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Nosotros, los que vamos al médico

Sobreviví porque compartí mi pánico y oscuridad con mi novia, mi mejor amiga, mi psiquiatra y, a veces, con extraños. Todo ayuda. Ahora llega tu turno

Una mujer y su hija se funden en un abrazo.
Una mujer y su hija se funden en un abrazo.Justin Paget (Getty Images) (EPS)
James Rhodes

Una cosa se hace cada vez más evidente, aunque no hace falta ser Freud para haberla predicho. Este virus es el telonero de un motín absoluto con problemas de salud mental que ahora está comenzando a arrastrarnos en todo el mundo. Como si el planeta no anduviera lo suficientemente tarado y sólo faltara que nos arrojaran a una olla a presión de pánico con confinamientos, incertidumbre económica y terror, agreguemos al panorama una pizca de política y prensa (siempre desafiante, pero últimamente insoportable), un montón de negación y el escenario está listo para sufrir décadas de consecuencias emocionales.

Se filtrará de generación en generación, se extenderá al lugar de trabajo, la vida familiar y las relaciones. Un mundo ya medicado hasta el culo se volverá aún más dependiente de las grandes farmacéuticas mientras las tasas de divorcio, suicidio y admisión hospitalaria se saldrán del cuadro. Este puto virus es sólo la obertura de una ópera llena de ese tipo de dolor emocional del que Wagner se sentiría orgulloso. Y más largo que el ciclo de El anillo del Nibelungo.

Pero el momento para empezar a mitigarlo ha llegado. Quiero decir ahora. Hoy. Justo en este minuto. Especialmente si tienes hijos. Ellos son los que realmente van a sufrir: quítales la rutina de la escuela, el contacto social, el aislamiento cómodo de lo que nos cuentan las noticias y hazles presenciar la muerte de primera mano, un colapso global. No es de extrañar que vayan a tardar mucho en recuperarse. Pero se recuperarán. La resiliencia es algo en lo que los niños sobresalen, 10 veces mejor que los adultos.

Habla con ellos, ayúdalos a procesar las cosas reviviendo los momentos dolorosos a su lado, discutiendo los detalles, permitiéndoles gritar y llorar. Déjalos presenciar que sientes lo mismo. Haz igual con tu pareja. Con tus amigos cercanos. Ignora a las personas que te dicen que te calles y sigue adelante. Huye de estos lo más rápido y lejos que puedas.

El año pasado ha representado una brutal llamada de atención hacia lo que realmente importa. Así como nunca nos sentimos molestos por las razones por las que creemos que lo estamos, pues muchas veces las cosas que creemos que importan no lo son. Lo que realmente merece la pena es todo lo que a menudo nos enseñan las canciones y los poetas: amor, amistad, amabilidad, quietud. Yo agregaría: autocuidado. Y si sientes una punzada de irritación al leer esa palabra, entonces se trata de algo que debes mejorar.

Finalmente, existen resquicios de esperanza si puedes llamar a tu jefe el lunes y decirle que sufres un ataque de pánico masivo y que no puedes ir a trabajar. La gente lo hace todos los días con dolor de espalda o molestias dentales. ¿Pero si tiene que ver con la salud mental? Hasta ahora, casi nunca. Después de todo lo que ha pasado, lo que está pasando y seguirá pasando, finalmente ha llegado el momento.

Por favor, sigue hablando. Cuanto más nos explayemos, más normal se volverá esto y menos gente morirá por ello. Realmente es así de simple. Empezaré yo: consideré el suicidio como salida más de una vez durante el año pasado. Llegué tan lejos como para hacer un plan y preparar las cosas en consecuencia. Comencé (y finalmente terminé) un curso de antidepresivos. Experimenté un nivel de pánico, odio a mí mismo, oscuridad y terror absoluto que no había padecido en décadas. Y sobreviví porque lo compartí con mi novia, mi mejor amiga, mi psiquiatra y, a veces, extraños en internet. Todo ayuda. Así que ahora llega tu turno: avisa a la gente de que tú también eres humano. Que todos pertenecemos a la misma frágil especie. Y que está bien reconocer las partes incómodas de nosotros mismos.

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