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LOS INTOCABLES

Un grito de alerta en Casa Almirall

Pere Pina, socio del bar fundado en 1860, acusa a los políticos de no proteger a los locales emblemáticos y de falta de “sentido común” en la pandemia

Pere Pina, propietario del bar Casa Almirall, tira una caña.
Pere Pina, propietario del bar Casa Almirall, tira una caña.Albert Garcia (EL PAÍS)
Àngels Piñol

Bruna, la camarera, escucha acodada tras la barra de mármol junto a la esbelta escultura, musa de la Exposición de 1888, el enérgico discurso de Pere Pina, uno de los dos socios de Casa Almirall, el bar más antiguo de Barcelona. Es viernes. Un viernes de esta interminable pandemia que ha puesto patas arriba la vida de este tesoro situado en la esquina entre Joaquim Costa y Ferlandina, forzado ahora a cerrar por la covid-19. — Veo el futuro mal. Los políticos no tienen sentido común. ¿Qué sentido común hay —se pregunta Pere— en que te sigan cobrando impuestos si no puedes ejercer y te obligan a cerrar?

Nacido en Mataró en 1954, Pere es muchas cosas: estudió diseño industrial, es cocinero, amante del arte y, sobre todo, es un romántico que ha entregado su vida al Almirall, aquel bar en el que se reunían los anarquistas en la Guerra Civil y que él conoció tomando vermut en los 70. Enamorados del local, cuatro amigos pagaron el traspaso al entonces su dueño, Peret Piñol. Un año después, quedaron solo dos socios, Pere Pina y Ramon Solé, que lo restauraron. Y hasta hoy. Aún siguen en este bar que miman como un hijo desde 1976.

“Este tipo de negocios familiares van desapareciendo. De cada 100 euros, 43 se van en impuestos”, lamenta Pere mientras ataca un pincho de tortilla. “No hay nadie que no viva al día. Si puedes ganar entre 3.000 o 4.000 euros tras afrontar gastos, puedes estar contento. Pregunta a quien quieras”.

Es mediodía y no hay clientes en este local nacido en 1860 y que lleva por nombre el apellido de la familia que lo fundó. No ha cambiado apenas el Almirall en estos 160 años, mimetizado en el barrio. Las mismas mesas, la misma barra, la misma musa, el mismo botellero de pino rojo ruso y que Pina cree que es la primera obra modernista conocida. Ahí está la misma cenefa de flores amarillas y verdes que recuperó Jesus Moix, el padre de Terenci Moix, vecino y pintor, que tenía la divertida extravagancia de llevar la paleta de colores en su propia corbata a topos. Solo son nuevos un cartel de la primera Exposición Universal y otro de 1916 en el que el Ayuntamiento de París rinde homenaje a los mutilados en la Gran Guerra. La trastienda sí se reformó como bar y en ella luce una litografía de una lata Campbell de Warhol.

Condenado ahora a hibernar su vida nocturna —hubo una época, con las partidas de burro, en que no cerraba nunca—, el Almirall primero se reinventó abriendo de viernes a domingo pero las nuevas restricciones han forzado su cierre temporal. Sus cinco trabajadores están en ERTE. Su recaudación cayó un 70%, el mismo porcentaje de facturación que da el Gobierno belga a los bares cerrados: “Pero aquí pagan ERTEs con la gente en casa cuando podrían venir a limpiar o a arreglarlos”. Su consuelo es que entre el Gobierno central y el Govern ha recibido 3.500 euros de ayuda. En Nochevieja nunca abren.

No niega que ha tenido miedo a contagiarse y vive con el pesar de que la pandemia le arrebató a un gran amigo, farmacéutico y cocinero. Pere se pasó el confinamiento en el Almirall limpiándolo y desmontándolo de arriba abajo hasta que en verano se fue a trabajar de cocinero al hotel de una amiga en el Port de la Selva. “Aquí no hacía nada”, musita. Apabullado por la feroz crisis, acusa a los políticos de no tomar decisiones y asumir su responsabilidad para no equivocarse. “No pisan la calle. No captan la realidad. No sé si la gente tiene petróleo en el recibidor. Ni cómo hemos sobrevivido estos meses”.

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Amante de la navegación, Pere dice que el Almirall es como un barco viejo: cuando acabas de reparar la proa hay que empezar por la popa. “Casi es más fácil quemar el barco y comprarse uno de fibra de vidrio. Más rápido y menos gasto”. Tras invertir una fortuna en recuperar el bar, echa de menos el apoyo institucional para proteger a los establecimientos históricos y que el Parlament apruebe una ley que preserve el contenido como en Francia o Italia. “Propuse a la Asociación de Establecimientos Emblemáticos vender a coleccionistas el patrimonio industrial para preservarlo pero se llevaron las manos a la cabeza. Han desaparecido y desaparecerán cosas magníficas y joyas como la tienda Emporio”, avisa. Y en tono jocoso añade que cuando una institución quiere dar una subvención “siempre aparece un tío que no entiende”. “Nos querían pagar”, recuerda, “el 50% si esgrafiábamos las cenefas que pintó Moix”. Auténticos hasta la médula, la rechazaron: “Dijimos que no: nunca lo estuvieron”.

Fundación: 1860

Producto estrella: El vermut Oliveta, rescatado para celebrar los 150 años del Almirall.

Proyecto inmediato: Poder volver a abrir con normalidad.

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