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Zweig y las maletas que bostezan

Un volumen reúne por vez primera en catalán las notas de 16 viajes por Europa que, entre 1902 y 1940, realizó el popular autor de ‘El mundo de ayer’

Carles Geli
Stefan Zweig, trabajando en un manuscrito hacia 1930.
Stefan Zweig, trabajando en un manuscrito hacia 1930.GETTY IMAGES

“Mis maletas me están bostezando vacías”, ponía como excusa a menudo Stefan Zweig para no parar quieto por casa. Hijo de un rico industrial textil judío y de una madre de familia de banqueros italianos, el futuro escritor austriaco de Novela de ajedrez y Momentos estelares de la Humanidad recibió una exquisita formación cultural, que comportaba, por tradición, enriquecerla con viajes, especialmente por Europa. Primero lo hizo con sus padres, y ya por su cuenta, de mayor, amplió experiencias, entre otras, tras pasar por China, India y Japón (1908-1909), América (1911) y, de nuevo, por Europa, a la que vio desangrarse con la Primera Guerra Mundial, inicio del fin de su mundo.

“Puertos y estaciones, he ahí mi pasión”, reconoce con 45 años, en un texto de 1926 en el que, con olfato, detecta que el porqué y el cómo del viaje toman un rumbo sin retorno. Otro signo de una época que se acaba. Se impone ya “el viajar en masa, el viajar bajo contrato, el hacerse viajar”; ya no hay viajeros, sostiene, sino “viajados”: “Ninguna necesidad de pensar en dineros, de prepararse, de leer libros, de encontrar alojamiento…”. Un sacrilegio para quien planifica sus trayectos y destinos en función de las estaciones del año o del clima. Viajar o hacerse viajar, titula Zweig el texto, de los centenares que escribió fruto de sacar a pasear sus maletas por el viejo continente, pero uno de los más agudos de los 16 que conforman Viatges (Univers; Catedral, en castellano), selección que acerca por vez primera en catalán esa vertiente de refinado trotamundos del autor de Veinticuatro horas en la vida de una mujer.

El itinerario seleccionado arranca en Ostende, “la más extensa y más elegante de las playas de Bélgica”, fija en 1902, con 21 años, y termina en Londres, en 1940, recién estallada la Segunda Guerra Mundial, a dos años de su suicidio en Petrópolis, Río de Janeiro. Eurófilo por educación cultural y como bálsamo espiritual, Zweig aprovecha sobre todo el apogeo de los viajes en tren para recorrer medio continente, capaz de un rodeo notable sólo para contemplar un monumento concreto, como hace en Francia, donde recala en Dijon para plantarse ante la marmórea tumba de los duques de Borgoña.

Amén de la inevitable Italia, pasa también por la España de 1905. Viajado como ya empieza a ser y culto, se permite hacer un juego, a partir de la música, entre Salzburgo y Sevilla; otro alarde de conocimiento, ahora arquitectónico y pictórico, le permite poner la ciudad andaluza como contrapunto de Madrid y Castilla, “pesada como la sombra de El Escorial” u oscura como “un Zurbarán”, frente a una Andalucía que es “como si hubiera salido el sol”.

Molesto en un mundo que se ha vuelto “malcarado y ruidoso”, cree que “es bueno, en última instancia, que cada año unas cien mil personas se arrastren panzas en gloria” por uno de los peores escenarios de la Primera Guerra Mundial, Ypres, en clara competencia como destino turístico belga con la hasta entonces imbatible Waterloo. Porque ya que aquella “ciudad sin corazón”, que en una especie de “feria de los muertos” ha hecho que su “curiosidad turística sean doscientas mil tumbas” y que uno de sus más famosos souvenirs del campo de batalla recaiga en “un crucifijo de bronce con una cruz hecha con cartuchos recogidos”, al menos sirva para recordar “el Gran Crimen”, para “retornar a esos años execrables, que nunca deberían ser olvidados ni desaprendidos”.

