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ERC, del asamblearismo al orden

El partido de Oriol Junqueras ha pasado de los congresos tumultuosos y cainitas a convertirse en un referente de seriedad en el independentismo

Aragonès alza el brazo tras ser investido presidente de la Generalitat.
Aragonès alza el brazo tras ser investido presidente de la Generalitat.Albert Garcia (EL PAÍS)
Francesc Valls

Los congresos eran de los militantes más motivados —generalmente los más enfadados con la dirección—, de los que lograban fletar más autocares. Podían votar todos los asociados presentes en las sesiones que estuvieran al corriente de las cuotas. Las asambleas territoriales eran un infierno. Como consecuencia, el partido era un artefacto inestable. Así era Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) hasta 2008. Ahora es el referente más serio y estable del independentismo catalán: ha asumido sin crisis internas los pactos, ya fuesen con los de Carles Puigdemont o con el Gobierno central. Basta una simple reunión del Consell Nacional para aprobarlo todo sin el más mínimo ruido, como ha sucedido este mismo mes de mayo con el acuerdo para investir presidente a Pere Aragonès. Los republicanos parecen haberse liberado de la herencia maldita de la volubilidad, que ahora ha recalado en sus compañeros de viaje, Junts per Catalunya.

El expresidente de ERC Joan Puigcercós, el hombre que puso las bases para legar a Oriol Junqueras una organización aseada, explica que “el partido se ha deshecho de los elementos más desestabilizadores y alocados”. No ha sido una tarea fácil. Manel Lucas —historiador, periodista y autor, entre otros, de Breve historia de Esquerra (Catarata, 2020)— recuerda que la vocación por la inestabilidad viene de lejos. Ya para proclamar la República, en 1931, hubo competencia entre Francesc Macià, desde la Generalitat, y Lluís Companys, desde el Ayuntamiento de Barcelona. Con la restauración de la democracia, las escenas cainitas se sucedieron en los congresos entre secretarios generales: Àngel Colom mató a Joan Hortalà; Josep Lluís Carod Rovira, a Colom; y, ya como presidentes del partido, Joan Puigcercós a Carod.

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La escenografía de una militancia que se sumaba gustosa a la bronca política acompañaba a cada una de estas traumáticas decisiones. Cuando en otoño de 1996 se fraguó la ruptura en ERC y la anterior dirección —con Colom y Pilar Rahola— pasó a crear el Partit per a la Independència, grupos de militantes pertrechados con sacos de dormir pasaron la noche en la sede del partido para evitar que los salientes se llevaran material, explica Manel Lucas.

Otro de los platos fuertes llegó con la reforma del Estatut de 2006. José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del Gobierno central, y Artur Mas, líder de la oposición en Cataluña, pactaron recortar el texto sin tener en cuenta al Govern tripartito (PSC-ERC-ICV) del que Esquerra formaba parte. Era el momento en el que los republicanos aspiraban a sustituir a la vieja Convergència en Madrid. Con la reunión, muchos que ya desconfiaban de la izquierda española se sintieron despechados y traicionados. Por eso, ERC organizó en mayo de aquel año una consulta entre su decena de federaciones territoriales. Carod, entonces presidente del partido, proponía un sí matizado frente a los críticos, singularmente las juventudes del partido (JERC) en cuya dirección figuraba Pere Aragonès. La militancia acabó tumbando cualquier atisbo de apoyo al Estatut, recuerda Joan Esculies.

El exdirigente Joan Puigcercós apunta que “en ninguna parte de los estatutos del partido estaba escrito que las asambleas territoriales debían votar; sin embargo, lo hicieron”. Luego resulta difícil revertir esa suerte de derechos adquiridos por la militancia. Hasta entonces, las federaciones territoriales de ERC se habían limitado a darse por enteradas de lo que se les sometía a consideración. Sucedió en 2003 con el Pacto del Tinell, que dio origen al Govern tripartito. Era difícil encajar el alma nacionalista y la de izquierdas. Desde el inicio de la transición democrática hasta el pacto con los socialistas de Pasqual Maragall y los ecosocialistas de Joan Saura, el esencialismo había primado sobre la preocupación por los asuntos sociales. En el partido era sospechoso todo lo que oliera demasiado a izquierdas. Ahora, sin embargo, dice Manel Lucas, es fácil que en sus listas electorales coincidan desde exconvergentes hasta quienes, como Joan Tardà, hacen profesión de fe neomarxista.

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Quizás Oriol Junqueras, presidente del partido y preso por sedición y malversación, ha sabido hacer a la formación republicana atractiva para votantes de distintas ideologías, como hizo en su día el nacionalismo pujolista. Esculies sostiene: “El partido ha asumido que era incontrolable si las bases se oponían a cualquier estrategia propuesta por una dirección que actuaba como mera intermediaria”.

La dirección y las bases

Por eso, en el interior de cada secretario de organización latía la idea de que era necesario convertir al partido en gobernable. Puigcercós intentó infructuosamente que la militancia aceptara la figura de los delegados en los congresos. Por dos veces le tumbaron la propuesta y acabó optando por abrir urnas durante 12 horas en las poblaciones de más de 20.000 habitantes para elegir la dirección del partido. Ello acabó con los autocares fletados ad hoc y las batallas por ser la sede del congreso, ya que las distintas facciones pugnaban por lograr que fuera un territorio dominado por ellas. La fórmula se impuso en 2008 y, en 2011, Junqueras pudo heredar un partido en horas bajas electorales pero cohesionado.

“Una cosa es la reflexión teórica y otra el poso emocional”, agrega Esculies. “La virtud del liderazgo consiste en saber ir unas veces delante y otras detrás dentro del partido, para ocupar el centro”, afirma. Quizá Junqueras ha sabido encontrar esa piedra de Rosetta. Poco ruido, cohesión y eficacia, frente a unos compañeros de coalición de Junts que han debido someter a sus bases, entre descalificaciones de exconsejeros y expresidentes de la Generalitat, el pacto que ha investido a Aragonès.

Cuando en 2003 se cerró el acuerdo por un Gobierno de izquierdas en la Generalitat, los convergentes advertían a los socialistas: “Os habéis equivocado; Esquerra no es de fiar, como podréis comprobar”. Ahora los papeles andan cambiados en el mundo soberanista.

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