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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Dueños de su propio destino

El presidente Sánchez debería tener presente que una propuesta en el plano racional como, por ejemplo, la negociación de un listado de transferencias no resolverá nada si no entra en el plano emocional

Pedro Sánchez y Pere Aragonès durante la cena inaugural del Mobile World Congress.
Pedro Sánchez y Pere Aragonès durante la cena inaugural del Mobile World Congress.Kike Rincón (EL PAÍS)
Joan Esculies

Día D. Hora H. Pedro Sánchez y Pere Aragonès desprecintan en la Moncloa los dos años que determinaran si nos encontramos en el prólogo de un nuevo ciclo del procés o en su epílogo. De la complicidad entre ambos presidentes dependerá, en gran medida, que las negociaciones tomen un derrotero u otro. En esta ventana de oportunidad que abrieron los resultados electorales en Cataluña, a la que han contribuido los indultos y que se prolongará hasta la moción de confianza al gobierno catalán y a la convocatoria de elecciones generales para otoño de 2023, la política entre ejecutivos —PSOE y ERC— tendrá tres componentes fundamentales: interés, escenificación y ayuda, en el camino a una solución.

En público cada partido defenderá su ideario e intereses en clave maximalista, o incluso inmovilista, siempre con una mirada puesta en el horizonte electoral más inmediato —municipales y autonómicas de las comunidades no históricas—, y pensando en todo momento en la lectura europea de sus actuaciones. Asistiremos a infinidad de escenificaciones, que habrá que saber leer y no siempre creer. Conoceremos muchas menos reuniones de las que tendrán lugar y veremos a los actores protagonizando sus mejores papeles para convencer y tranquilizar a sus parroquias y para marcar el terreno a los rivales más duros en sus respectivos rediles. Intuiremos ayudas entre negociadores, que serán negadas tres veces antes de que cante el gallo, cuando los intransigentes de cada bando —Junts, CUP, PP, Cs— pongan contra las cuerdas a la contraparte.

Y después, quizá, los presidentes llegarán a una incipiente solución. Para ello, la Historia ofrece un consejo gratis a cada uno. Veamos. En cualquier tipo de nacionalismo hay un parámetro básico que es el destino. Aquellos que profesan la fe en la nación se sienten, junto al resto de miembros de la comunidad, dueños de su destino escrito, esperado o por trazar. En gran medida crear estructuras supranacionales resulta tan dificultoso precisamente porqué ceder atribuciones se percibe como una perdida de control sobre el porvenir.

Existe un sentimiento extendido que la elección del propio sino mediante el voto ha sido impugnado de manera reiterada

En Cataluña una parte substancial de la población, que va más allá del independentismo, hace años que no se siente dueña de su destino. De ahí las constantes apelaciones al “derecho a decidir”. Existe un sentimiento extendido que la elección del propio sino mediante el voto ha sido impugnado de manera reiterada: por el Tribunal Constitucional tras la aprobación en referéndum del Estatuto de 2006; en el 9-N de 2014 por la propia naturaleza de la votación y el 1-O de 2017 por la intervención de las fuerzas de orden público.

El presidente Sánchez debería tener presente que una propuesta en el plano racional como, por ejemplo, la negociación de un listado de transferencias y e inversiones no resolverá nada si no entra en el plano emocional. Hay que permitir que los catalanes perciban que poseen la llave de su propio destino, que lo acordado no ha sido una mera concesión. Cualquier oferta —sistema de financiación, competencias— deberá empaquetarse, etiquetarse y someterse a votación para que los catalanes sientan que lo han decidido ellos y que después de elegir, al menos parcialmente, su destino este no se impugnará.

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Tarradellas pidió pero llevó consigo soluciones (posibles). Es un episodio que el presidente Aragonès no debiera olvidar

El otro consejo puede resultar más evidente pero no es menor. El 20 de junio de 1977 tras ganar las elecciones, una delegación socialista formada por Joan Reventós, Josep M. Triginer y Eduardo Martín Toval, acudió a la Moncloa para plantear sus demandas políticas. Entre otras la restauración de la autonomía en Cataluña. Cuando Adolfo Suárez preguntó qué pasos se deberían llevar a cabo jurídicamente para implementar lo que proponían, los socialistas catalanes se encogieron de hombros. No lo sabían, no lo habían pensado. Simplemente pedían. Cuando una semana después Josep Tarradellas aterrizó en Madrid, en cambio, hizo llamar enseguida a un solucionador, el catedrático de Economía Política y Hacienda Pública de la facultad de Derecho de la Universidad de Barcelona, Josep Lluís Sureda, para que sirviese las propuestas jurídicas al gobierno de España. El experto político pidió, pero llevó consigo soluciones (posibles). Es un episodio que el presidente Aragonès no debiera olvidar.

Por lo demás para el público inocente, que somos la mayoría, y puesto que dos años van a dar para mucho, lo mejor será ponerse cómodo, tomarlo con tranquilidad, sorber el Vodka Martini y esperar que la negociación sea agitada, pero no mezclada, ¡por favor!

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