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La curiosidad: antídoto de la ansiedad

Explorar actividades sanas, relaciones o experiencias es un gran antídoto contra la ansiedad e incertidumbre y un generador de sensaciones placenteras. Y puede cultivarse.

EPS 2355 CONFIDENCIAS PSICOLOGIA
Marta Sevilla

El 22 de octubre, la bioquímica húngara Katalin Karikó, la madre de la vacuna ARNm contra la covid, pronunciaba la siguiente frase en su discurso en el Teatro Campoamor al recibir el Premio Princesa de Asturias: “Mantened la curiosidad, haceos preguntas y mantened el rumbo sin importar cuán sinuoso pueda ser el camino por delante”. Esta petición iba orientada a la próxima generación de científicos, médicos y sanitarios, pero puede hacerse extensible a cualquier persona.

Hace un año se recomendaba hacer manualidades, escribir, cocinar o buscar entretenimiento a través del ocio y la cultura. ¿Qué había detrás de estas sugerencias? El poder de la curiosidad como el mejor antídoto ante la ansiedad y la incertidumbre del momento. El psicólogo Todd Kashdan ha estudiado con detenimiento la curiosidad. La define como un mecanismo que todos poseemos y que está relacionado con la exploración de actividades sanas y constructivas, relaciones o experiencias. Se trataría de elegir aquellas que conectan con nuestros valores e intereses, es decir, con lo que consideramos significativo en nuestra vida. Hay una relación entre la curiosidad y la motivación interna. No se trata de disfrutar del reconocimiento o los resultados, sino del placer de hacer las cosas que queremos.

La curiosidad se puede considerar como un rasgo de personalidad, ya que existen personas más predispuestas a la búsqueda de información, desafíos y a la apertura a la experiencia; o como un estado temporal relacionado con el deseo inmediato en implicarse en las tareas que tenemos a nuestro alcance.

Los grandes beneficios de la curiosidad son múltiples. En primer lugar, se ha encontrado una relación bidireccional entre la exploración de actividades nuevas y un aumento de emociones positivas y de sensaciones placenteras. Esta puede considerarse la curiosidad más superficial. Hay otra más profunda. La que favorece el aprendizaje, ya que cuando algo nos interesa de verdad, se procesa mejor la información y podemos recordarlo con más facilidad. Está relacionada con el deseo de saber y de aprender y con la capacidad de resolver conflictos conceptuales. La curiosidad mejora el autoconocimiento y la introspección, al hacernos preguntas que nos pueden ayudar a marcarnos nuevas metas u objetivos. Y está demostrado que los curiosos cultivan más el pensamiento crítico, convirtiéndose en más flexibles y tolerantes.

Pero la curiosidad no se refleja solo en la búsqueda de actividades nuevas, sino que nos puede ayudar a replantearnos situaciones corrientes. Por ejemplo, al disfrutar en mayor medida de las experiencias cotidianas a las que damos menos valor. Cuánta gente se sorprende a diario de un cartel o de un edificio en su ruta habitual hacia casa en el que nunca se había fijado. Esta es la atención plena. Del mismo modo, la curiosidad nos reconecta con la capacidad de sorprendernos ante las personas que forman parte de nuestro círculo, haciendo preguntas a los que tenemos cerca. Pero no solamente podemos sorprendernos en el entorno familiar, sino también en el profesional. Muchos compañeros nos relatan que durante la pandemia han aprendido a mejorar su capacidad de escucha, a prestarse mayor atención y a conocerse más entre ellos.

Nacemos curiosos, pero esta habilidad se va perdiendo. La buena noticia es que puede cultivarse, especialmente a través de actividades culturales. Durante la pandemia, muchos redescubrieron el poder terapéutico de la lectura sumergiéndose en las historias que les atrapaban en las novelas. Otros optaron por ensayos para documentarse. Hubo a quien le picó el interés por reflejar sus miedos, dudas e inseguridades en diarios o artículos de divulgación. Y los documentales sobre ciencia o historia se consumieron más que nunca. La cultura se estableció como un espacio sanador y una vía de evasión, pero también de reconstrucción emocional. Pero no todo es actividad intelectual. La curiosidad también se encuentra en la meditación o en el aburrimiento, experiencias a través de las que nacen ideas creativas e inspiradoras.

Y si hay algún espacio donde la importancia de la curiosidad se ha plasmado es en el desarrollo de la vacuna y en el combate contra el virus gracias al esfuerzo común. El intercambio de ideas y reflexiones ha sido imprescindible. La ausencia de curiosidad, por tanto, pondría en peligro el desarrollo intelectual y el progreso social. No hay competencia humana que pueda lograrse en ausencia de un interés sustentable.

Boris Cyrulnik, psiquiatra francés, dice: “Una vez superado el punto más cruel de la pandemia, tenemos tres maneras de adaptarnos a la nueva vida”. La de retomarla tal cual era nuestra vida de antes, convirtiéndonos en prisioneros del pasado. La segunda sería caer en un caos social donde terminamos votando por un régimen autoritario que nos genere falsas esperanzas. Y la tercera y más deseada sería vivir un nuevo renacimiento donde reinventemos una nueva manera de vivir juntos con nuevos trabajos, nuevas formas de relacionarnos y con nuevos roles. Para este nuevo renacimiento necesitamos un ejército de personas curiosas.

Patricia Fernández es psicóloga clínica en el hospital Ramón y Cajal de Madrid.

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