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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

De la calle y la guerra justa

Exijamos sentido estratégico a los gobernantes en el cálculo coste-beneficio y ayudemos a Zelenski en su presión

Una manifestación contra la guerra de la comunidad ucraniana de Barcelona, el pasado mes de febrero.
Una manifestación contra la guerra de la comunidad ucraniana de Barcelona, el pasado mes de febrero.MASSIMILIANO MINOCRI (EL PAÍS)
Josep Ramoneda

“La política exterior de los Estados Unidos no la pueden marcar las manifestaciones de Barcelona”. Esta frase es de George Bush padre. El 15 de febrero de 2003, la capital catalana vivió una de las manifestaciones más masivas de su historia: contra la guerra de Irak, de la que Bush hijo era el comandante en jefe. “No a la guerra” era la consigna que quedó como una exigencia moral. El responsable era inequívoco: el jefe del imperio. La implicación incondicional de Aznar, que metió a España en la coalición atacante, contribuyó a que la marcha desbordara todas las previsiones.

La guerra en Ucrania no ha tenido grandes expresiones en la calle, excepto algunas manifestaciones testimoniales promovidas por los ucranios que residen entre nosotros. Sí ha tenido y tiene un gran peso sobre el estado mental y psicológico de la ciudadanía: hay miedo y hay dolor. La población atacada está cerca, es europea, vemos las caravanas de los que huyen de la guerra e incluso, en pocos días, llegan aquí. Hay un culpable. Y este es Putin. Los titubeos iniciales de algunos sectores de la izquierda se han disipado: la invasión sin causa alguna que la justifique, construida sobre un montaje de fake news, es inadmisible. Hasta tal punto ha calado en la sociedad la condena general de Putin, que quienes habían flirteado con él, patriotas de la extrema derecha y compañía seducidos por su figura, aliados en la construcción del autoritarismo postdemocrático, guardan ahora cínico silencio. Y, desde la izquierda, se está pasando del “No a la guerra” a la “guerra justa de resistencia” y, por tanto, a advertir contra la tentación del apaciguamiento. Las interpelaciones del presidente Zelenski a los parlamentos occidentales inciden en esta prioridad.

De modo que el “No a la guerra” esta vez es un Sí a la resistencia, a la ayuda humanitaria pero también militar y a todas aquellas acciones que puedan debilitar a Putin y forzar una salida. El futuro de la democracia no está asegurado y hay que defender las libertades. ¿Lo descubrimos ahora porque la tragedia ocurre en Europa? Sí. Y es triste y doloroso ver la diferencia de trato que merecen los refugiados de las guerras según del lugar de donde vienen. Las manifestaciones de 2003 eran contra el Mal, el invasor, las víctimas quedaban en la sombra. Ahora, las reconocemos y apostamos por ellas. Identifiquemos las guerras justas y no miremos a otra parte, ni busquemos rodeos en nombre de un falso pacifismo. Simplemente, exijamos sentido estratégico a los gobernantes en el cálculo coste-beneficio y ayudemos a Zelenski en su presión. Ahora mismo, la prioridad es la resistencia de los ucranios. Pero el apoyo a su guerra justa no debe impedir plantear cualquier pregunta pertinente sobre los errores que nos han llevado hasta aquí. Así veremos que esta guerra nos concierne a todos, porque viene de un pasado que también es nuestro y puede marcar nuestro futuro.

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