Así es un simulacro de tiroteo en un colegio de Estados Unidos

En Estados Unidos, impactantes y controvertidas simulaciones de sucesos con víctimas múltiples preparan a los equipos de intervención inmediata para las angustiosas decisiones a las que se enfrentarían en un tiroteo real. Así se recreó el horror en el pequeño pueblo de Greenport.

El líder del equipo de gestión de estrés, Joseph McCarthy, trata de calmar, durante la simulación del tiroteo, a la estudiante Dayanna junto al supuesto cadáver de una amiga asesinada.Lindsay Morris (INSTITUTE)
C. J. Chivers

Varios estudiantes recuerdan aún los gritos incesantes de los niños pidiendo ayuda o la imagen de sus compañeros gimiendo sobre amigos aparentemente sin vida. Un padre rememora su creciente malestar ante el aspecto tan real de las heridas falsas y de la sangre artificial. Un jefe de bomberos se maravilla de lo bien que una alumna había representado su papel de adolescente desconsolada, hasta el punto de hacer que él y otros tres socorristas creyeran que necesitaba realmente asistencia médica, y que un técnico en emergencias médicas se echara a llorar.

Un sábado de principios de junio, m...

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Varios estudiantes recuerdan aún los gritos incesantes de los niños pidiendo ayuda o la imagen de sus compañeros gimiendo sobre amigos aparentemente sin vida. Un padre rememora su creciente malestar ante el aspecto tan real de las heridas falsas y de la sangre artificial. Un jefe de bomberos se maravilla de lo bien que una alumna había representado su papel de adolescente desconsolada, hasta el punto de hacer que él y otros tres socorristas creyeran que necesitaba realmente asistencia médica, y que un técnico en emergencias médicas se echara a llorar.

Un sábado de principios de junio, menos de dos semanas después de que un tiroteo en una escuela de Uvalde, Texas, acabara con la vida de 19 alumnos y 2 profesores, la pequeña localidad costera de Greenport, en la península de North Fork, Long Island (Nueva York), protagonizó un espectacular ejercicio: un simulacro de ataque armado a un colegio. El objetivo: que los equipos de intervención inmediata prepararan su reacción ante un hipotético ataque violento a un centro escolar. Un delito que, en los últimos años, se ha vuelto lo bastante frecuente en EE UU como para ser incluido en el protocolo habitual de respuesta a las crisis. Este simulacro en el instituto de Greenport, en el que, según los organizadores, participaron 62 víctimas ficticias y alrededor de 240 agentes de primeros auxilios de varios organismos de seguridad pública y distritos de bomberos, no guardaba relación directa con los retrasos y la mala gestión del tiroteo de Uvalde. La práctica estaba en la agenda de los jefes de bomberos locales desde principios de enero, cuando el primer jefe adjunto, Alain de Kerillis, del Departamento de Bomberos de Greenport, propuso incluirlo en el calendario de formación del año. El mundo en el que vivimos hoy en día, sostenía, requiere instrucción para que los departamentos estén preparados en todo momento desde el punto de vista logístico y psicológico. “Hace 30 años, a finales de la década de 1980 y principios de la de 1990, lo único que hacíamos era apagar un fuego y luego tomarnos un par de cervezas comentando lo genial que era aquello”, declaraba De Kerillis en una entrevista a mediados de junio. “Hay algo verdaderamente maligno en lo que está ocurriendo. ¿Cómo prepararse mentalmente para ello?”.

Un policía muestra en el instituto de Greenport la réplica de una pistola. Lindsay Morris (INSTITUTE)

Los datos sobre la frecuencia y la escala de los simulacros de tiroteos en los centros de enseñanza en Estados Unidos son escasos. Los distritos escolares y los organismos de seguridad pública llevan realizándolos al menos desde el asesinato de 27 personas durante el tiroteo ocurrido en 2012 en la escuela de primaria Sandy Hook de Newtown, en Connecticut. No son ejercicios fáciles de organizar ni de llevar a cabo ni de presenciar. Utilizan como ingredientes la tensión y un elevado grado de realismo, y van mucho más allá de los simulacros de encierro habituales, y a menudo obligatorios por ley, que se realizan en los colegios de todo el país. En ellos, los alumnos y los miembros del personal practican cómo refugiarse en silencio en las aulas u otras dependencias del centro con el fin de limitar el peligro y reducir, al menos en teoría, el número de víctimas. Pero ejercicios como este de Greenport, mucho más dinámicos e intensos, pueden utilizarse para entrenar no a los alumnos y a los profesores, sino a los equipos de intervención inmediata. No existen normas nacionales para estas simulaciones. Su diseño, sus objetivos y sus técnicas varían mucho, y en ocasiones incluyen falsos tiradores activos que portan armas ficticias o disparan balas de fogueo, un elemento que, al igual que las propias simulaciones, ha recibido críticas por el peligro de traumatizar a los participantes, en particular a los niños.

