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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La distensión desinfla a Ciudadanos

La media legislatura catalana ha sido la gran ocasión perdida para que el partido de Arrimadas se afirmara como dirigente de la oposición en el Parlament

Enric Company
Inés Arrimadas, en el Parlament de Cataluña, en una imagen de archivo.
Inés Arrimadas, en el Parlament de Cataluña, en una imagen de archivo.ALBERT GEA (REUTERS)

En contra de lo que a primera vista pudiera parecer, el giro independentista dado en 2012 por Artur Mas y sus aliados no le ha ido electoralmente nada mal al nacionalismo españolista en Cataluña. Al revés, el mejor resultado histórico del centroderecha españolista en unas elecciones al parlamento catalán fue el logrado el 21 de diciembre de 2017, tras cinco años de escalada independentista, incluida una fallida proclamación de la república catalana y la subsiguiente intervención de la Generalitat por el Gobierno de España. Los no independentistas sumaron aquel día el 51% de los votos, pero, además, la derecha españolista alcanzó el 29,59%, un récord absoluto. Nunca antes había subido tanto.

Una de las particularidades de esa espectacular crecida electoral fue que la capitalizó Ciudadanos, un partido creado en Cataluña en 2005, en vez del ya gastado y corrupto Partido Popular (PP) de Mariano Rajoy. La candidatura de Ciudadanos que encabezó Inés Arrimadas fue el partido más votado en aquella ocasión y obtuvo el 25,35%, de los votos, nada menos que la mitad de todos los no independentistas. Redujo al 4,24% los votos del PP y aspiró con fuerza parte de los apoyos electorales tradicionales del PSC y hasta de En Comú Podem. Sin embargo, no fue suficiente para impedir que los tres partidos independentistas alcanzaran la mayoría absoluta.

Los sondeos sobre intención de voto otorgan a Ciudadanos unas expectativas mucho menos optimistas. La encuesta del Centre d’Estudis d’Opinió (CEO) del mes de octubre les atribuye el 12% de los votos si las elecciones al Parlament se celebraran ahora, en un contexto de relativo estancamiento del esquema bipolar instaurado hace ocho años con la apuesta independentista. El sistema catalán de partidos se ha dividido en dos grandes bloques, que oscilan en torno al 50% del electorado para cada uno, hasta ahora siempre con ventaja de los no independentistas, pero con un margen muy ajustado. El fiel de esta balanza electoral se mueve poco.

¿Qué ha pasado para que el partido más votado el 21-D de 2017 esté en trance de perder nada menos que la mitad de sus votos en tan solo dos años? Una de las respuestas a esa pregunta es obvia: el riesgo de una proclamación efectiva de la independencia de Cataluña ha desaparecido del horizonte político. Ni los partidos soberanistas, con sus líderes encarcelados o exiliados, creen ahora que el independentismo sea una opción factible a corto plazo. Esto implica por sí solo un descenso de la tensión política. La tensión aupó a Ciudadanos, la distensión le desinfla.

Pero no será porque durante estos últimos años no haya habido otras causas de tensión política. Basta recordar que en ellos se ha producido la condena judicial del PP por corrupción, un cambio de gobierno en España mediante moción de censura parlamentaria, la consiguiente formación de una alternativa multipartidista al conservadurismo y dos elecciones legislativas muy competidas que ha ganado la izquierda. Ciudadanos no acertó al encarar tan agitado periodo de la política española. Atacó al PSOE como en Cataluña había hecho contra el PSC. Naufragó en esa apuesta y con ella perdió a su líder, Albert Rivera. Lo demás ha sido consecuencia de ese desacierto: Arrimadas abandonó su escaño en el Parlament para ocupar otro en las Cortes, lo que descabezó a la oposición en Cataluña. Todo eso confirmó la sensación de que no hay alternativa en el Parlament, una idea que ya se apuntó inmediatamente después del 21-D cuando Arrimadas desechó la oportunidad de presentar su opción a formar gobierno y presidir la Generalitat.

Aquella renuncia tenía su lógica, pues era obvio que Arrimadas no podía ganar la votación de investidura en un Parlament con mayoría absoluta del bloque independentista. Pero, además, era también fruto inevitable del frentismo alimentado por Ciudadanos desde su nacimiento: anticatalanistas contra catalanistas. Lo que el 21-D le había permitido agrupar a casi todo el voto de la derecha anti independentista le impedía semanas después encontrar aliados fuera del campo de la derecha.

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A Ciudadanos y al PP les ha crecido durante esta media legislatura catalana, además, un competidor por la derecha, en el espacio del españolismo y el anticatalanismo, un partido llamado Vox que explota a fondo el registro ideológico del nacionalismo más desinhibido, el racismo y la xenofobia. O sea, hay más pescadores para un caladero de votos que no ha crecido. El sondeo del CEO apunta que, si ahora hubiera elecciones al Parlament, entre Ciudadanos, PP y Vox sumarían el 22,5% de los votos, siete puntos porcentuales menos que el 29,5% que Ciudadanos y PP sumaron en 2017. El 21-D aparece hoy para Ciudadanos como una irrepetible gran oportunidad histórica.

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