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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Música de fondo

La música es un instrumento formidable para aunar emociones, desde el ansia por comprar lo que sea hasta el sentimiento compartido y reforzado por el himno nacional pasando por los desfiles.

La carretera de la Aigües con un gran número de deportistas.
La carretera de la Aigües con un gran número de deportistas.Albert Garcia (EL PAÍS)
Pablo Salvador Coderch

En Barcelona es tan difícil encontrar un restaurante donde compartir la comida con una conversación, sin tener que dar voces por el ruido de la música de fondo, que hace unos meses Elvira Lindo pidió en este mismo diario elaborar una guía de restaurantes sin música (edición del 11 de noviembre de 2021). Los hay, desde luego, como, por ejemplo, los de bastantes clubs, asociaciones o círculos. Así en el Círculo del Liceo se puede comer o cenar sin música de fondo, no compiten con el teatro. Y lo mismo ocurre en el Ateneu Barcelonés. Pero lo usual es la ubicuidad de la música de fondo en supermercados, franquicias de ropa, tiendas de deporte y en casi todo tipo de locales comerciales grandes o medio grandes.

La música es un instrumento formidable para aunar emociones, desde el ansia por comprar lo que sea hasta el sentimiento compartido y reforzado por el himno nacional, o el del club local de fútbol, pasando por los desfiles. Para ello se compusieron las marchas militares, aun las imaginarias, como la inmensa marcha triunfal de Aída (la mejor versión reciente es la de Antonio Pappano, con la orquesta y coro de la Academia Nacional de Santa Cecilia, pero hay otras muchas extraordinarias).

La música clásica ha creado himnos universales. En 1985, la Unión Europea adoptó oficialmente el Himno a la Alegría de Beethoven, que no es marcial y cuya genialidad nadie todavía ha osado discutir. Pero más prosaicamente, los especialistas en márketing aconsejan música clásica en las enotecas: los clientes compran vinos más caros —si no mejor escogidos— con buena música.

El fenómeno se ha generalizado: mucha gente contrata servicios de streaming musical para uso personal, como Spotify, cuya versión comercial se llama Soundtrack. Los comerciantes pueden escoger ofertas diferenciadas por el tipo de música, desde aquella que insta a comprar deprisa o a salir corriendo sin más contemplaciones. Luego está el tema del volumen: el otro día, en una buena tienda de ropa de una calle central de Barcelona, la música estaba muy alta y pedí a la dependienta que estaba tras el mostrador, que, por favor y si era posible, bajara el volumen. Cuando, pese al estruendo y a las mascarillas, ambos conseguimos entendernos, ella bajó, amable, el volumen y me miró con la cara inconfundible del alivio inmediato.

Es cierto también que unos auriculares conectados a un programa digno de streaming musical te aíslan del ruido del tráfico automovilístico, un estrépito en declive, que los coches eléctricos todavía tardarán una década o más en superar al número de los movidos por motores térmicos.

Hay un estadio superior de la serenidad humana, lo habré contado más de una vez: correr sobre Barcelona por la Carretera de las Aguas sin auriculares le reconcilia a uno con lo que queda de la naturaleza en esta ciudad, que no es tanto.

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En la calle, una solución extrema es aislarse del ruido exterior y correr en el silencio artificial que te ofrecen unas orejeras bien puestas.

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