En el hotel de Mozart y Casanova

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Por esa grieta de la Gran Guerra empezaba a filtrarse camino de la desaparición la razón de ser de Zweig, que luego tan bien reflejaría en sus afortunadas memorias póstumas, El mundo de ayer. Los textos de estos viajes, como sus diarios, pueden leerse como ensayos de aquellas páginas de luz crepuscular. Lo destila también en Necrología de un hotel (1918), donde critica la decisión de las autoridades de Zúrich de comprar el antiquísimo Hotel Schert y convertirlo en una oficina tributaria. “Una bella fama de perseverancia en el tiempo, arruinada para siempre”, constata, recordando que durante los siete siglos de vida del hotel, personajes como Mozart, Goethe, Casanova (disfrazado de camarero excesivamente servicial para satisfacer a unas damas) y Madame de Staël, entre otros, hicieron parada y fonda. Memoria viva de Europa, recuerda Zweig desapariciones similares en medio continente y, en particular, el derribo en su Viena natal de la casa mortuoria de Beethoven o, premonitoriamente, del restaurante Schwann en Fráncfort, donde se firmó la paz entre Alemania y Francia en 1871. “Es patrimonio colectivo de nuestro mundo (…) No reconocemos el verdadero valor de una cosa hasta que la hemos perdido”, sentencia.

La declaración de la Segunda Guerra Mundial le pilla ya en Inglaterra, donde se había refugiado en 1934 tras ver cómo un año antes sus libros eran quemados por los nazis. La vida le lleva a ver el inicio de cada una de las dos guerras desde un frente diferente. En 1914, en Viena, la declaración fue “una euforia, un éxtasis. Sólo conocíamos la guerra por los libros, nunca la habíamos tenido por posible en una época civilizada”. Los jóvenes se agolpaban ante las oficinas de reclutamiento con una sola angustia: “que los llamasen demasiado tarde y se perdieran la aventura”. Los cafés restaban abiertos hasta altas hora de la noche y cargados de parlanchines, “cada uno, un estratega, un estadista, un profeta”.

En Inglaterra, sin embargo, en 1940 nadie se libra a la euforia, porque ahora ya se sabe que una guerra mundial es “una fatalidad” que “consume cantidades industriales de personas y dinero”. Le sorprende la impasibilidad anglosajona, que atribuye en parte a “una educación que sistemáticamente acostumbra al niño a esconder los sentimientos”, pero, sobre todo, al amor de los ingleses por la jardinería, en tanto saben que “lo esencial de nuestra Tierra, que es su belleza, se mantiene inmune a la locura de la guerra y a las animaladas de los políticos”. Lo escribe en Huertos y jardines en tiempos de guerra (1940), texto que cierra un Viatges de estilo aparentemente sencillo y de un humanismo ingenuo, una Europa de regusto a Arcadia, como toda la obra de Zweig, según algunos críticos. Pero quizá una vitamina espiritual de nuevo necesaria hoy para una Unión Europea renqueante de post-brexit y pandemia.

4.000 ejemplares cada año en Quaderns Crema

Stefan Zweig es un escritor muy popular en parte por sus biografías, fenómeno de ventas con velocidad de crucero, impasible a los tiempos y las modas. En catalán, no es una excepción, desde que ya en un temprano y coetáneo 1929 fuera traducido por Ernest Martínez Ferrando a partir de las nouvelles 'Amok i Vint-i-quatre hores en la vida d’una dona'. Diversas editoriales tienen y publican libros de o sobre el autor austríaco (Edicions de l’Ela Geminada, Lleonard Muntaner …), pero quien más lo ha editado y ha hecho por su promoción en catalán en las últimas décadas es Quaderns Crema, donde hasta su fundador, Jaume Vallcorba, llegó a actualizar personalmente la traducción de 'Vint-i-quatre hores...' en 1996. Hoy tienen en catálogo 15 títulos de Zweig, de los que venden en total una media de 4.000 ejemplares cada año. Apuesta segura, este mismo curso aparecerán dos nuevos títulos: 'Triomf i tragèdia d’Erasme de Rotterdam' (“la primera persona en adquirir consciencia de europeo, el primer pacifista militante, el defensor más elocuente del ideal humanístico, social y espiritual”, escribió bajo los efectos de la deriva totalitarista en el continente), previsto para abril, y los 'Dietaris', también inéditos en catalán, en junio.

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Sobre la firma

Carles Geli
Es periodista de la sección de Cultura en Barcelona, especializado en el sector editorial. Coordina el suplemento ‘Quadern’ del diario. Es coautor de los libros ‘Las tres vidas de Destino’, ‘Mirador, la Catalunya impossible’ y ‘El mundo según Manuel Vázquez Montalbán’. Profesor de periodismo, trabajó en ‘Diari de Barcelona’ y ‘El Periódico’.

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