Oleksandr y el batallón Aidar
El atracón informativo y la histeria de las últimas horas pueden eclipsar la mejor historia
La nota de prensa suele llegar, como mínimo, por tres canales: Whatsapp, Twitter y el ya obsoleto mail. Y lleva de todo: información, vídeo, fotos e incluso, estos días, declaraciones enlatadas que sirven a la perfección con la excusa del coronavirus. Los periodistas somos el receptáculo de toneladas de noticias perfectamente elaboradas por los gabinetes de prensa, a los que no hay que restar mérito. Solo la curiosidad, la obstinación y las fuentes propias aplacan la apisonadora del carril (así se conoce en la jerga a la agenda que marcan las instituciones) e impiden que se te lleve por delante, unificando lo que cuentan todos los medios.
Transformados en pulpos de ocho manos y cabezas, nos esforzamos en leer y analizar la avalancha de información, escapar de ella y discernir si tras las interesadas notas oficiales se esconde una historia. Hay quien cuenta que antes el periodista no se levantaba antes de mediodía. Haberlos quizá haylos, pero nadie les ha visto desde que las webs nos poseyeron. Tal atracón informativo y la histeria de la última hora pueden eclipsar la mejor historia.
Me pasó el 27 de abril. La nota de prensa rezaba: “La Policía Nacional detiene en Barcelona a un fugitivo ucraniano reclamado por las autoridades de su país”. Se pedía su extradición por “vandalismo, secuestro, robo con violencia y sustracción de vehículo”. A un lector normal puede parecerle muy grave. Pero si tu día a día, informativo, lo conforman asesinatos, ajustes de cuentas, contenedores llenos de drogas, mafiosos, corrupción y protestas históricas que acaban mal, se puede pensar que es un fugitivo común más refugiado en las plácidas playas y el sol de la costa catalana.
Pero leída con detenimiento, la nota contenía un guiño claro al periodista. Además de los incidentes violentos en un club deportivo, los destrozos en un hotel y las amenazas y robo a una mujer, el hombre estaba acusado, junto a otras “10 personas no identificadas”, de “introducir por la fuerza en una furgoneta al presentador de un canal televisivo”. Con un día de retraso, me puse a desenredar la madeja.
La persona que esconde la nota de prensa es Oleksandr Z., un “ultranacionalista ucraniano”, le definen fuentes policales, que el 25 de junio cumplirá 42 años. Implicado en política, su partido no logró ningún escaño. ¿Un neonazi? “No hemos encontrado nada en su domicilio que indique eso”, añaden. Supuestamente, destrozó un canal de televisión modesto, Canal 17, intentó secuestrar a su presentador Andreii Pavlosky, protagonizó acciones contra la embajada rusa en su país, participó en peleas tumultuarias…
Un reportaje del diario The Independent, de 2014, sobre la convulsa situación en Ucrania, da algunas pistas más. En él, Oleksandr Z. explica que había sido francotirador del controvertido batallón Aidar, vinculado a la extrema derecha, en los combates en el este del país contra los separatistas prorrusos. Regresó a Kiev y acusó al Ministerio del Interior de abandonarles y desentenderse de las prácticas “criminales” de algunos miembros del batallón.
Su país le busca desde agosto de 2017 por delitos cometidos entre febrero y mayo de 2016. Ese mismo año, se instaló en España, donde en 2018 pidió asilo político alegando que le perseguían por sus ideas y que su vida peligraba. Primero en Barcelona y luego en Badalona, vive de la economía sumergida y las “chapuzas”, dicen fuentes policiales, aunque él se define como abogado y periodista de investigación. Cuando le detuvieron, el pasado 22 de abril, llevaba una pistola de aire comprimido, simulando una Glock, en una mochila. “Pero no opuso ninguna resistencia”, señalan los agentes.
He intentado contactar, sin suerte, con Oleksandr Z., que está en libertad, con la orden de personarse en los juzgados cada 15 días. En ese tiempo, ha presentado una denuncia ante los Mossos. Dice que un compatriota, también del batallón Aidar, le ha amenazado de muerte. A su vez, Oleksandr Z. ha sido denunciado por los mismos motivos por dos periodistas ucranianas colegiados en Cataluña. Lo último que sé es que Ucrania ha ampliado la información a la Audiencia Nacional, según fuentes policiales, para lograr la extradición.
El periodismo y dar con Oleksandr Z. exige tiempo. “Bajo el mando de [Harold] Evans, algunos periodistas se pasaban meses sin publicar nada en el papel”, escribe en sus memorias, A hack’s progress, el periodista australiano Phillip Knightley. “Eso es porque Evans era un reclutador compulsivo de talento y siempre estaba contratando a gente en fiestas, pubs, en su club, en la cancha de squash hasta que el Sunday Times probablemente tenía tres veces el número de periodistas que se necesitaba para producirlo”, sigue. “Pero eso era una de sus fortalezas. La competencia feroz por espacio cada semana significaba que los editores de cada sección tenían una amplia gama de historias donde escoger. Las elegidas eran siempre las mejores, las más novedosas, las más curiosas”.
Evans dejó la dirección del Sunday Times en 1981, cuando lo compró el magnate Rupert Murdoch. Con él, dice Knightley, se impuso poco a poco la exigencia de la eficiencia: “¿Qué ha hecho esta semana Chester [un redactor] para justificar su salario?”. Hoy en día, con la avalancha de notas de prensa, las webs sin fondo, las crisis, los recortes, Twitter, Whatsapp y los virus despiadados, la pregunta se podría retorcer más: “¿Qué ha hecho de calidad esta semana Chester para justificar su salario?”.
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