_
_
_
_
_

Tudora (Moldavia): Dos maletas

Preguntas, confusión y solidaridad al otro lado de la frontera.

Ilona Moskaliuk, de 45 años, y a su hija Bianca Chorba, de 17 en Tudora, en la frontera sur de Moldavia con Ucrania.
Ilona Moskaliuk, de 45 años, y a su hija Bianca Chorba, de 17 en Tudora, en la frontera sur de Moldavia con Ucrania. Gonzalo Höhr (ACH)
Alejandra Agudo

Es imposible no pensar que tú podrías ser una de ellas.

¿Qué harías? ¿Cómo te sentirías? He conocido en estos días un trocito de las historias de las ucranias que han dejado su hogar huyendo de la barbarie de la guerra. Esas mujeres que se habían separado de sus maridos y sus mayores hacía apenas unas horas para emprender el gélido viaje hasta la frontera más cercana. Todas decían: “Nunca pensé que esto me iba a pasar, que acabaría aquí”. “No me creí que hubiera guerra”. “No me parecía real”.

La guerra es algo irreal. Otros tantos recién llegados creen que en una semana podrán regresar a sus hogares en Ucrania. Como si la guerra se fuera a acabar de un día para otro. Como si fuera una pesadilla rápida. Los hay que se dicen en shock y confiesan que todavía no se sienten preparados para hablar de ello.

Conocí a Ilona Moskaliuk, de 45 años, y a su hija Bianca Chorba, de 17, en una casa de acogida en Tudora, en la frontera de Moldavia con Ucrania. Una semana antes ambas vivían en Odesa. La chica había dejado atrás su idea de estudiar algo relacionado con la medicina; a sus amigos y a su novio. “Mi amor se ha quedado allí”, decía. La madre seguía dándole vueltas a cómo habían acabado con solo dos maletas en otro país.

Ilona era de las que creían hasta el último minuto que Putin no atacaría Ucrania. Intenta no llorar mientras charlamos y se seca las lágrimas con un pañuelito de papel. “Los abrigos nos lo ha dado Concordia; los zapatos, la gente”. Ambas se visten de la generosidad de las organizaciones y población locales. En los 20 minutos que tuvieron para empaquetar sus cosas, no les dio tiempo a pensar en mucho más que lo imprescindible. “Podríamos ir a América, pero no queremos. Preferimos quedarnos”. Rechazan alejarse más.

Después de escucharlas, respetar su llanto y compartir risas, en las horas que se prolonga mi vuelta en coche al hotel, me es inevitable volver a pensar en ellas y plantearme: ¿Y si fuera yo? ¿Qué metería en mi maleta si apenas tuviera media hora para decidir qué es lo importante? ¿Dejaría atrás a mi pareja? ¿Me iría lejos a construir una nueva vida de la noche a la mañana? Huiría, ¿pero con la esperanza de volver? ¿Me quedaría? ¿Lucharía?

Estas dudas no son nuevas. Ya he lidiado con ellas en otras crisis en otros puntos cardinales del planeta. No hay respuestas infalibles a esas preguntas, pero parece que esta vez sí tenemos más claro cómo querríamos que nos tratasen. Solo así se explica la enorme ola de solidaridad ciudadana con los refugiados. En Moldavia y en toda Europa. Ojalá el poder que ha demostrado tal empatía en esta guerra se mantenga y sirva para ver y aliviar el sufrimiento allá donde sea…

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Alejandra Agudo
Reportera de EL PAÍS especializada en desarrollo sostenible (derechos de las mujeres y pobreza extrema), ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS. Miembro de la Junta Directiva de Reporteros Sin Fronteras. Antes trabajó en la radio, revistas de información local, económica y el Tercer Sector. Licenciada en periodismo por la UCM

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_