separación de Piqué y Shakira. Algunos redactores hemos tenido dudas sobre quién se debía ocupar del acuerdo de separación de la pareja, y más en un momento en que los periódicos abrazan secciones tan genéricas como Vida y Artes, Tendencias, Estilo o Gente. “Yo lo pondría en la portada”, responde el quiosquero al que acudo últimamente.

Hace unos días que cambié de quiosco por un incidente hasta cierto punto previsible porque su propietario variaba cada dos por tres de vendedor y en su mayoría estaban más ocupados en poner cafés e infusiones a los jóvenes que van y vienen a pie o en bicicleta que en atender a un público anónimo que acude en busca de un diario que no tiene reservado, nada extraño de todas maneras en un quiosco-café. Uno de los últimos compradores que conocí llegó con la lengua fuera, pilló un periódico, soltó una tarjeta y ante el pasmo de los que guardábamos cola se dirigió al vendedor: “¡Cóbrame que tengo el coche mal aparcado y no quiero sorpresas!”. No pidió siquiera perdón y se largó en dirección a la calle Balmes.

Aquel día entendí cómo funcionaba el negocio y me armé de paciencia hasta que poco después, en una jornada en la que volvía a guardar turno, quien atendía el puesto soltó un monólogo mientras preparaba un té: “No me explico cómo hay gente que sigue comprando el diario; les lavan el cerebro”. Ya no me pude aguantar y me fui a por un nuevo quiosco mientras un cliente asentía y retiraba los ejemplares encargados por una empresa. A los quioscos-café les convienen compradores fijos que retiran los periódicos sin mediar el vendedor, habitualmente convertido en un barman.

Tampoco fue fácil mi debut en el nuevo quiosco que elegí después de comprobar que en su oferta no figuraban las bebidas porque una señora se empeñó en que pagar los dos diarios retirados con monedas y no paró de contar céntimos hasta que reunió 3,20 euros. “La vida nos iría mejor si valoráramos los céntimos”, se excusó ante mi sorpresa, poseedor como soy de un monedero de goma ovalada —silicona—, que me regaló mi querido amigo Oriol Puigdemont. No tardamos en congeniar, vecinos de pueblo e hijos de agricultores como somos, después de admitir que mis gastos se han disparado desde que utilizo la tarjeta de crédito para cualquier compra, también para la T-Casual: 11,35 céntimos.

La supervivencia de muchos se ha convertido en una cuestión de céntimos, y muy especialmente en los payeses, como se ha visto con las manifestaciones por el precio de la leche de vaca y el de los melocotones, protagonistas de la película Alcarràs. Quince céntimos es el importe que une al padre y al hijo en su reivindicación antes de tener que abandonar su tierra por la amenaza de la grúa que abre vía a las placas solares en el Segrià. Hay agricultores que pelean también contra los molinos de viento que se levantan en Lleida y Tarragona. El equilibrio es tan difícil como estéril resulta luchar con tantas plagas como las que se visualizan en Alcarràs.

La película me parece magnífica porque explica de forma realista la vida de una familia de payés: los abuelos, que regentan la finca con un contrato verbal que siempre depende de la voluntad de los amos, tal que hubiera sido una concesión por la gracia de Dios —”sort en vàrem tenir aleshores dels senyors”, se excusan los masoveros—; los padres, a los que cambian las reglas de juego a diario y cuya resistencia a claudicar se convierte en un drama emocional y físico que a veces suena a chantaje, porque volen i dolen —sí pero no— con sus descendientes; y los propios hijos, que se saben el punto y final de la historia, unas veces obedientes y otras indomables, solo comprendidos por la Dolors.

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Las madres de payés se desviven por los hijos, por los maridos y por los abuelos, y por los hermanos y por los cuñados, incluso cuando desertan; trabajan, ayudan y callan; y sus bofetadas suenan a música celestial en Alcarrás. La película de Carla Simón se ve bien y se siente mejor porque su lenguaje es preciso —imposible superar la expresión “la canalla de Déu”—. Hay quien se queja de que es demasiado lenta, como si la vida en el campo fuera rápida y tuviera que ir acompasada al ritmo del consumidor depredador, aquel que come melocotones de enero a diciembre sin atender a las estaciones, igual de contento con la fruta de Lleida que la de Turquía.

Los productos de proximidad exigen muchas horas, al igual que los periódicos que llegan a los quioscos. Nada me resulta más reparador que ir a por el diario y tratar con los payeses que reniegan con o sin subvención porque el grano difícilmente llega a la hora, tan próximo e igual de lejano —insisto— que los periódicos, también en el Lluçanès. Apenas quedan cajeros automáticos en muchos pueblos, la mayoría de las sedes bancarias fueron suprimidas y la tarjeta no es una garantía para la compra, de manera que se impone llevar monedero por si hay que pagar al contado, céntimo a céntimo, como aquella señora en el quiosco de Barcelona.

Aunque ya entiendo que no es una solución, contar los céntimos, y más los que no acompañan al euro sino que se valen por si solos —nada de redondear— me ha servido para saber cuánto vale un diario, a cuánto pagan el litro de leche de vaca, el precio que reclaman por sus melocotones los payeses de Alcarràs y descubrir también que algunos de los que piden limosna ponen mala cara a los céntimos.

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Sobre la firma

Ramon Besa
Redactor jefe de deportes en Barcelona. Licenciado en periodismo, doctor honoris causa por la Universitat de Vic y profesor de Blanquerna. Colaborador de la Cadena Ser y de Catalunya Ràdio. Anteriormente trabajó en El 9 Nou y el diari Avui. Medalla de bronce al mérito deportivo junto con José Sámano en 2013. Premio Vázquez Montalbán.

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