Diana, de 16 años, estudiante de un instituto de la zona que quiso formar parte del simulacro. Le dieron el papel de muerta.Lindsay Morris (INSTITUTE)

El simulacro de Greenport no era obligatorio ni para el personal ni para el alumnado del centro. Contó con la participación voluntaria de algunos alumnos y se llevó a cabo durante un fin de semana, fuera del horario escolar. El pueblo de Greenport colaboró con Firehouse Training Plus, una empresa privada que, a través de cursos y simulacros, ayuda a los departamentos a mejorar sus capacidades para escenificar este recurrente horror estadounidense contemporáneo e intentar articular los medios para combatirlo. Chip Bancroft, jefe de bomberos jubilado, explica que los ejercicios requieren “una planificación a fondo, colaboración y divulgación para que nadie los confunda con un tiroteo real”, y que, independientemente de los recelos de la opinión pública con respecto a los simulacros, su demanda por parte de los distritos escolares y las organizaciones de seguridad pública está aumentando. Su empresa, afirma, tiene más solicitudes en Long Island de las que puede atender.

Los policías Jonathan Jensen (izquierda) y Michael Casper, en busca del supuesto tirador.Lindsay Morris (INSTITUTE)

Al diseñar el ejercicio, Bancroft y sus compañeros tuvieron en cuenta los límites estructurales de la capacidad local de respuesta inmediata. En muchas zonas de Estados Unidos, un tiroteo masivo puede desbordar casi instantáneamente los recursos de atención a las víctimas. Las jurisdicciones extraurbanas suelen tener pocas ambulancias y un número relativamente reducido de personal de primeros auxilios, además de no disponer apenas de hemoderivados, camas de hospital o salas de urgencias cercanas, o carecer de ellos. Greenport tiene la suerte de contar con un cuartel de bomberos con servicio de ambulancia a pocas manzanas de los edificios escolares de ladrillo visto que acogen a los alumnos de la enseñanza pública desde preescolar hasta bachillerato, y de un hospital con departamento de urgencias a poco más de un kilómetro y medio. Pero los bomberos son voluntarios, el servicio de ambulancias está compuesto por dos vehículos y no cabe esperar que las urgencias puedan atender a 62 pacientes. En cuestión de minutos, un tiroteo masivo podría provocar más heridos graves de los que serían capaces de trasladar o atender por sí solos los servicios de la localidad.

La estudiante Lainey, mientras le fabrican una herida simulada en el brazo. Lindsay Morris (INSTITUTE)
Una de las alumnas voluntarias.Lindsay Morris (INSTITUTE)

Además, los tiroteos masivos casi siempre llegan por sorpresa. A diferencia de otros peligros que pueden poner a prueba los recursos de respuesta a las emergencias —fenómenos climáticos extremos, un incendio forestal, una pandemia—, no suele haber ningún aviso o indicio que permita a los supervisores reunir a su personal o hacer acopio de equipos y suministros los días o las horas anteriores a que las víctimas sufran daños. Varios servicios de primeros auxilios se apresurarían a acudir casi al mismo tiempo al lugar del tiroteo, y la coordinación podría fallar. Bancroft y los departamentos participantes esperaban que el simulacro de Greenport descubriera los puntos débiles y permitiera introducir mejoras antes de un suceso real.

En el instituto de Greenport se imaginó que el tiroteo sucedía en las gradas del campo de deporte.Lindsay Morris (INSTITUTE)
Estudiantes voluntarios, durante el simulacro en el colegio de Greenport.Lindsay Morris (INSTITUTE)

El escenario creado por él imaginaba que un joven había abierto fuego contra los estudiantes y los profesores que estaban sentados en las gradas junto al campo de fútbol americano, a punto de asistir a un espectáculo de animación. También daba por sentado que el atacante corría hacia el interior de la escuela, donde los agentes de policía debían contenerlo y detenerlo. En el ejercicio en sí no se simuló ningún tiroteo contra las gradas; los alumnos que se ofrecieron voluntarios para hacer de víctimas no presenciaron un ataque ficticio. En lugar de ello, se realizaron dos simulacros prácticamente en paralelo. Fuera, junto al campo de deportes, las víctimas simuladas tomaron posiciones en las gradas o cerca de ellas, y los bomberos y los técnicos de emergencias médicas corrieron a atenderlas y evacuarlas. Dentro, los policías practicaban cómo enfrentarse a un hombre que hacía el papel de adversario.

