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TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La impresionante adaptación de ‘La casa de los espíritus’ brilla en el Romea

Los saltos temporales de la novela encajan sin distorsión en el espectáculo teatral

La casa de los espiritus
Una imagen de 'La casa de los espíritus'.Jesús Ugalde

La casa de los espíritus, la famosa novela río de la escritora chilena Isabel Allende, recorre la vida de cuatro generaciones de la familia Trueba del Valle, con sus luces y sombras, sus bondades y miserias, tejidas al hilo del devenir político de casi un siglo de la historia de Chile, desde el patriarcado colonial a la miserable dictadura de Pinochet. La fuerza del texto se mantiene viva en la espléndida adaptación teatral realizada por Anna Maria Ricart y Carme Portaceli, directora de un aplaudido montaje que ha recalado en el Teatro Romea.

El espectáculo -una coproducción del Teatro Español, el Grec 2021 Festival de Barcelona y el Romea- mantiene en su esencia los acontecimientos que sustentan la trama de la novela con un ritmo teatral sabiamente mantenido por Portaceli. La actual directora del Teatre Nacional de Catalunya (TNC) cuenta en su empeño con la plena sintonía artística de Ricart y Paco Azorín, que ponen su talento al servicio del texto, sin invadirlo ni traicionarlo.

El realismo mágico es una forma de mirar el mundo que Portaceli y su equipo hacen suya. Poco importa que los protagonistas del relato hablen con espíritus o adivinen el futuro con intuiciones asombrosas; el gran acierto de esta adaptación teatral es que los saltos temporales, las escenas más narrativas y las imágenes documentales (proyectadas en tres pantallas) que ilustran el peso de los acontecimientos históricos y su huella en la memoria familiar, encajan sin distorsiones en un espejo teatral que nos sitúa ante los fantasmas de la violencia y la intolerancia que, hoy como ayer, siguen amenazando los valores democráticos.

La escenografía austera y poética de Azorín -apenas una mesa, unas sillas y un piano-, facilita los continuos saltos temporales sin que nada chirríe. El paso de una sala de torturas de Pinochet al nacimiento, en la casa familiar, de la joven que está siendo torturada, muestra la eficacia de una arquitectura teatral que clarifica ese tránsito del pasado al presente, entre personajes vivos y muertos, creando una fusión mágica: la historia siempre avanza aunque los personajes pasen de la juventud a la vejez o viceversa.

Hay en la novela y en su adaptación muchos personajes en danza y, con la excepción de los tres protagonistas que sustentan la trama familiar, el resto de actores se desdobla con celeridad para caracterizar cada papel con apenas unos trazos directos. Francesc Garrido muestra las distintas capas del patriarca Esteban Trueba con certeros matices vocales y el uso de un bastón que potencia su violencia y su rabia; Carmen Conesa ilumina las intuiciones y el espíritu libre, progresista e indómito de la clarividente Clara del Valle entre sonrisas y fina ironía, con una presencia escénica realzada por un vestido blanco de majestuoso vuelo.

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En el papel de la joven Alba, el personaje que va estirando los hilos que mueven la historia, Miranda Gas acierta en el perfil y el tono, sin exageraciones ni estridencias en las escenas de violencia más duras. En el resto del elenco destaca Gabriela Flores en la doble e imponente caracterización de Férula, hermana de Esteban y enamorada de Clara, y la prostituta Tránsito Soto.

Los cambios de luz y vestuario son tan precisos como la ambientación sonora, pero, en lo esencial, la simultaneidad de eventos y planos del relato se logra a través de un preciso trabajo actoral, rico en el abanico de gestos, cambios de registros vocales y movimientos, coreografiados con naturalidad por Ferran Carvajal.

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