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El bombero de 63 años que lucha contra el fuego en Las Hurdes y Monfragüe: “Allí arriba estamos a 60 grados”

Francisco González, de rehalero en una finca de caza mayor a retén de tierra contra los incendios forestales en Cáceres

Francisco González (63 años), bombero del grupo de retenes que ha participado en la extinción del fuego de Monfragüe y La Hurdes, en un bar de Torrejón el Rubio, en Cáceres. Foto: DAVID EXPÓSITO | Vídeo: EPV
Patricia Segura

El color rojo, por la exposición al fuego, oculta el marrón de sus ojos. Se presenta como Curro. “Trabajo mucho”, detalla sin perder la sonrisa. Es Francisco González, uno de los 550 habitantes de Torrejón el Rubio (Cáceres), aunque “viviendo de verdad aquí” no llegan a los 400. El retén de tierra forma parte de los equipos del Infoex (Servicio de Prevención y Extinción de Incendios Forestales de Extremadura), que siguen luchando contra el fuego que abrasa el terreno desde hace una semana. A sus 63 años, participa en las labores de extinción en el incendio de Las Hurdes y de Monfragüe: “Si aquí estamos a 40 grados, allí arriba estamos a 60. Es duro, y con la edad que tengo, más. Hay que ir con mangueras, subir y bajar la sierra...”.

A pesar de haber estado 12 horas sofocado por el fuego en el monte, González llega puntual a la cita en el único bar del pueblo abierto a primera hora de la mañana. Aunque la noche anterior advertía de que podía surgir una nueva misión en el trabajo en cualquier momento. “Si no hay ningún imprevisto...”, contestaba por teléfono ante el alboroto provocado por el desastre medioambiental que le mantiene alerta. “Nunca volveré a ver esto como estaba antes”, lamenta el extremeño, que vive con su madre, de 92 años, que cada vez que él sale por la puerta “se pone nerviosa”.

Las labores de extinción han sido complicadas: “A muchos chicos les han dado golpes de calor”. El viernes, mientras las llamas abrasaban la reserva de Monfragüe, González llegaba con su moto, ataviado con la camiseta fluorescente con la insignia de los bomberos de Extremadura, al enclave donde medio centenar de vecinos de Jaraicejo divisaban la catástrofe. “Es una pena”, lamentaba. Dos días antes, estuvo apagando las llamas en el incendio de Las Hurdes. Toma aire y resopla: “Aquello fue horrible. Allí hay pinos de 15 de metros de altura. Empieza aquello a arder y sube eso a mil grados”.

El extremeño nació dentro del parque natural de Monfragüe, protegido desde 1979. Se crio en la finca Valero, que fue propiedad del duque de Arión. Allí heredó el trabajo de su padre, su abuelo y su bisabuelo. Hasta los 20 años fue “rehalero, de rehala”. Se encargaba de dirigir a la manada de perros para la caza de montería que persiguen ciervos y jabalíes. Pero decidió marcharse de allí por desacuerdos con los jefes de la propiedad: “Había mucha desigualdad entre ellos y los trabajadores”.

“Aquí la mayoría de las parcelas son cotos de caza y fincas privadas”, explica. Él ya no sale a cazar, aunque su pasión por los perros sigue latente. Va siempre acompañado de Dieciocho, un perro salchicha negro azabache. Hay otro animal al que no olvida, Capitán, al que señala en la fotografía pegada en las páginas amarillas de un álbum añoso, y en la que aparece él con un bastón de caza. “El tío Valdemoro mató este venado a la Santa de Azagala con la escopeta y lo vendió a una tienda de Madrid por 5.000 duros”, se lee en un escrito de su puño y letra.

Cuatro décadas después, recuerda con especial cariño su época de adolescente, en la que salía en busca de los buitres que sobrevolaban el cielo al anochecer. Ahora las cosas han cambiado. “La vida aquí ha ido a peor. No hay trabajo. Los chavales están amargados porque no ven futuro. No tienen ni para los vicios...”, opina con desazón. El incendio es una catástrofe ambiental que tendrá consecuencias para ellos. “Lo que nos faltaba”, se queja González, al que todos los que pasan por la terraza del bar se paran a saludar. “Claro, mujer, si aquí somos cuatro gatos”, dice sonriente. El extremeño ha hecho de todo. Hizo la mili, trabajó como vigilante en Barcelona y abrió una droguería en el pueblo, hasta que en 1991 se convirtió en bombero.

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Su equipo tiene la base en un silo, donde antiguamente se almacenaban las cosechas de trigo. “¡Nos ponemos el equipo y nos vamos donde manden!”, dice tras aclarar varias veces que no quiere jubilarse. El politono de un mochuelo interrumpe la charla. Es un mensaje del grupo de Telegram del Infoex. Un nuevo incendio en el Valle del Jerte se suma a los más de 30 fuegos contra los que luchan los servicios de emergencia. Normalmente, su turno es de dos días y libra tres, o al revés. Pero cuando hay una emergencia como esta, trabaja una jornada larga y luego descansa un día. “Fuegos grandes como este pasan pocas veces”, dice apenado. “¡Curro, ven aquí! ¿Cuánto tardará esto en ser como antes?”, le vocifera desde la mesa de al lado una de las vecinas. “Uy, para recuperar eso...”, contesta afligido González, que resiste sin dificultad a los rayos de sol de una mañana calurosa en el parque de Monfragüe.

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