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Comunismo, desarraigo y dictaduras: Mónica Macías, la niña africana que se crio en Corea del Norte

Hija de Francisco Macías, el autócrata que gobernó Guinea Ecuatorial hasta 1979, creció acogida por otro, el coreano Kim Il-sung. Lo cuenta en sus memorias y en esta conversación en Londres, ciudad en la que actualmente vive

Mónca Macías, en Londres, donde vive.
Mónca Macías, en Londres, donde vive.Manuel Vázquez

Como muchos niños que crecieron en los años ochenta, Mónica Macías se ilusionaba con el regalo de Año Nuevo que su padre le daba cada año. El 31 de diciembre recibía una cesta de comida en su internado y sus compañeras la miraban con envidia cuando ella sacaba sus frutas, refrescos y dulces. Pero Macías no tuvo una educación tradicional. El regalo era de su padre adoptivo, el fundador y presidente de Corea del Norte, Kim Il-sung.

Macías creció en el exilio: era una niña negra en un internado militar en Pyongyang. Ella fue criada, dice, “con dos padres”. Es la hija biológica del dictador Francisco Macías Nguema, el primer presidente de Guinea Ecuatorial, en África Central, que fue responsable de algunas de las peores atrocidades del siglo XX —incluidos un genocidio, asesinatos en masa y traición—. A ella la enviaron a Corea del Norte bajo la protección de Kim Il-sung en 1979, con siete años, después de que su padre sospechara que se aproximaba un golpe de Estado. Francisco Macías Nguema fue ejecutado ese mismo año. La vida de Mónica Macías es tan extraordinaria que parece ficción. Ahora, con 51 años, ha escrito sus memorias, Black Girl from Pyongyang (La niña negra de Pyongyang; el libro aún no tiene editor en castellano), sobre sus 15 años en Corea del Norte.

“Quiero dar una perspectiva diferente sobre los lugares que he abandonado”, dijo Mónica cuando la conocí en el Soho, en Londres, donde vive ahora, impecable con su vestido blanco de flores y pendientes de perlas. Después de vivir en España, Corea del Sur, Guinea Ecuatorial y China, se asentó en la capital británica y ahora trabaja en una tienda de ropa cerca del centro.

Macías no recuerda nada de su vida antes de llegar a Corea del Norte. “Creo que es por el trauma”, apunta. Cuenta que ha ido a terapia para tratar de recordar, pero no ha obtenido resultados. Le quedan pocas memorias de su padre biológico, tan solo una visión incompleta de él, dándole la espalda en un campo de Guinea Ecuatorial o en un viaje a Corea del Norte, país prosoviético aliado de Guinea Ecuatorial.

Macías, de niña, con el uniforme del ejército de Corea del Norte, junto a una autopista cerca de Pyongyang.
Macías, de niña, con el uniforme del ejército de Corea del Norte, junto a una autopista cerca de Pyongyang.Album personal de Mónica Macías

En Pyongyang era la única niña negra en su clase. “Me convertí en una rebelde”, rememora. “Rechacé todo después de que mi madre se fuera. Estaba enfadada. Rechazaba todo lo que tuviera que ver con España”. Olvidó el castellano y el idioma fang, y solo hablaba en coreano. Cuando su madre regresó después de algunos años, Macías no se podía comunicar con ella. La madre murió hace 10 años.

Cuenta que hizo una huelga de hambre durante un mes y que terminó en un hospital. Cuando regresó a la Escuela Revolucionaria de Mangyongdae, presidida entonces por el sobrino de Kim Il-sung, se escapó una noche y caminó durante horas para encontrar a su hermana, que vivía en el centro de la ciudad. “Eso fue inaceptable para ellos”, cuenta. “Me llevaron de vuelta a la escuela y dijeron: ‘Eres soldado, no puedes abandonar tu estación”.

Cuando era adolescente comenzó a darse cuenta de que estaba siguiendo unas reglas para las que la habían “entrenado mecánicamente”. “Vi barreras en mi mente… que habían sido invisibles para mí”. Se empezó a sentir atrapada. Mónica abandonó Corea del Norte después de graduarse y se mudó a España, desesperada por aprender más del lugar del que venía. Kim Il-sung le preguntó: “Mónica, ¿eres lo suficientemente fuerte para vivir en ese duro mundo capitalista?”.

