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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Entre paréntesis

De momento los indicios auguran poca confianza; si el mundo de mañana depende de lo que hagamos hoy, los pronósticos observan con deleite el lado salvaje del camino

Josep Cuní
Dos médicos de una clínica dental en Barcelona.
Dos médicos de una clínica dental en Barcelona.Joan Sánchez

Todo aquello que va mal es susceptible de empeorar. Edward A. Murphy Jr. no dijo esto exactamente cuando su ayudante se equivocó al conectar los cables para probar su plan sobre la resistencia humana en un proceso de desaceleración rápida. Fue más contundente. Tan convencido estaba de la capacidad de equivocarse de su colaborador ante cualquier situación determinante que no dudaba de su persistencia. Luego vinieron las versiones y las adaptaciones aplicadas a la mirada negativa de las cosas. Destacó la tostada que siempre cae del lado untado con la mantequilla o la alfombra que recibe su impacto y queda manchada por la grasa. Tuvo que pasar medio siglo para que un profesor de Birmingham demostrara que la causa estaba en la altura de la mesa desde donde se desliza el pan y no en el peso añadido por el lácteo. Y le dieron el Nobel de Física.

A veces, la historia parece querer emular aquella ley empírica tan utilizada en el lenguaje popular. Y se aplica con empeño a repetir lo peor de lo vivido aunque sea en forma de farsa. Lo que nos espera fuera del paréntesis en que estamos cerrando con el avance de la desescalada no se intuye mejor que lo que dejamos antes de abrirlo. Al contrario. Como nos pasa con el producto congelado, tiempo después de adquirirlo o procesarlo, cuando abrimos de nuevo el correspondiente cajón del frigorífico, allí está esperando impertérrito para que lo consumamos. Y en una sociedad acelerada, lo lógico es que quienes tengan prisa ya lo vayan metiendo en el microondas para recuperar su textura con tanta prontitud como apetito. Los políticos, con esmero.

A día de hoy, aquellos profundos debates del inicio del confinamiento sobre el mundo postcoronavirus parecen tan lejanos en el tiempo como los mejores propósitos para el año que nos ha restado su primavera. Que sus promotores hayan optado por el silencio posterior a sus pronósticos puede ser porque casi todo lo dejaron dicho, porque siguen a la espera de acontecimientos que les permitan corregir o mantener sus proyecciones, porque han vuelto a darse de bruces con la tozudez de la condición humana o porque saben que los grandes cambios sociales necesitan de procesos largos y, como la ciencia, no son amigos de las prisas. Pero queda el mientras tanto, que es lo que viviremos los próximos meses. Y será en ese nuevo período cuando podremos ver qué condiciones se darán y cómo se cocerán para modelar nuestro destino. El interés por todo lo que a partir de ahora se vincule a esta faceta impensable de la globalización nos dará una idea de si el 2020 pasará a ser el año en el que iniciamos el nuevo milenio como detonante del gran cambio inherente o una etapa más del siglo del que llevamos consumidas dos décadas y que en algo les recuerda a los historiadores al período de entreguerras.

De momento, algunos indicios auguran poca confianza. Y si el mundo de mañana depende de lo que hagamos hoy, los pronósticos observan con deleite el lado salvaje del camino. Porque, si por la nueva normalidad para la que quiso prepararnos Pedro Sánchez debemos entender lo que se dicen en el Congreso, sin novedad en el frente. Si por una relectura de la estrategia independentista debemos inferir la recuperación del discurso de Puigdemont favorecido por el caso Pérez de los Cobos o el cruce habitual de sables entre los dos partidos de gobierno de la Generalitat, nada nuevo bajo el sol. Si por revisión de valores aceptamos el interés de miles de familias de acceder a una plaza de residencia geriátrica para sus mayores aprovechando las miles que han quedado vacantes por el drama, tropezamos con la misma piedra. Si para la revisión del sistema económico para hacerlo más justo seguimos en manos del comportamiento histérico de las bolsas, la letra pequeña de los decretos gubernamentales que frenan las ayudas a quienes les necesitan o interceptan burocráticamente sus demandas, peor. Por no citar la exasperante lentitud del trabajo para la reconstrucción nacional de la comisión parlamentaria, más cercana a la ralentización prevista por quien prefería redactar el reglamento a escribir la ley. O el papel de la Unión Europea, que si siempre fue elefante, ahora emula al dinosaurio. Riesgo de extinción incluido.

Mientras, las medidas de seguridad sanitaria instan a la distancia física para evitar riesgos, como si tocarnos estuviera más cerca del pecado de la carne que de la relación humana, la expresión educada o la empatía sensorial. Las mascarillas que esconden nuestras sonrisas agudizan la mirada recelosa a quien no la lleva. El control propuesto para el retorno al trabajo, la reapertura de locales y la recuperación de actividades, a desconfiar del prójimo mucho más que de nosotros mismos. Y, conociéndonos como nos conocemos, más nos valdría.

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