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Cómo reinsertar a un condenado por corrupción

Cuatro expertos analizan el perfil de los presos por delitos económicos para los que Interior pone en marcha un programa pionero de reeducación

Luis Bárcenas, Francisco Correa y otros encausados por la primera etapa de la trama Gürtel, durante la vista celebrada en la Audiencia Nacional entre 2016 y 2017.
Luis Bárcenas, Francisco Correa y otros encausados por la primera etapa de la trama Gürtel, durante la vista celebrada en la Audiencia Nacional entre 2016 y 2017.Chema Moya (EFE)
Óscar López-Fonseca

¿Es posible reinsertar a un político encarcelado por corrupción? ¿Puede un defraudador llegar a comprender las verdaderas consecuencias de lo que hizo? ¿Por qué les cuesta tanto a los delincuentes de cuello blanco admitir sus delitos? Diez profesionales penitenciarios han elaborado, tras dos años de trabajo, el primer programa que intenta reeducar a los condenados por delitos económicos. Bautizado como PIDECO (Programa de Intervención en Delitos Económicos), el Ministerio del Interior lo pondrá en marcha el próximo enero con un objetivo: que los reclusos que voluntariamente lo sigan se responsabilicen del hecho delictivo, pidan perdón, reparen el daño y no reincidan. EL PAÍS habla con cuatro expertos, algunos de ellos participantes en su elaboración, sobre este programa pionero en el mundo.

En octubre de 2020, en las cárceles dependientes de Interior —la Generalitat gestiona los centros penitenciarios de Cataluña— 2.044 internos cumplían condena por delitos económicos, una clasificación que abarca desde el fraude a Hacienda y la Seguridad Social a los delitos contra los derechos de los trabajadores o la corrupción urbanística. Son ya un 5,6% de los algo más de 40.000 penados, entre los que figuran nombres conocidos como el extesorero del PP Luis Bárcenas, el cabecilla de la trama Gürtel, Francisco Correa; el exvicepresidente del Gobierno Rodrigo Rato o Iñaki Urdangarin, cuñado del rey Felipe VI.

“El incremento de reclusos condenados por estos delitos nos llevó a plantearnos un programa específico [hay 21 más para otros tipos de delitos]. Por su formación y nivel social, erróneamente se piensa que a estos delincuentes no hace falta integrarlos en la sociedad cuando salen en libertad”, señala Miguel Ángel Vicente Cuenca, director general de Ejecución Penal y Reinserción Social de Instituciones Penitenciarias y uno de los impulsores de la iniciativa. El programa se pondrá en marcha en 31 cárceles y nueve Centros de Inserción Social (CIS, destinados a presos en semilibertad).

El alto cargo de Prisiones señala que el siguiente paso es “convencer y atraer al mismo a estos presos, a los que se les deja claro que participar no les va a reportar ningún beneficio penitenciario, más allá de su propia evolución personal”. Se priorizará a aquellos que están a dos años o menos de ser excarcelados, para que el trabajo terapéutico esté reciente al ser puestos en libertad. La duración prevista es de entre 10 y 11 meses, con un mínimo de 32 sesiones grupales —una a la semana, de tres horas— hasta superar siete unidades terapéuticas. En ellas abordarán, con un psicólogo, conceptos como la autoestima, las emociones, el sistema de valores y la responsabilidad.

Ante la falta de un modelo en el que fijarse, los expertos hicieron un trabajo de campo en siete centros con 28 de estos presos, con una edad media de 52 años. Les hicieron rellenar un cuestionario y se compararon sus respuestas con las que dieron 27 reclusos condenados por otros delitos y 23 personas en libertad y con responsabilidades directivas en empresas. Sergio Ruiz, psicólogo y director del Hospital Psiquiátrico Penitenciario de Sevilla, asegura que el resultado les sorprendió: “No había tantas diferencias como presuponíamos”.

