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Ancianos incomunicados por Navidad en Zamora: “Nos prometieron la fibra en mayo de 2022 y aquí estamos. Es inhumano”

Tres pueblos envejecidos de la provincia se han quedado sin línea telefónica fija. Alcalde y concejales se organizan para timbrar puerta a puerta y comprobar que todos los habitantes están bien

Pueblos abandonados Zamora
Juan Pablo Blanco, con el teléfono público que tiene instalado en su bar de San Vicente de la Cabeza (Zamora).Emilio Fraile
Juan Navarro

Son las 11 de la mañana, pero las agujas del reloj del Ayuntamiento marcan las 17.51. Son los últimos días de 2023, pero San Vicente de la Cabeza (Zamora, 80 habitantes) vive sin los avances del siglo XX: se han quedado sin teléfono fijo. Mismo escenario en Palazuelo de las Cuevas y sus 70 personas, y en Bermillo de Alba, con un centenar de residentes. En los dos primeros pueblos, Telefónica cortó de manera permanente el martes 19 de diciembre el viejo cable de cobre que les proporcionaba este servicio telefónico, enlace especialmente importante ante la vejez del vecindario y sus dificultades para usar los móviles tan frecuentemente sin cobertura. Bermillo de Alba ya llevaba unos días en la misma situación. La empresa los ha desconectado sin esperar a que les llegue la fibra óptica, una infraestructura que depende de otra compañía.

Los residentes de estos tres pueblos de Zamora no pudieron llamar o contestar a sus familiares en fechas señaladas como Nochebuena o Navidad y así siguen mientras rezan para que no haya un problema de salud grave que requiera una reacción rápida. El alcalde y sus concejales se organizan para timbrar puerta por puerta y comprobar que todos siguen bien.

El humo de las escasas chimeneas encendidas desemboca en el mar de niebla tendido sobre San Vicente. La perenne masa gris dificulta aún más las telecomunicaciones, trunca las líneas vinculadas con satélite, la alternativa que les ha dado Telefónica, y exige a los usuarios de los teléfonos móviles desplazarse al frontón o a las zonas elevadas del lugar para hacer una triste llamada o usar aplicaciones. El paseo, el frío y la brecha tecnológica aíslan a los ancianos, mientras los más jóvenes, cuarentones, claman al cielo.

Un hombre mira el teléfono móvil en el bar de San Vicente de la Cabeza.
Un hombre mira el teléfono móvil en el bar de San Vicente de la Cabeza.Emilio Fraile

Una escalera con una persona encaramada invita a pensar que hay obras en los cables o tendidos, pero al acercarse se apaga la ilusión: es un hombre, hacha en ristre, podando los chopos. Alberto Núñez, de 51 años, lamenta desde las alturas que “los mayores no pueden ni llamar para pedir la vacuna de la gripe”, menos aún atender las llamadas de hijos o nietos desperdigados por España. Allí la sanidad funciona a demanda, requiriendo telefónicamente al doctor si pasa algo, ardua misión para los abuelos. Agustina Fernández, de 56 años, sostiene la escalera mientras expone la dependencia de los ancianos obviados por las grandes empresas.

El alcalde, Fernando González (PP), de 62 años, se desespera: también se cortó el cable del cercano Palazuelo de las Cuevas. Si ya tiembla el censo año a año, más aún cuando los descendientes de los mayores se los están llevando, buscando la seguridad que no ofrece esa isla comunicativa. El secretario, frustrado, ha cogido vacaciones y se ha llevado los papeles a su casa de Zamora para intentar avanzar. “Nos prometieron la fibra en mayo de 2022 y aquí estamos. Es inhumano, una vergüenza, quieren acabar con nosotros y no hay manera, esto es anterior a la Prehistoria”, estalla el hombre, que en Navidad fue visitando a los vecinos para comprobar su bienestar: “Temo que ocurra una desgracia médica”. González critica el desinterés hacia zonas como Zamora, “mientras en Valladolid siempre que voy parece que lo han cambiado todo o para Cataluña hay de todo” y ruega implicación a las administraciones: “Por favor, decid que el alcalde está dispuesto a cualquier cosa, cualquier barbaridad, a ver si así nos hacen caso”.

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Juan Garrido, a la puerta de su casa.
Juan Garrido, a la puerta de su casa.Emilio Fraile

Portavoces de Telefónica alegan que la compañía avisó insistentemente a los usuarios que iba a cortar el cable y que ha ofrecido “soluciones para dar continuidad al servicio”, como radio o satélite. Algunos clientes sí solicitaron estas alternativas, prosigue, y se les dio servicio. La multinacional esgrime que no puede ofrecer fibra porque corresponde a otra adjudicataria llamada Adamo. Fuentes de Adamo, por su parte, aducen que su plan de suministro de fibra óptica por la provincia zamorana es “independiente” de la decisión tomada por Telefónica de cortar el servicio anterior y se comprometen a que la línea llegue a estos pueblos “cuanto antes”.

El alcalde pedáneo, Domingo Fernández, de 58 años, ha perdido la esperanza: “Los milagros, a Lourdes. Es lo que hay”. “Hay que colaborar entre todos, si no, no hay forma”, se encoge de hombros sobre el apoyo vecinal, el acompañamiento y la compañía a los mayores para atenderlos si necesitan algo. Juan Garrido, de 79, se asoma bajo un dintel adornado por unos pequeños Papás Noel. “Los pueblitos están con Dios, se están quedando solitos. ¡Esto es la ruina!”, exclama, señalando el carrusel de casas vacías antaño ocupadas junto al río Aliste. ¿Cómo vivir allí si no hay servicios?, se pregunta. “Esto acabará para los corzos y los ciervos”, zanja. José Martín, de 80, resiste con su esposa gracias a que su hija, empleada en una empresa telefónica, les ha instalado un número móvil en un teléfono fijo. “Hay un lío de la Virgen”, resume Martín, y bromea con su perro Maluma: “Está mejor el perro que el amo”. Tampoco ese móvil garantiza nada ante los frecuentes fallos de la cobertura, pero, eso sí, las facturas siguen llegando escrupulosamente: “El pago no lo retrasan”.

Los habitantes de San Vicente señalan el bar como epicentro de la información municipal y eje de las quejas sobre el abandono telefónico y demás desequilibrios respecto a la ciudad. Allí recibe el abrazo de la chimenea, hogar para los pies de un obrero que cacharrea con el móvil a trompicones y asistido caloríficamente por un chupito de hierbas suministrado por Juan Pablo Blanco, de 40 años. El camarero escucha las desgracias de su clientela y enseña otra tradición del siglo pasado aún engrasada en la España rural: un teléfono público frecuentemente utilizado por las señoras que no tienen terminal en casa. Ellas acuden cuando no hay nadie en el bar para evitar cotilleos innecesarios y, según la temperatura, posan dentro o fuera el taburete, donde se sientan para charlar tranquilamente con sus familiares o amigas. Ese teléfono se inauguró el 25 de diciembre de 1980 y 43 años después sigue siendo imprescindible, cita Blanco: “Yo mismo les marco el teléfono de sus hijos porque ellas no se apañan del todo bien”. Después, el aparato calcula el coste de la llamada. “Se ha perdido la escala de valores, no tienen humanidad al dejar así a la gente”, reflexiona el zamorano, recordando la hondonada geográfica del pueblo y los bancos de niebla que opacan la cobertura móvil. Al descolgar el auricular, silencio.

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Sobre la firma

Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, en comunicación corporativa, buscándose la vida y pisando calle. Graduado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS.
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