Desde que se fue, ha estado en busca de su identidad. Dio un salto de fe y se tuvo que ajustar a la vida fuera de Corea del Norte en una sociedad capitalista, mientras reconciliaba el legado de sus dos padres. Ha recorrido un largo camino. “Ya no veo a alguien que no comparta mis posiciones como una persona mala”, escribe, “sino como alguien con un punto de vista distinto”.

Una de las cosas más difíciles tras dejar Corea del Norte, apunta, no fue el capitalismo, sino el racismo que encontró al llegar a Europa. “Experimenté peores formas de racismo en el Reino Unido y España que en Corea del Norte”, señala en voz baja. “En Corea del Norte la gente tocaba mi pelo y me llamaban ‘negrita’ en la escuela. Pero cuando llegué a Europa el racismo era sistemático. Tuve que aprender cómo navegar en ese sistema. No era algo superficial, sino racismo institucional”, cuenta.

Sus modales son típicamente coreanos: es contenida y su tono es suave. Habla inglés con acento coreano y se considera a sí misma coreana. Afirma que se siente “agradecida” hacia Kim Il-sung, quien siempre estuvo interesado en sus estudios. “Él nos cuidó”, dice.

Habla de su hermano mayor, Teo, que su padre envió a Cuba para que estuviera bajo el cuidado de Fidel Castro. Cuando Francisco Macías Nguema fue derrocado y asesinado por su sobrino, Castro envió a Teo de vuelta a Guinea Ecuatorial y al llegar fue encarcelado en una de las peores prisiones del país. “A diferencia de Castro, que envió a mi hermano de regreso a Guinea Ecuatorial, Kim Il-sung no nos devolvió. Guardó su promesa a nuestro padre de mantenernos a salvo”.

Macías no sabe por qué el líder coreano decidió mantenerla a ella y a sus hermanos bajo su protección. “Tal vez es porque era el tipo de persona que cumple sus promesas”, dice. Aun así, las memorias de Macías están llenas de contradicciones. Su relación con Kim Il-sung denota síntomas de síndrome de Estocolmo, como si todavía tuviera el cerebro lavado por el régimen que la crio. Escribe con ternura sobre él, ignorando los atroces atentados del dictador contra los derechos humanos y negando cualquier conocimiento de sus crímenes. Ella asegura: “Solo era una niña”. Ahora, al recordar a su padre adoptivo, dice que no entremezcla las cosas. “Se trata de estarle agradecida a alguien que te cuidó. Tener o no la misma ideología es algo completamente diferente”.

Mónica Macías.
Mónica Macías.Manuel Vázquez

Lo mismo sucede cuando surge el espinoso tema de su padre biológico. Es ampliamente aceptado que Francisco Macías Nguema ordenó la ejecución de entre 50.000 y 80.000 de los 400.000 ciudadanos de Guinea Ecuatorial. Además, fue acusado de tortura, malversación de fondos y quema de aldeas. Pero Mónica no cree que su padre tuviera la culpa. Después de hablar con más de 3.000 testigos e historiadores, piensa que el legado de su padre ha sido manchado por aquellas mismas personas que provocaron su caída. Ella tiene un máster en Estudios Internacionales y Diplomacia de la Escuela de Estudios Africanos y Orientales de la Universidad de Londres y se ha propuesto la misión de aprender más de su país de nacimiento. “Acepto los hechos. Lo que no acepto son versiones politizadas de la historia con relaciones de poder asimétricas. Lo aceptaré cuando haya pruebas y en mi investigación no las he encontrado”.

Aún echa de menos Corea y encuentra escandalosos algunos aspectos de la cultura occidental. Confiesa que todavía se le hace difícil dar muestras de afecto, como cuando las personas la saludan con besos en las mejillas. “Los europeos son muy individualistas, todo es ‘yo, yo, yo”, dice. “En Corea del Norte hay una sociedad colectiva, está orientada hacia la familia y la comunidad. Incluso se refleja en el lenguaje. En Corea nunca decimos, por ejemplo, ‘mi banco’, sino nuestro banco”. Macías sostiene que publicar el libro ha sido un salto de fe tan grande como dejar Corea del Norte. La primera versión fue publicada en coreano en 2013 y tuvo buena recepción en Corea del Sur. “Creo que mi libro ayudó a mucha gente a darse cuenta de que una sola versión de la historia es algo peligroso”.

“La gente puede decir que estoy mintiendo, pero puedo aguantarlo”, dice con una sonrisa. “He pasado por muchas cosas”.

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