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Lia Piano: “Somos una familia de locos competentes”

La hija del célebre arquitecto Renzo Piano convierte la casa familiar de Génova en la protagonista de su primera novela, ‘Planimetría de una familia feliz’. Literatura y arquitectura se alían para reconstruir la historia de una irresistible familia creativa y su vida en un territorio de libertad

Lia Piano, escritora y directora de los programas editoriales de la Fundación Renzo Piano, en el jardín de su casa, en Génova (Italia), el pasado 13 de mayo.
Lia Piano, escritora y directora de los programas editoriales de la Fundación Renzo Piano, en el jardín de su casa, en Génova (Italia), el pasado 13 de mayo.Alessandro Grassani
Anatxu Zabalbeascoa

Cuando Renzo Piano; su esposa, Magda Arduino, y sus tres hijos —Matteo, Carlo y Lia— regresaron a Italia desde París, donde el arquitecto genovés estaba diseñando el rompedor Centro Pompidou (que se inauguró en enero de 1977), descubrieron no el azul sino el verde junto al Mediterráneo. Su destartalada casona de Génova tenía un jardín perpetuamente asilvestrado donde recogían los animales del barrio “que muchas veces no querían ser adoptados” —explica Lia Piano (Génova, 1972) por Zoom— pero que su madre encontraba por la calle. Así criaron gallinas. “Más bien fuimos invadidos por ellas”, cuenta. Sucedió cuando su padre organizó un concurso entre sus hijos para diseñar un gallinero, y las gallinas, que no entendían de experimentos con poleas, terminaron entrando en la casa. En los años ochenta, los Piano vivían en un edén que contrastó con el colegio, donde no llegaron a adaptarse.

 La escritora Lia Piano trabajando en su casa de Génova.
La escritora Lia Piano trabajando en su casa de Génova.Alessandro Grassini

Hace poco, Magda, la madre de Lia —que en 1989 se divorció del arquitecto—, decidió vender aquella casa. “Era demasiado grande, daba demasiado trabajo”, explica Lia. “Mis hermanos, como tantos hombres, son expertos en escaquearse. Así es que me tocó a mí ir a ayudar”. Tuvo recompensa: los recuerdos revivieron. Apareció entonces la urgencia de escribir una novela. “Es un ejercicio de rescate. Al leerla, mi madre —que es exactamente como la madre de la novela; es decir, amiga de improvisar y cambiar de idea— decidió no vender”, recuerda Lia. “Lo más llamativo es que todos están volviendo ahora a la casa”. La escritora —que estudió Literatura y es directora de proyectos editoriales en la Fundación Renzo Piano— explica que, aunque todos han envejecido, nadie ha cambiado.

En la novela, como en la infancia de Lia Piano, hay tres hermanos, un padre que construye un velero y una madre con un gran sentido del humor y muchos zapatos de tacón que resuenan sobre el suelo de la casa. Hoy Carlo, el mayor, es periodista. Matteo es diseñador. Y hay otro hermano, Giorgio, que no compartió la casa porque tras la infancia en Génova apareció otra mujer, Milly —Emilia Rossato, con la que Renzo Piano lleva casado tantos años como lo estuvo con la madre de Lia—. Y como en un sueño en el que el amor triunfa sobre todas las cosas, Milly y su hijo Giorgio forman hoy parte de la familia gracias a la literatura. “La belleza de mi infancia está en entender la libertad como una estrella polar. En el momento en que entiendes eso, sirve para todo, con todas las consecuencias que comporta, incluida la libertad de los otros, porque si no, es demasiado fácil. Para mí ha sido absolutamente normal sumar otras personas a nuestro núcleo. No lo han amenazado, lo han reforzado”.

—¿Para Magda Arduino está igual de claro?

—Sin duda. Es la más parecida a su personaje. Es difícil pensar que alguien como mi madre pueda tener pensamientos pesados.

—Al final, su novela habla sobre la imposibilidad de ser normales. Plantea qué es la normalidad.

—Mi objetivo ha sido inmortalizar a una familia en su momento más feliz.

—Lo ha conseguido. Tras una infancia así, ¿la vida es más fácil o más difícil?

—Hay que tomarla como llega y no dar por hecho que lo bueno es lo natural. Lo bueno es siempre un regalo que hay que agradecer. He querido reconstruir en mi memoria una educación que, aunque hayan pasado 40 años, creo que sigue vigente y, sin embargo, entonces fue cuestionada por los profesores.