El estudio permitió trazar un primer perfil de los condenados por corrupción. Son delincuentes que creen que cada uno tiene lo que se merece, con mayor estabilidad emocional que el resto de internos y una evidente falta de empatía hacia sus víctimas. También son poco altruistas, presentan acusados rasgos de narcisismo, y el egocentrismo les hace tener en cuenta solo sus opiniones. Capaces de manipular y persuadir a otras personas para conseguir sus objetivos, están convencidos de tener valores sociales como la benevolencia y la justicia social. “Tienen un concepto de sí mismos y de su valía personal muy favorable, muy distinto al que revela su comportamiento delictivo”, resalta Sergio Ruiz. Y pone un ejemplo de esta “doble moral”: el alcalde condenado por un delito urbanístico que niega haber delinquido y alega que lo único que ha hecho es crear trabajo para su pueblo.

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Para Flori Pozuelo, psicóloga y jefa del Área de Programas de Tratamiento de Instituciones Penitenciarias, estos delincuentes presentan “una desconexión moral que les hace que solo tengan en cuenta el lucro y el poder” y, por tanto, no se arrepientan. “Utilizan mecanismos para autojustificar su conducta, desde minimizar o negar el daño causado a invisibilizar a las víctimas o afirmar que otros han hecho lo mismo”, añade esta experta. El programa prevé mecanismos para “sacarles de la burbuja en la que han vivido, y que les ha impedido conocer que hay otras realidades, gente sin empleo y graves problemas”. ¿Cuáles? “Tendrán que ayudar dentro o fuera de prisión a gente desfavorecida, que necesita cuidados personales, como enfermos o personas con discapacidad, para fomentar la empatía hacia los otros”, detalla.

El programa tiene una “guinda”, según Miguel Ángel Vicente: sentar a estos reclusos frente a frente con alguien que ha sufrido las consecuencias de su actuación, al igual que se hizo con los presos de ETA que se acogieron en su día a la llamada Vía Nanclares de reinserción o se hace en el plan similar diseñado para los autores de delitos de odio. “Muchas veces los delincuentes económicos no son conscientes de las consecuencias de sus delitos porque no ven directamente a la víctima, no tiene rostro para ellos”, señala el director general de Reinserción. Para Pepe Castilla, mediador de la asociación andaluza Amedi y que organiza encuentros de este tipo en programas de reinserción con delincuentes comunes, “estas reuniones sirven para que el condenado se ponga en el lugar de la persona que ha sufrido su delito”.

Muchos de estos condenados se caracterizan por un afán desmedido de riqueza, una manera más de distinción social. “Hay que desmitificarles la posesión de objetos, el hedonismo, que aprendan a disfrutar solo con lo que necesiten”, señala Sergio Ruiz. “Delinquieron pensando que sus bienes primarios, lo más esencial, eran la posesión de cosas superfluas y caprichos. En las sesiones se intentará que estas dejen paso a lo verdaderamente importante, como la familia o la salud”, añade su compañera Flori Pozuelo. Es lo que Pepe Castilla describe como “lograr que la persona emerja sobre el personaje que les impone la acumulación de riqueza”. Este mediador recuerda el caso de un estafador al que trato recientemente y que llegó a tener tres chalés de lujo, entre otros bienes. “En una sesión me dijo que había entendido que no hacía falta tener tanto, que al final solo usaba una de las casas”.

Aquel estafador, sin embargo, no completó el programa. No todos los hacen. “Un pequeño porcentaje no supera las evaluaciones periódicas” que se hacen para medir si el trabajo terapéutico está siendo eficaz. El fin último es que no vuelvan a reincidir cuando recuperen la libertad. Las estadísticas indican que, de los presos que han finalizado programas de reinserción para otras modalidades delictivas, más del 80% no vuelven a delinquir en los cinco años siguientes a su excarcelación. Sin embargo, Flori Pozuelo alerta de que algunos de los que van a seguir el programa para delincuentes económicos, los más mediáticos, tendrán un problema añadido: serán señalados al volver a la calle. “Trabajaremos para que estén preparados para afrontar esta estigmatización”, señala.

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Sobre la firma

Óscar López-Fonseca
Redactor especializado en temas del Ministerio del Interior y Tribunales. En sus ratos libres escribe en El Viajero y en Gastro. Llegó a EL PAÍS en marzo de 2017 tras una trayectoria profesional de más de 30 años en Ya, OTR/Press, Época, El Confidencial, Público y Vozpópuli. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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