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Los seis días de la tragedia de Murcia, entre el horror y el duelo

Las familias de las víctimas de la discoteca incendiada tuvieron que esperar al jueves para poder recoger los restos de los fallecidos

Familiares de los fallecidos en la discoteca Fonda Milagros de Murcia son atendidos por la Cruz Roja a la espera de información sobre las identidades de los muertos.
Familiares de los fallecidos en la discoteca Fonda Milagros de Murcia son atendidos por la Cruz Roja a la espera de información sobre las identidades de los muertos.Marcial Guillén (EFE)

A las 5.58 del pasado domingo, David Montiel grabó un vídeo en la discoteca Teatre de Murcia. Actuaba el dj Tony Bafles y, mientras le enfocaba, su teléfono registró unas chispas primero y unas lágrimas de fuego a continuación. Antes de que se corten, las imágenes reflejan cómo una persona trata de contener las llamas con un extintor. No hay pruebas gráficas de lo que en ese momento pasaba en la discoteca de al lado, la Fonda Latina. A las seis en punto, el 112 recibió la primera llamada de alerta: “Hay fuego dentro de Teatre”, avisaron. “Se está quemando la zona encima del dj”, especificó otra, al minuto siguiente. La primera alarma sobre la Fonda no llegó a Emergencias hasta las 6.05. También ardía. Un minuto después, Leidy Correa, una mujer de 28 años, envió un mensaje de voz a su madre: “Mami, la amo. Vamos a morir, mami, la amo”. Por detrás se oye una voz desgañitada que pide: “Alumbren!”. Leidy Correa fue una de las 13 víctimas del incendio en la Fonda Milagros. Fue enterrada el viernes, seis días después de enviar el mensaje a su mami y tras una semana en la que su familia, al igual que las de las otras 12 víctimas, ha pasado del horror a la incertidumbre, la desesperación y, por fin, el duelo.

El hecho de que la zona en la que se encuentran los dos locales sea problemática hizo que los primeros en llegar a la calle Isla Cristina fueran dos patrullas de la policía nacional que realizaban labores de vigilancia en el polígono de ocio nocturno. Semanas antes, este cuerpo había intervenido en los incendios de dos viviendas en las que entraron pero, en este caso, la virulencia de las llamas les impidió una actuación en el interior. Comprobaron la completa evacuación de Teatre pero en la Fonda, amigos y familiares comenzaron a alertar de que aún había personas dentro. Para entonces, ya habían llegado dos unidades de bomberos. Uno de ellos, a tientas (dos metros hacia adelante, cinco a la izquierda, le indicaron), accedió y logró sacar, de entre un humo denso, a dos personas desorientadas. “Mis compañeros intentaron acceder a la primera planta, pero el fuego ya les echó”, relató el oficial de bomberos Juan Ángel Navidad.

Mangueras empalmadas hasta una boca ubicada a unos 200 metros para bombear miles de litros de agua por minuto permitieron atacar la violencia del fuego. Pero no fue hasta pasadas las ocho cuando los bomberos pudieron entrar en la discoteca y destapar el horror. En el primer piso encontraron 11 cuerpos. Siete de ellos en una superficie de no más de 20 metros; otros cuatro en los baños. En la planta baja, tapados por escombros, otros dos. La mayoría de ellos, carbonizados. Algunos, desmembrados. Una chica que frecuentaba el local describió la parte superior del mismo, el acceso a los reservados en donde se localizaron los muertos, como “un laberinto”.

Los bomberos fueron informando del número de muertos a lo largo de toda la mañana, como un goteo de sangre. También se comunicó de que había heridos. Para entonces, el padre de Laidy, Jairo Correa, ya estaba en Murcia, después de recorrer los 60 kilómetros que separan el pueblo en el que viven, Caravaca de la Cruz, de la capital murciana a donde su hija acudió para salir de fiesta junto a su novio y otra pareja de amigos. “Queremos que nos den información, no sabemos absolutamente nada”, acertó a decir, entre lágrimas y con la voz entrecortada esa mañana.

Pocas horas después se habilitó en Palacio de los deportes, apenas a 300 metros de los locales, para concentrar a familiares y amigos que buscaban supervivientes, lloraban la ausencia de noticias y trataban de aplacar su desconsuelo con la ayuda de psicólogos de Cruz Roja. El horror, la tragedia y la incertidumbre por el estado de las que llegaron a ser 16 personas desaparecidas invadieron la ciudad.

Durante el domingo, nada se supo de la situación legal de las discotecas. El alcalde, José Ballesta, se enteró a las 23.50 de que ninguno de las dos tenían licencia y que el ayuntamiento había dictado una orden de cierre que no se había cumplido. Al día siguiente, lunes, el Ayuntamiento hizo pública la existencia del decreto de cierre, asumió un fallo en el mecanismo de verificación de la normativa y apuntó también al empresario por incumplir el cese de la actividad. Durante esa jornada, el estado de los cuerpos solo posibilitó la identificación de tres víctimas. El desasosiego inundó a los familiares mientras la policía pedía enseres para tomar muestras genéticas con el fin de cotejar el ADN con los restos. Pese a la duda, la mayoría sabían que entre esos cadáveres irreconocibles estaban los suyos. “Lo tenemos claro, se los tragaron las llamas”, afirmó la cuñada y tía de otras cuatro personas.

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No fue hasta el miércoles cuando esa desesperación por empezar a cerrar heridas fue posible con la identificación de todas las víctimas. Al día siguiente, los familiares pudieron comenzar a retirar los cuerpos del Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses.

Para entonces, un juzgado de Murcia ya había abierto diligencias por 13 presuntos delitos de homicidio imprudente, el ayuntamiento seguía buscando responsables y apartaba cautelarmente a los funcionarios que instruyeron el expediente con la orden de cierre que no se cumplió y los abogados de los gerentes de los dos negocios afectados se cruzaban reproches y aprovechaban para señalar a la administración local como responsable de que las discotecas estuvieran abiertas.

Este viernes, después de seis días de dolor, trámites, espera e inquietud, las familias de las 13 vidas truncadas por un incendio en una noche de fiesta, pudieron comenzar a enterrar a sus muertos. “No es que se hubiera podido evitar, es que no debería haber existido”, resumió Jairo Correa el hecho poco antes de portar a hombros el féretro de su hija.


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