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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El despacho del ‘president’

La perdurabilidad de Aragonès depende de su capacidad para leer correctamente las demandas de la sociedad catalana y de romper los bloques en las normas más importantes. Toca gestionar, no gesticular

Paola Lo Cascio
Pere Aragonès recibe la felicitación de la portavoz de la CUP, Dolors Sabater.
Pere Aragonès recibe la felicitación de la portavoz de la CUP, Dolors Sabater.Alberto Estévez (EFE)

Finalmente se ha producido la elección de Pere Aragonès como president de la Generalitat. Llegar a la investidura de la semana pasada ha sido largo, tortuoso, incomprensible para la mayor parte de los mortales y tuvo un final agónico, asumible únicamente en función del clima de hartazgo general que prometía tempestades en caso de repetición electoral, y de la necesidad de acabar con la interinidad institucional que vive Cataluña hace ya demasiado tiempo.

Sin embargo, se trata solo de un primer paso, y está por ver si llegará a buen puerto, entre otras cosas porque la fórmula de gobierno de coalición independentista con apoyo de la CUP por la cual finalmente optó ERC parece a todas luces una opción desfasada (como demuestra el poco entusiasmo suscitado incluso entre sus protagonistas) y potencialmente conflictiva.

La elección de un perfil como el de Giró ilustra que el “sector negocios” convergente ha vuelto
La elección de un perfil como el de Giró ilustra que el “sector negocios” convergente ha vuelto

No tan solo por el papel de la CUP. La desaparición —por arte de magia— de una parte significativa de los compromisos acordados en su día con ERC del pacto que alumbra el gobierno de coalición con Junts no han dado lugar, de momento, a ninguna amenaza de destinar a nadie a la papelera de la historia. Ello tiene que ver sin duda con la priorización del tema nacional, que viene ya de lejos, pero también de la constatación pragmática de dos circunstancias más concretas: todos los actores pueden pagar cara la inestabilidad, y para la CUP el mantenimiento de un marco independentista es fundamental, en la medida en que le permite jugar un papel que con otras combinatorias sería imposible.

En realidad, el grueso de las incógnitas deriva de lo que hará Junts. En su conjunto, o en sus partes. Los datos disponibles en este momento son de difícil interpretación: es cierto que finalmente Jordi Sànchez ha podido cerrar el pacto y es cierto también que la negociación ha arrojado para los herederos de Convergència una situación privilegiada. Controlarán carteras clave, a las que corresponden el 60% del conjunto del presupuesto, con las joyas de la corona del Departamento de Salud —en pleno despliegue de la campaña de vacunación—, y de Economía, que decidirá —más allá de una comisión interdepartamental— el destino de los fondos europeos. Sin embargo, y mientras por los oficios del sempiterno David Madí —quizás el más importante hombre de poder del mundo postpujolista, esté directamente en el Gobierno o no— se ha indicado a Joan Giró -exejecutivo de CaixaBank y hombre del establishment más duro- como conseller de Economía, el círculo de los más allegados a Puigdemont (Artadi y Rius, solo por decir dos nombres) prefirió quedarse fuera.

La elección de un perfil como el de Giró ilustra que el “sector negocios” convergente ha vuelto
La elección de un perfil como el de Giró ilustra que el “sector negocios” convergente ha vuelto
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La opacidad del mundo de Junts hace extremadamente complicado saber si esta divergencia de posiciones entre “gobernativos” e “irredentos” responde a un conflicto interno o simplemente a una división del trabajo. Sea como fuere, Aragonès se encontrará bajo un doble fuego cruzado procedente de los postconvergentes, vayan coordinados entre sí o no. Dentro del Ejecutivo habrá presión para acumular el máximo de poder real en manos de Junts: la elección de un perfil como el de Giró es epifenómeno de que el “sector negocios” convergente —aunque sea bajo nuevas formas— ha vuelto con ganas, si es que se fue. Por otra parte, los que voluntariamente se han situado fuera del Govern (pero se han asegurado cabezas de puente en la presidencia y la Mesa del Parlament) tendrán las manos más que libres para seguir torturando a Aragonès con toda la artillería retórica de la traición nacional.

¿Quiere decir eso que la presidencia del republicano nace ya lastrada de manera inevitable? La clave de su perdurabilidad parece depender como mínimo de dos factores, entrelazados. En primer lugar, de la capacidad que tenga de leer correctamente las demandas de la sociedad catalana: la recuperación económica y el empleo están en lo más alto de las preocupaciones ciudadanas. Toca gestionar, no gesticular.

Y en segundo lugar, de la capacidad de acordar: entre las fuerzas políticas catalanas —y esto implica dar centralidad al Parlamento, y romper los bloques en la aprobación de las normas más importantes—; entre las fuerzas sociales, favoreciendo acuerdos entre sindicatos y patronal; y también entre instituciones, fortaleciendo las relaciones con el Gobierno central y también con otras autonomías.

Para llevar a cabo estas dos tareas Aragonès deberá emanciparse del marco que ha regido la política catalana en los últimos diez años, ejerciendo un liderazgo construido en la superación de las divisiones que ha traído el procés. Se tratará no solo de ocupar el despacho del president, sino de demostrar que ahí cabe toda la ciudadanía.


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