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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Obama y nosotros

La publicación de las memorias del presidente demócrata, en paralelo a los últimos días de Trump, despeja muchos equívocos sobre la victoria electoral de 2007

Barack Obama en 2007
Barack Obama cuando era candidato a la presidencia en diciembre de 2007.Keith Bedford (REUTERS)
Lluís Bassets

Trump se va, afortunadamente. Y llegan las memorias de Obama (Una tierra prometida, Debate), que nos permiten la lectura en paralelo de las postrimerías del trumpismo y del libro sobre los primeros años de la presidencia del demócrata. El equívoco es formidable. Quienes siguieron con atención la campaña y la presidencia de Obama ya lo sabían, pero las memorias, el primer volumen de momento, conducen a observarlo con detalle. Todo lo que parecía inspirarse aquí entre nosotros en Obama se dirigía en dirección contraria, y especialmente la irradiación de la consigna Yes we can que terminó produciendo el hispánico Podemos.

Dos movimientos contradictorios se han cruzado en los últimos 10 años de nuestra historia. Por un lado, un nacionalismo populista que ya era proto trumpista cuando Trump aún no había saltado a la palestra. Y de la otra un movimiento inspirado en la victoria de Obama, que se organiza también como un populismo de izquierdas capaz de confluir con el nacional populismo independentista.


Entre los que se inspiraron en el ‘Yes we can’, muchos ‘hicieron un Trump’ creyendo que ‘hacían un Obama’

En cierta forma Obama dio la señal de salida. El cambio era posible. Lo leyeron casi simultáneamente los indignados del 15M, en 2011, y la Convergència de Artur Mas, en el verano de 2012. Podemos y el procès se pusieron en marcha como si siguieran la consigna de la campaña: Fired up! Ready to go! [¡Preparados! ¡En marcha!\]. Pero fue Trump con su victoria inesperada quien dio los ánimos al independentismo: todo era posible, incluso lo que parecía más inimaginable, como que Cataluña se convirtiera en un abrir y cerrar los ojos en un estado independiente.

El equívoco más importante es que la victoria de Obama se fundamenta en una estrategia centrípeta, de unidad y de transversalidad, de cara a conseguir unos Estados Unidos post raciales, y en cambio obtiene como efecto centrífugo la organización del Tea Party, la victoria republicana en la Cámara de Representantes en las elecciones de mitad de mandato de 2010 y luego la llegada de Trump a la presidencia en una reacción blanca, racista y supremacista.


La estrategia demócrata, a diferencia de la republicana, era transversal y centrista, sin enfrentamiento generacional
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La estrategia no era improvisada de cara a la elección presidencial. Era la culminación de una larga marcha de la comunidad negra hacia la plena normalización política, expresada en el hecho finalmente más destacado de aquella presidencia: por primera vez el patrón de la Casa Blanca no era un ciudadano blanco. De cara a todas las minorías, este solo hecho era de la máxima relevancia. Lo fue incluso de cara al mundo entero. El hombre más poderoso del planeta era un negro en el país donde los negros habían sido primero esclavizados, después segregados, y aún eran ahora discriminados.

¿Cómo consiguió Obama los votos que le dieron la presidencia? La respuesta a esta pregunta es muy importante e incluso de valor universal para los países donde hay minorías del tipo que sea. La estrategia de Obama venía de lejos. En 2004 ya ganó su escaño en el Senado, donde no había en ese momento ningún otro senador de color, gracias a que obtuvo los votos de los blancos de casi todos los distritos de Illinois. Era un negro el que se presentaba pero su programa se dirigía a todo el mundo. Se trataba de un hombre joven, que disputaría y ganaría el liderazgo demócrata a una mujer mayor, Hillary Clinton, pero no en una guerra de generaciones sino al contrario, en la continuidad de la lucha por los derechos civiles y por la igualdad.

Bien valdría la pena una reflexión catalana sobre la doble experiencia de Obama y de Trump. Con frecuencia excesiva se ha hecho una lectura meramente de ingeniería política y digital y se han olvidado los contenidos ideológicos y las políticas concretas. Obama movilizó sentimientos, pero su propuesta no era sentimental ni fundamentada en programas vacíos ni en noticias falsas. Lo mismo puede decirse de la viralización de los mensajes y de la capacidad recaudatoria y organizativa, muy bien aprendida por algunas organizaciones como la Asamblea Nacional Catalana, pero con una pobreza de contenidos ideológicos devastadora.

Ciertamente, Obama supo convertir la movilización social y la protesta política en energía electoral, y lo hizo sobre todo en la organización del voluntariado dentro del partido demócrata, aunque este despliegue de energías encontró una respuesta simétrica pero de signo contrario en las bases del Tea Party, que acabaron transformando el partido republicano en partido trumpista, con una pulsión autoritaria destructiva para el sistema. Aquí, en cambio, en lugar de hacer cambiar los grandes partidos, ha habido una doble dinámica izquierdista y secesionista en modo trumpista que ha buscado la destrucción del bipartidismo y la erosión del sistema constitucional.

Obama, y ahora Biden, tienen un proyecto de país, mientras que aquí no ha habido ninguno, ni entre los rupturistas ni entre los que se resistieron a la ruptura. En lugar de superar la Constitución o de aplicar dogmáticamente su letra literal, lo que Obama quería era resucitar su espíritu y hacer realidad su promesa de igualdad, de libertad y democracia. No ofrecía un programa radical, izquierdista y antirracista, sino una propuesta reformista, socialdemócrata y unificadora de todos los ciudadanos, dirigida a republicanos y demócratas.

Obama no ha sido un paréntesis, tal como demuestra la victoria de Biden y sobre todo la miseria política, social y económica, y sobre todo sanitaria, de la presidencia de Trump. Pero sí ha sido un espejismo, sobre todo para los europeos, y más en concreto aquí entre nosotros. Algunos pensaban que seguían su experiencia, especialmente en las cuestiones más formales de su campaña, pero han hecho lo contrario. Creyendo que hacían un Obama han terminado haciendo un Trump.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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