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FIESTAS DE LA MERCÈ

Un homenaje a La Habana con una sinfónica juvenil e integradora cerró la música de la Mercè

La orquesta del proyecto Vozes junto a José María Vitier y María del Mar Bonet llevaron la música a 9 Barris.

Imagen del concierto de  la Mercè con José María Vitier y Maria del Mar Bonet.
Imagen del concierto de la Mercè con José María Vitier y Maria del Mar Bonet.CRISTOBAL CASTRO

Último concierto de la Mercè, con triple lazo conceptual adornándolo. Por un lado la descentralización, el concierto tuvo lugar en la plaza mayor de Nou Barris, por otro el contenido social, fue interpretado por la sinfónica del proyecto Vozes, que fomenta la integración social de los jóvenes a través de la música, y finalmente estaba dedicado a celebrar los 500 años de La Habana, cumplidos hace dos, por medio de una obra encargada a José María Vitier, pianista y compositor cubano anoche presente frente a su piano en el estreno de esta obra en una Mercè que ha homenajeado a la capital cubana. Como remate, María del Mar Bonet figuró como invitada en algunas de las composiciones de una obra que plantea un paseo por la historia de la música de la isla caribeña. La presencia de la alcaldesa de la ciudad, Ada Colau, sancionó las ideas de fondo de un concierto con marcado acento social, de hermanamiento cultural y de barrio.

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La asistencia, edad provecta, cabellos plateados, pacientes en la cola en la que les tomaban los datos por eso del virus, se sumó a la fiesta de una orquesta hecha en el mismo barrio, con sus componentes disfrutando de un merecido protagonismo, muchos de ellos tan jóvenes que por estar estrenando la vida despertaban la ternura de quienes ya la apuran. Y entre sonidos cubanos, danzones revisitados, contradanzas, temas dedicados al mar o al amor, en éste hizo María del Mar Bonet la primera de sus dos colaboraciones, la música cerró las fiestas con aroma a sinfonía tropical en una plaza presidida por dos palmeras, justo frente al edificio que fue antiguo Institut Mental de la Santa Creu, hoy sede del distrito.

Por lo que hace a la noche del sábado, estuvo marcada por el juego que al gato y al ratón establecieron nubes, relámpagos y lluvia, algo muy propio de las fiestas. Al final sólo se descolgaron unas cuantas gotas que no afectaron a los conciertos. Con los tumbaos que habían despachado los cubanos Papa Orbe Y Los Científicos Del Sabor aún resonando en el aire y las parejas que los habían bailado recuperando el resuello, Bea Pelea puso en el escenario contiguo otro tipo de música bailable y popular: el regetón. El de la malagueña tiene un marcado tono romántico, pero a la callejera; es decir más carnal que emocional, romanticismo de tocarse, y mucho. Letras no reproducibles por su carácter explícito, sin ambages, que contrastaron con su puesta en escena y su forma de hablar, casi apocada, de vecinita sosilla que sube por vez primera al escenario y se felicita, como Bea Pelea hizo, por no haber tenido percances pese a la altura de sus los tacones. Más tarde Roberto Fonseca abandonó la calle y tiró de profesionalidad y de técnica al piano para presentar su proyecto de jazz latino en trío, seguido por adultos sin mascarilla que tal y como si fuesen críos, esperaban a que marchase el personal que les había recordado la obligatoriedad de su uso para volvérsela a quitar. Y no tenían 18 años.

Más conceptual e inquietante que el de Bea Pelea fue el breve concierto de Kai Landre en la plaza Joan Corominas, que viene a ser al BAM contemporáneo lo que la Plaza del Rei lo fue en sus inicios: el corazón de sus esencias. Envuelto en una electrónica nada complaciente, tirando a oscura y con el ritmo no necesariamente previsible, desde luego nada de 4 x 4 y bombo a negras, este joven barcelonés escenificó su propuesta de aproximación al mundo cyborg y al aumento de las capacidades sensoriales por medio de implantes tecnológicos. Con un show presentado más en inglés que en catalán o castellano, Kai Landre, ataviado con un coqueto vestido blanco, deambuló por escena hablando y cantando como si se tratase del sacerdote agnóstico de una nueva religión laica. Lo cierto es que si la nueva dirección del BAM se propone hacer preguntas con sus propuestas, la actuación de Kai Landre fue apta para su formulación. Un concierto no apto para consumir sólo desde el prisma hedonista.

En ese mismo escenario, el cierre sí fue hedonista, aunque no tontorrón. Planningtorock, es decir Jam Roston, antes Janine, es un proyecto de música de baile con letras que defienden la libertad de género, la vigencia de lo no binario y de la pertinencia de la esfera queer. Música sí abiertamente política que se envolvió en ambientes de house festivo para solaz del público en el último concierto de aquel escenario, en el que nuevamente las sillas fueron abandonadas a las primeras de cambios. Sólo cabe esperar que el año que viene, las sillas sólo sean necesarias cuando el tipo de música programada lo aconseje.

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