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Los ‘desterrados’ del mercado del arte

Ante el auge especulador, las galerías se vuelven muy exigentes a la hora de vender piezas de sus artistas más demandados, y rozan los límites legales.

Stefan Simchowitz, a la izquierda, en la sede de Santa Monica, California.
Stefan Simchowitz, a la izquierda, en la sede de Santa Monica, California.John Sciulli (Getty Images)
Miguel Ángel García Vega

Cuando convergen creación plástica y dinero, casi todo es posible. Así es el mercado del arte.

—¿Qué galerías se han negado a venderle obra?

—Son tantas que, francamente, sería difícil enumerarlas todas —cuenta, por Zoom, el coleccionista angelino Stefan Simchowitz.

Simchowitz ha sido desterrado desde hace años del mercado del arte. No le venden las grandes galerías, ni las medianas, ni siquiera las emergentes. Un paria del “sistema”, perseguido por su fantasma de las Navidades pasadas (falso o cierto) de especulador y un titular en The New York Times: “El Satán del mundo del arte”.

Pero no le han asesinado el sueño. No es Mac­beth. Una tragedia. Al contrario. “Esto me ha obligado a mirar con mayor profundidad y amplitud a los artistas de todo el mundo. Y apoyar a creadores que poseen un talento increíble y merecen una oportunidad”, reflexiona.

“Nuestra mayor preocupación es la carrera del artista. Y resulta muy diferente que el comprador sea un especu­lador o un coleccionista respetable. El criterio es más la seriedad y menos la amistad”, justifica el galerista berlinés Ulrich Gebauer. “Respetable” y “serio”. Dos palabras que huyen por las ventanas abiertas de un palacio del siglo XVIII en la campiña inglesa. ¿Otra época? Las ventas por internet crecen a dos dígitos, los NTF (collages digitales) encajan 114 millones de euros en cuatro meses y el arte se desmaterializa. Pigmentos virtuales convertidos en oro. ¿Qué significa hoy ser “respetable” y “serio”? ¿No revender?

Rafael Martín —junto con sus padres, Marcos y Elena, gestiona en Segovia la colección MER, más de 800 obras— responde a las leyes de la atracción. Si vende una obra en subasta es para adquirir otras piezas que mejoren o completen los fondos. Solo así se consigue ser “cliente”, por ejemplo, de Gagosian, la galería más poderosa del mundo, y optar a ciertos nombres: Cecily Brown, Jenny Saville o John Currin. Creadores de siete cifras. Pero los antecedentes, a veces, parecen penales.

“En la pasada feria Frieze Londres pregunté por una edición de 18 ejemplares de la pintora estadounidense Julie Mehretu (170.000 dólares cada grabado) en Borch Editions”, recuerda Martín. A los interesados los apuntaban en una lista de candidatos y al final decidirían…

¿El criterio? “Nunca lo supe. Pasada la feria, recibí un e-mail preguntando sí quería la obra. ¿Una táctica de marketing?”, se pregunta Martín.

El paisaje del arte vive zanjado en dos. La galerista parisiense Chantal Crousel contempla la fractura. “Hay quienes compran siguiendo sus emociones y también existen especuladores que solo piensan en revender y ganar dinero. Ambas opciones son legalmente válidas… si se puede rastrear el origen de los pagos”, resume.

Pero las creencias cambian y la legalidad persiste. “Si la galería disfruta de posición dominante, entonces discriminar la venta a un cliente puede ser sancionable”, advierte Francisco Cantos, coleccionista y abogado con 30 años de experiencia en derecho de la competencia, que ejerce en el bufete Ontier. Y aclara: “Cuando un solo marchante controla más del 40% de las transacciones del artista incurre en esa situación. Y también es discriminatorio cualquier acuerdo de no reventa”. Las paredes sostienen miles de euros y la letra pequeña se vuelve inmensa.

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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.

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