La despedida de un sin techo: la última rosa de Alfonso
El hombre que vivió durante años en un portal del barrio barcelonés de Gràcia es enterrado en el cementerio de Montjuïc con la ayuda de la Fundació Arrels
Le gustaban mucho las rosas. Veneraba también a la banda de rock Led Zeppelin. Se sabía de memoria todos sus conciertos. Sus perros Thor y Ulises lo acompañaron hasta el último momento. Este martes se ha celebrado en el cementerio de Montjuïc el entierro de Alfonso, una persona sin techo que vivió durante cuatro años en una “vivienda” autoconstruida en la calle Ramón y Cajal de Barcelona, en el barrio de Gràcia. En julio de 2020, después de ser desalojado de aquel precario habitáculo, se trasladó a uno de los pisos que tiene alquilados la Fundació Arrels en Ciutat Meridiana. Fue allí donde Alfonso, a sus 63 años, perdió la vida por causas naturales el pasado lunes 18 de octubre. Con él, son 68 las personas que vivían o habían vivido en las calles de Barcelona y que han fallecido en los últimos 12 meses, según el recuento de la entidad.
A Alfonso no le gustaba hablar de su vida. Sabía que la situación que él estaba viviendo la sufrían muchas otras personas y la consideraba injusta. “A los vecinos y vecinas que se preocupan por las personas que viven en la calle les diría que se acerquen a ellas, que les hablen y les pregunten qué necesitan”, cuentan en Arrels que expresaba. Antisistema, punky, inteligente y sensible. Así lo describen las personas de la entidad que lo acompañaron durante sus últimos meses de vida. Alfonso formaba parte del Grupo de Reflexión y Acción Ética de la fundación. “Él nos daba luz, decía cualquier cosa y nos rompía todos los esquemas”, cuenta Txema Anguera, educador social del personal de apoyo.
Entierros por beneficiencia
Cuando muere una persona sin techo, los trámites cambian y se lleva a cabo un entierro por beneficencia. Este es un servicio que se ofrece a las personas con pocos recursos económicos y que regula el Ayuntamiento de Barcelona. La persona es enterrada en uno de los nichos sin nombre que ofrece la prestación, donde su cuerpo se mantiene durante un par de años para luego ser trasladado a un osario. Desde el año 2009, además, la Fundació Arrels cuenta con la Barca de Caronte, una comisión que vela porque las personas sin hogar no mueran solas y reciban acompañamiento incluso en la ceremonia final.
Desde Arrels, cuando fallece un sin techo, avisan a sus seres más cercanos o con quienes tuviera algún tipo de vínculo —vecinos del barrio donde dormían, otras personas sin hogar con las que tuvieran contacto, o familia en caso de conocerla y que hubiera trato en vida— para que puedan asistir al entierro. Juan Castilla, educador social del equipo de apoyo de la entidad, asegura que en estos casos es necesario llamar a los servicios funerarios para que indiquen qué se debe hacer porque “si nadie aparece, el cuerpo acaba en una fosa comunitaria”.
Al entierro de Alfonso han acudido este martes seis personas de la entidad. También querían hacerlo dos vecinas del barrio de Gràcia y el propietario de la cafetería La Nena, en la calle Ramón y Cajal, pero no ha sido posible porque el servicio por beneficencia fija una hora que es imposible cambiar. La Fundació Arrels se encarga de que el acto no sea impersonal y frío. Por ello, Castilla ha leído un poema del poeta catalán Màrius Torres llamado ‘Última rosa’, en honor a la flor que tanto le gustaba a Alfonso. Seguidamente, ha sonado la canción Stairway to heaven de Led Zeppelin, para recordar su gusto musical rockero. Sobre su féretro, los miembros de Arrels han dejado una rosa blanca para dar a Alfonso su último adiós.
Una realidad inadvertida
A ojos de la sociedad, las personas sin hogar son invisibles. “Lo que necesitan es apoyo emocional, que estemos y los queramos”, dice Bob Walker, educador del equipo de calle de la Fundació Arrels. Desde la entidad, exigen una voluntad política de cambio. “A veces es imposible crear vínculos, porque hay personas sin techo que entran y salen de urgencias y van cambiando de lugar y de hospital constantemente”, asegura Walker. En el Reino Unido existe un proyecto para evitar que esto suceda. Pathway es una organización benéfica de atención médica para personas sin hogar que crea equipos hospitalarios que se encargan de acompañarlas, ayudarlas con los trámites y buscarles recursos de salida. En Barcelona, de momento, Arrels reclama una vivienda digna. El director de la entidad, Ferran Busquets, explica que en la mesa de emergencia social hay una lista de espera de 600 familias que no contempla a las 1.064 personas sin hogar en Barcelona. “Dormir en la calle debería considerarse un factor de emergencia para obtener una vivienda”, denuncia.
“Al final Alfonso se convirtió en un amigo”, declara Enric Banqué, del equipo de calle de Arrels. Los miembros de la entidad lo conocían, saben que era una persona organizada, con quien podían pasarse la mañana entera hablando de política y a quien le desagradaba el cine actual. Lo vieron pasar de vivir en la calle a tener un piso donde refugiarse con sus dos fieles perros. Poco a poco, Alfonso dejó de ser invisible. Para Arrels, esto es crucial. Que se sientan personas. Porque cuando la gente vaya por la calle y vea una persona viviendo en la intemperie, “debemos mirarla, y mirarla con amor”, sostiene Anguera.
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