Aunque no se escenificó un tiroteo, varios participantes declararon que el simulacro les había producido malestar, en parte porque Bancroft y los demás organizadores caracterizaron a las supuestas víctimas con heridas de bala falsas, las rociaron con sangre artificial y les asignaron los papeles que debían interpretar, entre ellos encontrarse en estado de shock, transmitir confusión o parecer inconsolables, aterrorizadas o consternadas. A cuatro de ellas les tocó fingir que estaban muertas. Para añadir tensión y recursos, varias máquinas lanzaban humo en los bosques cercanos; se prendió fuego a un coche, que tuvo que ser extinguido, y se hizo que acudiera un helicóptero de atención médica, que aterrizó junto al campo de fútbol para simular que trasladaba a las víctimas en estado crítico al Hospital Universitario de Stony Brook, situado a unos 80 kilómetros de distancia por carreteras a menudo congestionadas por el tráfico.

El equipo de rescate tuvo que ensayar la manera de realizar la mayor cantidad de traslados en la menor cantidad de tiempo posible.Lindsay Morris (INSTITUTE)

Los voluntarios, casi todos alumnos de secundaria de Greenport u otros distritos del condado de Suffolk, se reunieron temprano para prepararse. Entre ellos se encontraba Diana, de 16 años, una estudiante de bachillerato del instituto de Brentwood que espera asistir a la Universidad de Columbia y llegar a ser gastroenteróloga. Cuando los organizadores le preguntaron qué papel le gustaría asumir, eligió una opción sangrienta. Le pusieron en la frente una imitación en látex de una herida de bala y le rociaron el torso con sangre falsa. Así, y con instrucciones de hacerse la muerta, pasó gran parte de la mañana tumbada e inmóvil sobre la hierba. Aunque sabía que se trataba de un simulacro, cuando el ejercicio empezó, se sintió inquieta. Los gritos la alarmaron. “Una de mis mejores amigas, Dayanna, tiene muy buenas dotes de actriz, y la oí gritar: ‘¡Han disparado a tres amigos míos y nadie los está socorriendo! ¡Por favor, ayúdenlos!”, cuenta la joven. “Cuando oí esas palabras, me imaginé a los niños pequeños de Uvalde gritando y viendo a sus amigos muertos. Me dolió en lo más hondo”.

Mientras los técnicos de primeros auxilios clasificaban a las supuestas víctimas, uno de ellos le puso a la supuesta víctima una etiqueta negra que la distinguía como fallecida y, por tanto, de baja prioridad para la evacuación mientras los socorristas trabajaban con los vivos. Tumbada al sol boca arriba, con las hormigas corriéndole por los brazos, volvió a oír la voz de su compañera: “¡Estos son mis amigos! ¿Por qué llevan etiquetas negras en la ropa?”.

Su amiga Dayanna, de 16 años y alumna de bachillerato como ella, se enteró del ejercicio por el Servicio de Ambulancias Brentwood Legion, en cuyo programa de formación de técnicos en primeros auxilios participan ambas amigas. Al principio no le interesó, pero tras los asesinatos de Uvalde cambió de opinión. Dayanna, que espera asistir a la Universidad de Stony Brook y convertirse en enfermera de urgencias, sintió la necesidad de esta clase de preparación. “Por desgracia, cosas como esta ocurren”, dice de los tiroteos masivos. “Para evitar más muertes, hay que dar un poco más de tu tiempo”. Cuando la estudiante llegó al campo, pidió que le asignaran un papel difícil. “Me presenté como voluntaria para hacer de histérica”, explica, así que se pasó el simulacro gritando, corriendo entre la gente con la ropa ensangrentada y hasta tirando de los socorristas e intentando arrastrarlos para que dejaran de atender a los heridos y ayudaran a los muertos simulados. “Procuré hacerlo lo más real posible”, explica.

El líder del equipo de gestión de estrés, Joseph McCarthy, trata de calmar, durante la simulación del tiroteo, a la estudiante Dayanna junto al supuesto cadáver de una amiga asesinada.Lindsay Morris (INSTITUTE)
Cuatro estudiantes que participaron en el simulacro con heridas falsas.Lindsay Morris (INSTITUTE)

Uno de los bomberos, el segundo jefe adjunto Craig M. Johnson, del departamento de Greenport, explica que actuaciones como la que simulaba esta alumna resultan desconcertantes. “Los gritos nos conmocionaron”, reconoce, “tuve que dar marcha atrás un momento y ordenar mis pensamientos antes de continuar”.

La más inesperada consecuencia del simulacro de Greenport llegaría una semana después. Un chico de 15 años, alumno de 3º de secundaria del centro, fue detenido por amenazar con atacar la escuela, comunicaron las autoridades. El nombre del adolescente no se dio a conocer para proteger su privacidad. Tras la detención, los jefes de bomberos declararon que su deber y el sentido de estos simulacros eran aún más evidentes: “Nuestros hijos”, concluyó Chip Bancroft, “deben contar con toda la seguridad y protección que podamos permitirnos”.

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© The New York Times / Traducción de News Clips

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