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Caricias y bofetones, dos despedidas de La Mercè

La música 'a capella’ de Marala y el rock de 12Twelve certifican el éxito musical de las fiestas

Dos de las componentes de Marala de concierto dentro de la programación de música de La Mercè 2020.
Dos de las componentes de Marala de concierto dentro de la programación de música de La Mercè 2020.CRISTOBAL CASTRO

Entre las muchas caras de la música que se ofrecían en la última jornada musical de fiestas de La Mercè, bien podrían ser las de Marala y 12Twelve las que resumiesen mejor la amplitud de miras y la variedad de propuestas que han llenado de música las calles de la ciudad durante este fin de semana. Por una parte, Marala es un trío femenino vocal que hace de la suavidad su mascarón de proa, mientras que 12Twelve, con su rock teñido de experimentación y vanguardia, si es que hoy vanguardia significa algo, muestran la crudeza de un sonido que quiere ser cualquier cosa menos suave. Estos nombres fueron dos de los que protagonizaron un último día de unas fiestas que han sido muy raras, pero que al menos han sido.

El aspecto positivo de unas fiestas bajo la pandemia ha sido descubrir rincones descentralizados para la oferta musical. Por ejemplo, los jardines del Doctor Pla i Armengol, en el Guinardó, una enorme amplitud de terreno presidido por la casa señorial con aires de masía en la que vivió quien a los jardines da nombre, y que hizo fortuna descubriendo tratamientos contra la tuberculosis a partir del suero de los caballos que por allí mismo pacían. Ahora no hay caballos, claro, pero en la mansión se atesora la colección de muebles, casi todo piezas únicas de los siglos XVI al XVIII, de su hija, según los expertos una de las mejores del mundo, y de paso los no expertos pueden descubrir en sus exteriores que el algarrobo tiene por nombre científico Ceratonia Siliqua. Son cosas que se pueden aprender esperando el inicio de un concierto bajo pandemia, actividades imposibles en los emplazamientos habituales de los escenarios. Como volverse a dar cuenta, gracias a las estupendas vistas que desde esos jardines se tienen de la ciudad, que Barcelona es, en realidad, un pañuelo.

En los jardines había dispuestas 267 sillas que casi se llenaron. El problema de las reservas de plaza es que siempre hay personas que el día del concierto no acuden a hacerla efectiva, de manera que, pese a que la afluencia ha sido buena, siempre quedan sillas libres, una lástima cuando todos los conciertos han agotado técnicamente las entradas. Dentro del recinto, mezcla total de público, desde señoras con esos perfumes que penetran las mascarillas más tupidas, hasta chavalería post adolescente pasando por jóvenes matrimonios con bebés a cuestas y jubilados. Esta disparidad de interesados confirmó que la música Marala, un trío femenino con patas en Valencia, Cataluña y Mallorca, cuna de sus componentes, se está haciendo un hueco en el panorama musical local.

Estas tres jóvenes cantantes y compositoras parten de la tradición y de los cantos de trabajo para construir un cancionero con piezas propias, tradicionales y de otros compositores en las que descubrir la diferencia entre lo que es antiguo y actual resulta casi imposible. Canciones a capella primorosamente esculpidas en el aire, letras en castellano, catalán e incluso euskera y posicionamientos feministas se dieron la mano en un recital en el que fueron acompañadas por Javier Lozano con sus flautas y la percusión de Roger Martínez. Temas como Llenguatge dels cossos, El salt de la bella dona, cantada también por Maria del Mar Bonet, Cançò de nit o Rosa i espina dieron prueba de sus posibilidades, ampliadas por un Lozano que con sus flautas —algunas de ellas obra de su ingenio de lutier que construye con objetos cotidianos— puso el contrapunto junto con la delicada percusión de Martínez a las tres voces, por cierto perfectamente armonizadas.

Poco más o menos como la catarsis desplegada a partir de las 21 horas en la plaza de Joan Coromines por 12Twelve. Mientras en el exterior la policía recriminaba a los skaters la falta de mascarilla, la veterana formación, nacida en Barcelona a finales de los noventa y recientemente reaparecida, ofreció un concierto físico e intenso, un cruce entre el rock y el jazz menos acomodaticios. Sonidos impredecibles, pero al mismo tiempo ordenados bajo un invisible guion, clavaron en sus sillas al público que casi llenó el aforo de la plaza. Fue el perfecto remate a una Mercè extraña en la que la música ha seguido siendo una ayuda, una de las ayudas más humanas en estos tiempos de inhumanas distancias.

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