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Tribuna
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Traficantes de virus

Ni la selectividad es tal, puesto que la superan más del 95% de candidatos y por tanto no conlleva festejar “selección” ninguna, ni existe el “derecho a divertirse” de “jóvenes” de ninguna edad

Un joven confinado y una limpiadora en el hotel.
Un joven confinado y una limpiadora en el hotel.Atienza (EL PAÍS)

Las fiestas de fin de curso en Baleares (y en otros lugares) que se han convertido en focos de supercontagio de, como mínimo, covid-19, no han sido algo casual: son el producto de la actividad de distintas agencias de viajes, hoteles y otros operadores, sumada a la asistencia de varios miles de clientes que, voluntariamente, han contratado dicho servicio y que adolecen del virus de la irresponsabilidad. Estos clientes han contado, además, por lo que se ha publicado, visto y oído en los medios, con la aquiescencia familiar, que argumentan que “los jóvenes tienen derecho a divertirse” para celebrar la superación de la prueba de selectividad.

La necedad no tiene límites. Ni la selectividad es tal, puesto que la superan más del 95% de candidatos y por tanto no conlleva festejar “selección” ninguna, ni existe el “derecho a divertirse” de “jóvenes” de ninguna edad (de 0 a más de 100 años). Menos aun cuando sabemos que la covid mata, que se ha ensañado con los mayores, y que se contagia en circunstancias como las de masivas fiestas en Baleares donde la distancia brilla por su ausencia. Estamos más que advertidos a escala mundial. Siendo esto así, cabe preguntarse hasta qué punto es reprobable tal comportamiento por parte de personas mayores de edad, que incumplen las medidas de prevención para divertirse un rato. ¿No es esto una imprudencia grave por conducta negligente? Negligencia a cuatro niveles: el de los fiesteros, a los que solo mueve la estulticia; el de los organizadores, a los que mueve el lucro indebido; el de las administraciones públicas, responsables de controlar los desplazamientos (¿dónde estaban las PCR o la vacuna obligatoria para viajar?); y, finalmente, el de los medios de comunicación, que tratan a los coautores del desaguisado como si de víctimas se tratasen.

Y es que las cosas, siendo como son, nos confrontan a la realidad de nuestra calidad humana. ¿Qué hubiera ocurrido si la covid hubiera sido especialmente despiadada entre la población que hoy se dedica a festejar de manera descontrolada y provocadora? ¿Dónde quedan los aplausos balconeros dedicados al personal sanitario en tiempos de confinamiento? ¿Dónde queda el prestigio de un destino turístico que lucha por superar la crisis mientras algunos “niños” y sus cómplices se lo ponen fácil a sus competidores? ¿Así arriman el hombro los hijos de la selectividad para superar la grave crisis derivada de la covid y reivindicar su lugar en el mundo? Hemos visto y oído declaraciones desafortunadas en defensa de la memez adolescente (de padres, madres y algún rector y rectora de universidad). No hemos visto ni oído en los medios (hasta donde hemos alcanzado) ninguna recriminación a los insensatos participantes y muy pocas a los organizadores a pesar del coste en vidas de la pandemia y del coste económico de la gestión de esta.

Quienes han traficado con virus que matan están hoy o en sus casitas o en sus hoteles o bajo seguimiento médico no vaya a ser que el resto nos quedemos también privados de nuestro derecho a vacaciones.

Anna Garcia Hom es socióloga y Ramón J. Moles es jurista.

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