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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Octogenarios

Nunca habríamos imaginado que el supuesto ético y jurídico del estado de necesidad nos sería desfavorable, y que en el autobús de la vida, a nuestros años, nos había de corresponder ceder el asiento

José María Mena
Rueda de prensa del Estado para informar del coronavirus.
Rueda de prensa del Estado para informar del coronavirus.EFE

Hace más de 500 años, decía Jorge Manrique, que “todo se torna graveza cuando llega al arrabal de senectud”. Pero el Roto lo resumió de un plumazo y sin poesía: “lo malo de la vejez es que llega en muy mala edad”. Sí, verdaderamente es la mala edad de los achaques y la pérdida de ímpetu. Es la edad de la especial vulnerabilidad pero también de la experiencia que dan los muchos años que se llevan detrás. Todo ello nos proporcionaba una cierta preferencia, como cuando nos dejan el asiento en el autobús. Creíamos que eso sería así para siempre y en todos los casos. Pero entonces llegó el coronavirus. Empezó a morir la gente a cientos y a miles. Los gobiernos tomaron medidas más o menos acertadas. Se confinó a todo el mundo. Los sanitarios incrementaron su trabajo y sacrificio, y su riesgo, hasta límites inimaginables. De todas partes surgían iniciativas para afrontar la dramática situación. Los confinados aplaudían a las ocho desde sus ventanas. Las autoridades hacían ruedas de prensa de información sanitaria con desproporcionada presencia de uniformes militares. Se paseaban custodias con capa pluvial por los tejados como jamás habrían imaginado Buñuel ni Berlanga. Algunos irresponsables esparcían bulos estúpidos, inquietantes o desestabilizadores. Hubo descerebrados que intentaron azuzar el odio querellándose contra el gobierno, imputándole la muerte de los miles de fallecidos. Y, coincidiendo con semejante aberración jurídica, en el Congreso se exhibía la escasísima talla política de algunos líderes obcecados u oportunistas.

La prestigiosa Sociedad Española de Medicina Intensiva, Critica y de Unidades Coronarias (SEMICYUC) hizo público un documento de recomendaciones éticas para la toma de decisiones en la situación excepcional de crisis por la pandemia en las unidades de cuidados intensivos (UCI). Se refería expresamente a la situación de desequilibrio entre las necesidades de ventilación mecánica y los recursos disponibles. Señalaba una serie de medidas encaminadas a procurar la mejor atención posible a los pacientes afectados por el coronavirus, incluido el traslado a otros hospitales de otras ciudades, menos desbordados de pacientes.

En esta situación, que calificaba de medicina de catástrofe, planteaba el clásico supuesto ético y jurídico del estado de necesidad, que exime de responsabilidad a quien para salvar un bien, o una vida, sacrifica otro u otra, siempre que el mal causado no sea mayor que el evitado. En tal situación indicaba, como última instancia, la necesidad de establecer un triaje al ingreso basado en privilegiar la mayor esperanza de vida. Reconocía que el triaje “puede ocasionar distres moral y cuidados percibidos como inapropiados en los profesionales que se vean implicados en estas decisiones”. No obstante, indicaba que ante dos pacientes similares se debía priorizar, en el triaje de acceso a la ventilación mecánica intensiva, que son los famosos y escasos respiradores mecánicos (VMI), a la persona con mejor perspectiva de cantidad y calidad de vida. Se refería expresamente a los pacientes de más de 80 años con comorbilidades, es decir, con otras enfermedades, cosa relativamente frecuente en esa edad. Para ellos recomendaba recibir preferentemente mascarilla de oxígeno de alta concentración, oxigenoterapia de alto flujo, o ventilación mecánica no invasiva. Por lo tanto, no recomendaba la VMI para los octogenarios. En ningún caso debe ser criterio de triaje, según estas recomendaciones, la prioridad del momento de llegada a la UCI. Y concluía que, en todo caso, es prevalente el criterio del médico. Con similar criterio, la Generalitat de Catalunya, en un documento oficial de 24 de marzo, también emitía unas recomendaciones entre las que aconsejaba ofrecer los recursos, si no alcanzan para todos, a los pacientes que más puedan beneficiarse en términos de años de vida salvados. Y se refería expresamente a los pacientes de más de 80 años. Recibirán, según la recomendación, únicamente oxigenoterapia. La VMI en la UCI se recomienda que se reserve prioritariamente para menores de 75 años.

No constan datos significativos de que estas recomendaciones haya sido necesario atenderlas, ni lo contrario, pero para los octogenarios ha surgido una nueva inquietud. Frecuentemente conviven con sus achaques y sus pastillas. Esto, por ley de vida, no suele menguar. Por eso, antes o después, alcanzan aquella situación de comorbilidad a la que se referían las recomendaciones que les posterga a la puerta de la UCI y la VMI. Nunca habríamos imaginado los octogenarios que el supuesto ético y jurídico del estado de necesidad nos sería desfavorable, que en el autobús de la vida, a nuestros años, nos había de corresponder ceder el asiento.

José María Mena fue fiscal jefe del TSJC.


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