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El deseo de pasar a España sigue intacto al otro lado de la frontera de Ceuta

Justo un año después de la entrada irregular de 10.000 migrantes en la ciudad autónoma, algunos de los que intentaron en vano cruzar confían en la reapertura del paso fronterizo para recuperar sus vidas

Francisco Peregil
Karim y su vecino, el niño Abdel Alí, señalan hacia Ceuta desde Fnideq (antigua Castillejos), este viernes.
Karim y su vecino, el niño Abdel Alí, señalan hacia Ceuta desde Fnideq (antigua Castillejos), este viernes.Francisco Peregil

En las calles de Fnideq (antigua Castillejos), la ciudad marroquí vecina de Ceuta desde donde entraron a España el 17 de mayo del año pasado más de 10.000 emigrantes con la colaboración indispensable de las autoridades marroquíes, apenas se ven ahora menores mendigos. La razón no es que se haya erradicado la miseria en un año, sino que esta semana la policía los ha metido en varias furgonetas y los ha llevado a otras ciudades, según cuenta Brahim, nombre supuesto de un vecino de Fnideq que solicita el anonimato. “Están preparando todo para la reapertura”, explica.

Mucho han cambiado las relaciones entre Marruecos y Ceuta desde aquel 17 de mayo, y sobre todo tras el giro inédito que dio el Gobierno español en su posición sobre el Sáhara Occidental hace apenas dos meses. Pero el deseo de emigrar sigue intacto entre muchos de los que se quedaron al otro lado de Ceuta.

Aschraf, el joven de 16 años que se hizo famoso cuando las cámaras lo grabaron en el agua, con un flotador hecho con botellas de plástico, gritando aquel miércoles 19 de mayo a los militares españoles: “¡Traten de entendernos, por Dios!”, fue devuelto a Marruecos aquel mismo día. Volvió al barrio de chabolas de Er Hamna, en las afueras de Casablanca, donde vivía su segunda madre adoptiva, Miluda Gulami. Y, al cabo de varios meses, Aschraf se marchó de la casa de Miluda. Desde entonces, nada se sabe de él.

En mayo de 2021, mientras los teléfonos del presidente Pedro Sánchez y de varios de sus ministros estaban siendo atacados por el programa de espionaje Pegasus, el marroquí Mustafa, que también prefiere ocultar su verdadero nombre, dudaba si debía cruzar la frontera. “Yo animaba a pasar a otros amigos. Los ayudaba en medio del agua. Pero mis padres, que estaban viendo por la tele desde España todo lo que ocurría, me dijeron: ‘Ni se te ocurra cruzar”, relata.

Este diario contactó hace un año con Mustafa y con su amigo Karim, nombre supuesto, que trabajaban en Tetuán en la multinacional Atento, de asistencia telefónica, gracias al dominio que tienen del español. Ganaban 350 euros al mes, lo que los convertía en unos privilegiados en Fnideq. A pesar de ese sueldo, Karim, de 32 años, casado y con dos hijos, pasó a Ceuta. Y en apenas un día lo expulsaron de vuelta a Fnideq. Un año después, Mustafa está sin trabajo, a la espera de que la reapertura de fronteras anunciada por Madrid y Rabat traiga alguna mejora a su vida. Y Karim decidió intentar llegar a España a cualquier precio.

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Karim avisó a Mustafa hace dos meses de que pensaba cruzar la frontera desde la ciudad marroquí de Uchda hacia Argelia y desde allí, viajaría en patera, hacia Almería. Mustafa decidió quedarse en Fnideq. Y ahora Karim habla por teléfono desde una huerta de Torre Pachecho, en Murcia, donde recoge naranjas.

Karim relata que tuvo que caminar durante siete horas para cruzar la frontera entre Marruecos y Argelia. Cuenta que permaneció en una casa encerrado en Argelia encerrado durante cuatro meses. Asegura que había en la casa más de 30 personas, todos marroquíes, la mayoría de Uchda. Finalmente, el día de Nochebuena, cuando se supone que disminuye la vigilancia en las costas españolas, partió hacia España.

“Para subir a la lancha llegamos cargando los bidones de gasolina, avanzando por el mar hasta que el agua nos llegaba al cuello”, relata. “Éramos 12 en la patera. Y en mitad del camino se averió el motor. Lo pasamos muy mal”.

Karim explica que llegaron todos finalmente al pueblo de San José, en la provincia de Almería, al cabo de casi cuatro horas. “Otra vez bajamos con el agua que nos llegaba hasta el cuello. Llegamos todos tiritando a tierra. No le aconsejo a nadie que haga esa ruta”.

La entrada masiva de migrantes a Ceuta en 2021 le valió a Marruecos el rechazo del Parlamento Europeo por el uso de al menos 2.000 menores como arma de presión sobre España. Sin embargo, Rabat ha conseguido plenamente sus objetivos.

El rey Mohamed VI no solo ha logrado, como reclamó en un discurso el pasado noviembre, posturas más “atrevidas y claras” de sus socios europeos respecto al Sáhara Occidental. No solo consiguió que el presidente Pedro Sánchez le escribiera una carta el 14 de marzo donde decía que la propuesta marroquí de autonomía para el territorio en disputa es la base “más seria, realista y creíble” para alcanzar una solución. También ha logrado que España acceda a revertir el uso del gasoducto Magreb-Europa (GME), que cortó Argelia el 31 de octubre, para que Rabat pueda suplir ese gas. Y además, Marruecos ha conseguido que España acepte que la reapertura de las fronteras se realice sin la actividad del contrabando, conocido en Ceuta como “comercio atípico”.

Brahim, vecino de Fnideq, trabajaba metiendo mercancía de contrabando en un coche, uno de esos vehículos que en la frontera se conoce como “coches patera”. Cuenta que a veces ganaba hasta 300 euros al día y otras veces solo 25 euros. “Se habla mucho de las porteadoras y de los porteadores. Pero había más de mil coches como el mío trabajando de lunes a jueves en la frontera. Y en cada uno de esos coches metíamos entre cuatro y seis veces más mercancía que la que traían las porteadoras”, dice.

Toda esa gente, cuenta Brahim, fue al paro. Pero Brahim confía en que en cuanto abra la frontera volverá a buscarse la vida. “En Marruecos siempre existirá contrabando. Al principio lo quitarán todo. Pero después, de una forma o de otra, la mercancía terminará pasando. Y aquí seguiré yo”.

Bahim es vecino de Abdel Ali, un niño de 13 años que pasó la frontera hasta Ceuta el 17 de mayo. “Yo iba con un amigo de nueve años”, relata Ali. “Pero mi amigo no pudo cruzar porque no sabía nadar. Yo pasé solo, me metieron en un centro donde no me daban de comer. Y al cabo de tres días regresé a Fnideq”.

Ali se encontró entonces con la sorpresa de que su madre, Fátima Zohra, había pasado también a Ceuta con su hermana pequeña, Safa, de cuatro años. Y los otros tres hermanos de Ali, de edades comprendidas entre los 11 y los 19 años, también cruzaron por su cuenta. Los cuatro están ahora con la madre en un centro de acogida en Barcelona. Mientras que Abdel Ali vive solo con su padre, Omar, en Fnideq. Omar, que gana el equivalente a 140 euros al mes pintando bancos para el ayuntamiento. El padre dice que la esposa se fue sin su permiso y cree que la aventura no les ha salido bien, que a los hijos mayores les falta la autoridad del padre y se están metiendo en problemas. Sin embargo, su hijo Abdel Ali dice que le gustaría ir a Barcelona con su madre.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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