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opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

A ver qué se puede hacer

Toque de queda o cultura, en esas estamos, en estos momentos de la peste y en el tiempo que vendrá

Mercè Ibarz
Exposición 'Arte y mito. Los dioses del Prado en el CaixaForum'.
Exposición 'Arte y mito. Los dioses del Prado en el CaixaForum'.Albert Garcia

El título no es mío sino del espléndido libro de Lorrie Moore (Eterna Cadencia, traducción de Cecilia Pavón) que recoge algunos de sus ensayos, reseñas y crónicas. A su vez, tampoco no es exactamente suyo, sino de Robert Silvers, el editor de la revista The New York Review of Books, que le publicó algunos de estos perspicaces y amenos escritos. El jefe le pedía que considerara escribir sobre algo, le preguntaba por sus intereses y le pedía si podía echar un vistazo a esto o aquello. “A ver qué se puede hacer”, concluía cada vez.

Viene en mi ayuda por dos razones. La primera es que, aun a costa del temor a no saber qué más relevante decir del momento actual, algo habrá que seguir escribiendo sobre el asunto, en este espacio común, e inmediato, entre escritura y lectura que es un periódico. La segunda razón, y la más poderosa, es que este libro de la novelista Lorrie Moore metida a comentarista y cronista, como toda obra de cultura, nos recuerda que de eso se trata, de ver qué se puede hacer. Mientras esperamos vacunas y mayor justicia social, el asunto ahora mismo quizá sea ese: toque de queda o cultura. Siguiendo a Moore y su potente humor: “Cuando es posible una tiene que darse ánimo”. Y este libro lo da.

Toque de queda, declarado, mientras escribo, en Francia, Bélgica y Eslovenia (de momento) y en Gran Bretaña sin declarar (de momento). Es una lengua de guerra puesta al día. En la primera ola teníamos expresiones guerreras diversas –"el virus es una guerra"– que se han ido modulando de manera sutil. Ya no las oyes ni las lees. A medida que la robustez o no del sistema sanitario ha dejado de estar en primera línea informativa, a pesar de las protestas de sus profesionales y de la crisis evidente, ya no hablamos de “guerra”. Tal vez porque, si era una “guerra”, había que “armar” a sus combatientes. Algo que no puede decirse que se haya hecho en la medida necesaria. Tal vez porque, si era una “guerra”, la renta mínima universal para aguantarla en la “retaguardia” tendría que ser ya un hecho, y no lo es. Hemos dejado de hablar de “guerra” y listo. Ahora hablamos de “toque de queda”.

Es una manera de indicar que, cuando sea que esto deje de ser como es ahora, lo que nos espera es una posguerra. La enorme dificultad de las posguerras. Me adelanto a lo que sea para proponer, pues, celebrar la cultura.

Celebrarla en todas partes, no cabe decirlo de otra manera: en cualquier lugar. No vale seguir profiriendo que la cultura –las obras de la cultura– son para los pocos que pueden disfrutarla: por casta unos, por educación otros, por devoción los más. Tampoco vale trazar una frontera mayor entre cultura popular y aristocracia cultural. Lo admitamos o no, para la mayoría de las personas que disfrutan con una obra de cultura, incluidas la artesanía, el diseño o las series, la cultura es una, la de sus creadores, que ayudan a seguir tirando (como ahora). Y nos descubren belleza y verdad, que no son siempre fáciles de ver y asumir, pues la belleza y la verdad pueden ser muy oscuras.

El domingo, una hora después de abrir taquilla, CaixaForum avisaba que hasta dos horas más tarde no habría más entradas: todas vendidas. Hay reducción de aforo en las salas, claro, es la gran razón. Pero también, y puede que más aún, hay ganas de ver esos grandes y hermosos cuadros que han llegado del Prado para recordarnos los mitos que, con mayor o menor conciencia de ellos, siguen sustentando nuestra sociedad. Porque necesitamos creer que seguimos siendo una sociedad, con criterios básicos compartidos. Y cuando el Estado no puede garantizar la salud (y encima sus gobiernos se pelean a matar), algo profundo se tuerce en el colectivo.

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Cultivar las ilusiones, recomendaba con fervor en sus últimos años el diseñador italiano Enzo Mari, muerto esta semana a los 88 años. Hablaba al cabo de una vida de creación de objetos y diseños, que empezó con su colaboración con otro de los grandes del diseño, Bruno Munari, y su puzle para niños. Autodidacta en tantos aspectos, diseñador que proyectaba los objetos en el mismo momento de hacerlos, Mari decía que todo lo había aprendido de los niños, observándoles, y que si por él fuera cualquier niño de dos años tendría el Nobel, por su inventiva y capacidad de autoaprendizaje.

En todas las casas, donde ahora debemos pasar tantas horas, en malas condiciones y en poco espacio algunos de nosotros y nuestros vecinos, evitar lo que atenta contra el ánimo es la propuesta. A ver qué se puede hacer.

Mercè Ibarz es escritora y crítica cultural.

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