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Las víctimas de la ultraderecha tardaron el doble de tiempo que las de ETA en testimoniar

Los damnificados de la banda terrorista tardaron 19 años de media en narrar sus historias, mientras que los testimonios de los dañados durante el franquismo emplearon 37 años

Alejandro Ruiz-Huerta, último superviviente del atentado ultraderechista de la matanza de Atocha, durante una entrevista con EL PAÍS, en 2017.
Alejandro Ruiz-Huerta, último superviviente del atentado ultraderechista de la matanza de Atocha, durante una entrevista con EL PAÍS, en 2017.LUIS SEVILLANO
Luis R. Aizpeolea

Las víctimas del terrorismo de ETA han tardado más de 19 años en dar testimonio desde que fueron atacadas. Las que lo fueron durante el franquismo tardaron el doble de tiempo, y quienes fueron estigmatizadas como “ultraderechistas” y “chivatos” también necesitaron cerca de tres décadas en contarlo. Las víctimas del terrorismo de ultraderecha han tardado en testimoniar 37 años, y las de ultraizquierda, 27. No hay testimonios de guardias civiles, principal objetivo de ETA, hasta los años noventa, cuando ya ascendían a centenares de asesinados. Son algunos datos del estudio realizado por Raúl López Romo y Alejandra Ibarra ―Dar testimonio: La voz de las víctimas del terrorismo en España― sobre los 1.329 relatos que han recogido de 700 víctimas del terrorismo, de los que 662 corresponden a mujeres y 534 a hombres. Es la muestra más amplia conocida, pero dista aún de las 1.454 víctimas mortales y los 5.000 heridos por el terrorismo en España.

El estudio de López Romo e Ibarra, adscrito al Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo, explica que “una persona afectada por el terrorismo da testimonio cuando cuenta en público su historia, es decir, cuando comparte un relato personal sobre su experiencia como víctima, que puede incluir detalles sobre la vida antes del atentado, el ataque en sí y sus consecuencias a todos los niveles”. Y, precisamente, en este informe se traduce en términos cuantitativos la recopilación de testimonios de víctimas, tarea central del Memorial, inspirada en el Museo de judíos asesinados, ubicado en Berlín. Los 1.329 testimonios responden mayoritariamente a víctimas de ETA (1.116) y del yihadismo (151), los terrorismos más mortíferos. Son bastantes menos los testimonios de víctimas de la ultraizquierda (30); de ultraderecha (11) y del GAL (11). López Romo e Ibarra constatan que la tardanza en testimoniar ―las más tempranas, las víctimas de ETA, tardaron 19 años― responde al “dolor por rememorar lo ocurrido, a que en las primeras décadas del terrorismo nadie se lo pedía y al miedo existente entonces. Hasta entrados los años noventa las víctimas del terrorismo no fueron visibles”.

Bárbara Durkhop, viuda del dirigente socialista Enrique Casas, asesinado en 1984¸ lo confirma: “Entonces era de dudoso honor ser víctima del terrorismo porque éramos unos apestados e incómodos porque reinaba el miedo de las buenas personas”. Aurora González, cuya hermana fue asesinada junto a su marido, guardia civil, en 1979, lo ratifica: “Aquellos años los mataban, los enterrábamos y después nada. Ni una carta ni una llamada”.

Los autores del informe constatan cinco etapas en la evolución de los testimonios, desde la dictadura, en que no existió ninguno, al posterrorismo, que recoge 730. Los primeros testimonios se produjeron en la Transición y fueron tres: el del hijo del empresario Javier Ibarra, asesinado por ETA en junio de 1977; el de Javier Rupérez, diputado de UCD, secuestrado por ETA político militar en 1979 y del empresario vasco, Juan Alkorta, amenazado por ETA militar en 1980. “En esa etapa hubo en España 498 asesinados por terrorismo. El silencio se explica por el miedo y la huella reciente de la dictadura. Las víctimas vivían en la soledad y el desamparo”, señalan los autores. En la década de los ochenta empieza un goteo persistente de testimonios, coincidente con el inicio de la resistencia pacífica contra el terrorismo, y el gran salto testimonial se produce tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco en 1997. “Hoy en el posterrorismo hay una tendencia creciente a testimoniar porque no hay miedo, hay mayor conciencia y las asociaciones fomentan la memoria”, señalan López Romo e Ibarra.

