Por un grado universitario de artes liberales
Hay que superar tres obstáculos: la rigidez del sistema de acceso a la universidad, el coste reducido de sus matrículas y la dificultad innegada de contar con muchos profesores con muy buen nivel de inglés
Barcelona da para un buen grado en artes liberales, uno tal que aúne historia y literatura con filosofía y ciencias sociales, matemáticas y lógica con argumentación fundada, comunicación escrita y verbal con creatividad y crítica. Las artes liberales son un invento europeo que al final han cimentado el éxito universitario americano: algunos de los mejores colleges estadounidenses se han centrado en ellas. Son el Williams College (Williamstown, Massachusetts) —donde estudió Louise Glück, Nobel de Literatura de este año de 2020— o Amherst College (también en Massachussets) —donde lo hicieron Joseph Stiglitz y Edmund Phelps, Premios Nobel de Economía en 2001 y 2006, respectivamente—. Otro, menos conocido en Europa, pero igualmente notable es St. John’s College (Annapolis, Maryland y Santa Fe, Nuevo México), el cual organizó en los años treinta del siglo pasado un grado centrado en la lectura de más de cien grandes libros (Great Books Movement). En Berlín, el Bard College acoge a 250 estudiantes de 60 países, con un 72% de becas y ayudas. Holandeses y suizos tienen algunos otros excelentes.
Una de las ventajas de la educación universitaria americana es su división entre undergraduate —el college— y graduate education, como, por ejemplo, los grados preprofesionales en derecho y medicina, los cuales siguen a las enseñanzas del college, no se simultanean con ellas. Es un sistema costoso, pero genera profesionales de primer nivel. Por comparar, todos los abogados americanos hablan y escriben bien el inglés. Pero es que antes de la carrera de derecho, han cursado cuatro años de artes liberales, de ciencia política, de inglés u otro similar (o no) en un college. Derecho, habré escrito varias veces, sería una carrera extraordinaria si se cursara a partir de otra.
Hay que reaccionar con nuevos proyectos concretos, complejos de armar y realizar pero que sean poco costosos
Podríamos traer la experiencia a Barcelona después de la pandemia. Empezaríamos con un centro adscrito a una universidad o a un consorcio de ellas, ofrecido primero a estudiantes extranjeros y abierto enseguida a los locales. Enseguida les explico por qué podría convenir empezar con los de fuera.
Hay que superar tres obstáculos: la rigidez grande del sistema de acceso a las universidades españolas, el coste reducido de sus matrículas y la dificultad innegada de contar con muchos profesores muy buenos que sepan enseñar en un inglés igualmente bueno. En España, el acceso a un grado universitario pasa por las pruebas de acceso la universidad, las PAU, o por un procedimiento de homologación y convalidación de títulos burocrático y largo. Para obviarlos, una escuela de artes liberales habría de desembocar en un grado aceptado por un sistema extranjero, americano por ejemplo, algo que requiere, entre otras cosas, consorciarse con una universidad de aquel país. Si no, no habrá muchos extranjeros que quieran pasar cuatro años en Barcelona. Pero si se salva esta cuestión, tendríamos cola.
La solución sería sufragar el ambicioso programa con tasas ad hoc y lanzar un buen programa de becas
Una segunda cuestión es que las tasas de las universidades españolas son entre treinta y cincuenta veces más reducidas que las pagadas en EEUU. Por ejemplo, lo más parecido a un estudio de artes liberales que tenemos en Barcelona es el grado mixto de Filosofía, Política y Economía que ofrecen conjuntamente la Universidad Pompeu Fabra, las Autónomas de Madrid y de Barcelona y la Universidad Carlos III: cuesta 1200 euros por curso, una maravilla para los 60 privilegiados estudiantes que acceden a él cada año, pero una cantidad que no financia un programa como el sugerido en este artículo. Y como tampoco creo que hubiera de pagarlo el contribuyente, la solución sería sufragarlo con tasas ad hoc y lanzar un buen programa de becas.
El tercer tema es contar con un claustro amplio de profesorado de primer nivel y con muy buen inglés. No es tan fácil: piensen que un grado en artes liberales tiene unas pocas asignaturas básicas, una oferta cumplida de obligatorias y muchísimas optativas. Barcelona, Cataluña y España cuentan con muchos buenos profesores jóvenes que se manejan bien en inglés. Habría con conjurarse en convocarlos y atraerlos al proyecto.
La covid-19 es trágica para quienes han fallecido y para quienes sufren secuelas graves de la enfermedad, pero no siempre se pone de manifiesto que, en el mundo, nos ha retrotraído una generación en la lucha contra la pobreza extrema, o que en nuestro país ha dejado en la calle a muchas personas. Hay que reaccionar con nuevos proyectos concretos, complejos de armar y realizar, pero poco costosos de financiar. Con cien de ellos, saldremos adelante. Sea este —que no es idea mía— uno de ellos.
Pablo Salvador Coderch es catedrático emérito de Derecho civil en la Universitat Pompeu Fabra.
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