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El teniente coronel Pereda, jefe del contingente del Ejército enviado a Sudán: “Hubo que precipitar la evacuación con lo que teníamos”

El responsable de la misión sobre el terreno explica cómo fue la extracción de los 34 españoles y 70 europeos y latinoamericanos

Margarita Robles recibía este martes en la base de Torrejón (Madrid) al teniente coronel Juan José Pereda y a los militares que han participado en la evacuación de civiles de Sudán. Foto: MATEO LANZUELA (EUROPA PRESS) | Vídeo: EPV
Miguel González

Cuando el teniente coronel Juan José Pereda, jefe de la primera bandera de la Brigada Paracaidista y del contingente del Ejército de Tierra enviado a Jartum, desembarcó en la base sudanesa de Wady Sayyidna, a las cinco de la tarde del domingo, la situación que le habían contado dos horas antes, al despegar de Yibuti, había dado un vuelco completo y hubo que improvisar sobre la marcha. “Por eso se precipitó la operación”, ha explicado este martes en la base aérea de Torrejón de Ardoz (Madrid), donde la ministra de Defensa, Margarita Robles, ha acudido a recibirlo a él y a otros 52 militares que participaron en la evacuación de civiles atrapados en el conflicto entre dos generales enfrentados en Sudán.

Tras descartar las otras alternativas —que los civiles acudieran por sus propios medios a la base aérea o sacarlos por la fuerza de Jartum—, el plan era formar una columna con seis blindados Vamtac (vehículos de alta movilidad táctica) y 30 militares y recoger en la Embajada de España a los 34 españoles y 70 europeos y latinoamericanos que se habían concentrado allí. Lo ideal hubiera sido aterrizar en el aeropuerto internacional de la capital sudanesa, en plena ciudad, muy cerca de las embajadas occidentales, lo que hubiera permitido una operación rápida y quirúrgica. Pero, aunque la pista no estaba dañada, la ocupaban los restos de varios aviones destruidos y, con los combates entre el Ejército regular y los paramilitares de la Fuerza de Apoyo Rápido (FAR) en las inmediaciones, la amenaza antiaérea era demasiado grande.

Como alternativa, el avión A400M español aterrizó en una base militar a 37 kilómetros al noroeste de Jartum, donde alemanes, franceses e italianos se afanaban entonces por evacuar a sus respectivas colonias. El coronel francés le explicó que, pese al alto el fuego de tres días que habían anunciado ambos bandos con motivo del fin del Ramadán y expiraba esa misma noche, la situación era muy peligrosa y se habían producido disparos contra un convoy en el que resultó herido un militar suyo.

A las 17.15, solo un cuarto de hora después de pisar Sudán, desde el Mando de Operaciones comunican al teniente coronel el cambio de planes: “Hay una ventana de oportunidad. Al embajador le han garantizado protección de la seguridad local hasta el río Nilo, pero el puente cierra a las seis de la tarde. Hay que cruzarlo antes y no puede esperar”, recuerda Pereda. En ese momento solo tenía dos blindados, ya que otros dos estaban en el segundo A400M, que acababa de aterrizar en Sudán pero aún no había sido descargado, y el resto en un tercer avión de transporte todavía en vuelo. “A las cinco y media”, añade, “me vuelven a llamar y me dicen que el Ministerio de Exteriores le ha dicho al embajador que salga y está en camino. Ya no hay manera de parar y con lo que tengo voy a su encuentro”. Lo que tiene son dos de los seis Vamtac y 10 de los 30 militares (la mayoría del Mando de Operaciones Especiales), un tercio de lo previsto.

Su mayor preocupación era la incertidumbre. La red de telefonía 4G se cayó en Sudán y no había forma de contactar con la columna en la que viajaba el embajador, por lo que avanzaron “a ciegas”. La única comunicación era indirecta, vía satélite: a través del Cifas (Centro de Inteligencia de las Fuerzas Armadas), al que el diplomático iba facilitando sus coordenadas, que le llegaban con retraso al teniente coronel, al frente de la columna militar que acudió a su encuentro. Mientras, con los otros cuatro Vamtac y el resto del contingente se formó una fuerza de reserva que quedó alertada en la base por si el grupo de evacuados no aparecía o caía en una trampa y había que ir a rescatarlos.

La caravana del embajador, formada por un microbús, los vehículos todoterreno de la Embajada y coches particulares de los evacuados que se acomodaron en ellos como pudieron, cruzó el puente y perdió la protección armada. No podían detenerse. Parar sería mucho más peligroso. En dirección contraria avanzaron los vehículos de los militares españoles, detenidos a cada momento por los puestos de control del Ejército sudanés. “La situación era tensa. Un ambiente crispado, pero no hostil hacia nosotros. Avanzamos rápido para no darles tiempo a reaccionar”, explica el teniente coronel. “El mayor peligro son los grupos aislados, regulares o irregulares, que disponen de armamento contracarro y antiaéreo, y están fuera de control”.

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A mitad de camino, las columnas de evacuados y militares se encontraron por fin. No había tiempo que perder y no cruzaron una palabra. Los Vamtac se dieron la vuelta y juntos regresaron a la base. Solo una vez allí dieron rienda suelta a sus sentimientos. “Muchos tenían una sensación agridulce. Por una parte, es un alivio salir de allí; por otra, dejan su vida atrás. Había un español de más de 70 años que llevaba medio siglo en Sudán. Esa era su casa”, evoca el teniente coronel. Junto a la tristeza de los mayores, la inocencia de los niños. “Había siete menores de cinco años a quienes sus padres les habían dicho que era un juego”.

Tras completar el papeleo, e incorporar al pasaje a 30 italianos que no cabían en el vuelo de su país, poco antes de las once de la noche del domingo despegó de la base sudanesa rumbo a Yibuti el primer A400M español con los civiles evacuados. A las dos de la madrugada del lunes, el segundo; y a las cuatro, el tercero y último, en el que embarcó el teniente coronel. Este martes ha regresado a Madrid. No han pasado ni cinco días desde que, el jueves por la noche, su coronel le dio la orden: “Juanjo, tienes que alistar mañana a primera hora dos secciones” de paracaidistas. No le dijo a dónde iban. Tampoco él se lo preguntó.

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Sobre la firma

Miguel González
Responsable de la información sobre diplomacia y política de defensa, Casa del Rey y Vox en EL PAÍS. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) en 1982. Trabajó también en El Noticiero Universal, La Vanguardia y El Periódico de Cataluña. Experto en aprender.

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