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Los autores constatan también que las víctimas de ETA y del yihadismo han tenido un protagonismo testimonial desproporcionado respecto a las de la ultraizquierda, mayoritariamente del Grapo, de la ultraderecha y del GAL. La desproporción se refleja también en los plazos de tiempo en testimoniar. Mientras las víctimas de ETA han tardado 19 años en testimoniar, las de los GAL han tardado 24; las del Grapo, 27, y las de extrema derecha más de 37. López Romo e Ibarra se sorprenden porque “tras cuatro décadas de dictadura de derechas apenas haya testimonios de víctimas de la ultraderecha” y lo atribuye a que muchas fueron “gente anónima en una época de muchos asesinatos terroristas y encajaban mal en la pretensión de establecer una Transición modélica”.

Una muestra de su abandono es la del anarquista Vicente Cuervo, asesinado en 1980, que no ha sido reconocido como víctima del terrorismo por el Ministerio del Interior hasta 2023. Alejandro Ruiz-Huerta, superviviente del atentado ultraderechista contra el despacho de abogados de Atocha en 1977 denuncia: “Hemos estado abandonados. Se han dedicado a las víctimas de ETA, pero también las hay de la ultraderecha y del terrorismo de Estado”. Pili Zabala, hermana de una víctima de los GAL señala: “Las víctimas de los GAL no éramos nada”. El informe destaca, también, los 93 asesinatos del Grapo, cifra superior a la de organizaciones internacionales como las Brigadas Rojas italianas y la alemana Baader-Meinhof, mucho más conocidas. Solo 23 víctimas de los Grapo han testimoniado. Una de ellas, Pilar Sánchez, también denuncia la discriminación: “Cuando se hace referencia a víctimas del terrorismo es a las de ETA y al 11-M, pero las del Grapo no existimos”.

Otro dato que avala la desproporción es que las 23 personas que más testimonios han ofrecido son víctimas de ETA; y entre ellas, las de políticos asesinados en la etapa democrática bate el récord. Siendo un 2% de los asesinatos cometidos por el terrorismo ―31 de 1.454―, sus testimonios ―288― representan el 21,6%. Muy por encima de los de las víctimas de la Guardia Civil y de la policía, muy superiores en número de víctimas. La Guardia Civil registra un 16,5% de asesinatos ―241― y representa el 11,25% de los testimonios ―156―. La Policía, con el 12,7% de asesinatos ―186― recoge el 8,36% de testimonios ―110―. Los autores resaltan, también, cómo en localidades pequeñas y medianas vascas, como Lekeitio, Amorebieta, Urnieta, no hay testimonios de víctimas. “Muchas se fueron y en muchas de esas poblaciones se conoce más la historia de los victimarios, presos o muertos, que las de las víctimas”, señalan.

Serio déficit en el terreno educativo

Los autores certifican que el mensaje central de los testimonios es que “la violencia no debe ser utilizada para lograr objetivos políticos” y apuntan un serio déficit en el terreno educativo: “La mayoría de los jóvenes acaba la Secundaria y el Bachillerato sin haber escuchado o leído a una víctima del terrorismo. Ocurre lo mismo con las víctimas de la Guerra Civil y la dictadura”. Una encuesta de la Universidad de Navarra en 2017 precisa que el 60% no ha accedido a escuchar a una víctima de ETA. Del 40% restante, el 22% lo ha visto en la televisión, el 3% en libros y el 10% en el centro escolar.

Los autores admiten que “existen esfuerzos dispersos por algunas instituciones públicas”. Por ejemplo, la experiencia de las víctimas educadoras en las aulas, muy positiva por la empatía que genera su discurso reivindicativo de la justicia, la verdad y de rechazo a la venganza, pero le señalan severos límites. Son solo 100 las víctimas educadoras, de las que 30 dependen de las instituciones vascas, 12 de las navarras y el resto para otras comunidades. Los autores abogan por conseguir que “el mundo educativo emplee de forma sistemática los testimonios en asignaturas como Historia y Valores Éticos” como se hace en Alemania e Italia sobre el Holocausto. La extensión de la educación sobre el terrorismo en las aulas y la ampliación de nuevos testimonios sobre todos los terrorismos, especialmente los más silenciados, son las reclamaciones finales del estudio.

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