Una imagen de la escritora en su infancia con su padre, el arquitecto Renzo Piano, el 2 de enero de 1976.
Una imagen de la escritora en su infancia con su padre, el arquitecto Renzo Piano, el 2 de enero de 1976.

Cuando Lia le dejó leer la novela a su padre, Renzo Piano “entendió rápido que la verdadera protagonista era la casa y se dedicó a verificar todas las medidas”. Por eso, cuando se topó con que Concepita Maria, la inolvidable asistenta, apilaba hasta cuatro metros de ropa para planchar, la corrigió: “Con cuatro metros, la estructura cede. Escribe lo que quieras, pero ese dato no lo puedo soportar”, recuerda Lia que le dijo.

A los demás miembros de la familia no les dejó leer la novela antes de publicar. “Porque los conozco. Pero cuando ya estaba, salimos con la barca y les dije: ‘Si me tenéis que matar, lo hacéis en alta mar y me hacéis desaparecer”. Matteo —que coincide con el personaje más sensible, Goelle— se encerró en el camarote. “No veía su cara, pero, llegado un punto, escuché sus carcajadas. Todos han sabido leer más allá de ellos mismos. Somos una familia de locos competentes, por eso un amigo ha calificado el libro de ‘autobiografía mágica”.

Puede que el único problema de la novela sea que no hay nada malo. “La relación con la escuela”, apunta Lia. “Nosotros no entendíamos las reglas del mundo fuera de nuestra casa, la excentricidad de nuestra familia, su felicidad, era tratada como una enfermedad. Querían curar cualquier cosa que no fuera lo habitual para ellos”. Más allá de la casa, la jefa de todo aquello, la única persona que los cuidaba, era Concepita Maria, un personaje que afronta la vida con fuerza y ligereza. “He trabajado mucho su voz porque hablaba una lengua completamente inventada. Analfabeta y no escolarizada, su idioma funcionaba por gestos, sin gramática”.

La mítica casa de la familia Piano, en Génova.
La mítica casa de la familia Piano, en Génova.

Uno busca a Renzo Piano en la novela de su hija. Y lo encuentra encerrado, construyendo un barco. Pero se da de bruces con su madre. “Quería hacerle un homenaje. Toda la vida él ha centrado el protagonismo público. Pensé que, por lo menos en 200 páginas, podía dejarlo en segundo plano”, explica Lia. La novela discurre durante el tiempo en que Piano diseñaba con Richard Rogers el Pompidou de París. “El edificio marcó un hito en su carrera. Le dio notoriedad. Pero también lo convirtió en el centro de muchas polémicas. Las cosas necesitan tiempo”. Y tiempo es lo que ofreció la casona de Génova: tiempo para que las cosas sedimentaran. Es evidente que el arquitecto no estaba encerrado en el sótano construyendo un velero. “He querido devolverle el tiempo libre. La necesidad de tiempo libre es algo muy evidente en la vida de las mujeres, pero también la sufren los hombres. Es un problema de nuestra sociedad”.

En Planimetría de una familia feliz (Seix Barral), Lia Piano explica que la mejor vida no es el resultado de cuidarlo todo, sino más bien de dejar vivir. El libro está dedicado a un perro, Pippo: “Puede parecer extraño, pero en la rareza está la respuesta. Para escribirlo hice un ejercicio de arqueología sentimental. Anulé la distancia entre la mujer que soy y la niña que fui. Y la hice hablar. Lo natural era dedicarlo a mi amado Pippo. Una niña no agradece el trabajo de sus padres, ni en broma les dedica nada a sus hermanos, y en cambio adora a su perro —no tenía raza y nunca supimos de dónde había salido—”. Pippo era blanco y negro dividido por la mitad. Un perro simétrico para una familia de arquitectos, diseñadores y artistas. “Nos lo trajo el destino”.

“La escritura me ha abierto una puerta que no imaginaba poder abrir: la de mirar la propia vida. En la fundación también hago una labor de ordenar y rescatar con imágenes el pasado. Fue trabajando con la arquitectura donde comprendí que un espacio puede contar la vida de una familia. La literatura y la arquitectura son dos disciplinas que en mi vida se mezclan”. Ambas contagian felicidad.

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