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Belén Moneo & Jeff Brock: arquitectura sin moldes

Belén Moneo y Jeff Brock en su estudio en Madrid. Encima de la mesa, la maqueta de la parroquia del Señor de la Misericordia de Monterrey, una de sus creaciones.
Belén Moneo y Jeff Brock en su estudio en Madrid. Encima de la mesa, la maqueta de la parroquia del Señor de la Misericordia de Monterrey, una de sus creaciones.Daniel Ochoa de Olza (EPS)

Cuando hablan entre ellos, lo hacen en inglés. Cuentan que es herencia de haberse conocido en Estados Unidos. Belén Moneo y Jeff Brock llevan casi 30 años firmando juntos proyectos de arquitectura cuya primera piedra es el diálogo. “Yo creo que hemos intentado siempre empezar juntos”, dice Moneo. “Hablando de ideas fundamentales, porque estar de acuerdo en los fundamentos es muy importante”, continúa Brock. “Luego, si uno tiene más protagonismo en el desarrollo de las formas, vamos a decir, el otro está siempre ahí compartiendo, criticando o reforzando”.

Se conocieron en Nueva York en 1988, cuando eran novatos del máster de arquitectura de la Universidad de Columbia. Ella, madrileña, venía de Harvard, y él, neoyorquino, de Princeton. Bastó un diseño para que se fijasen en el trabajo del otro. Luego surgió la física, una materia que ambos habían estudiado antes. “Entonces saltamos a hacer clases de estructuras con la promoción más avanzada y así nos conocimos un poco más”, recuerda el arquitecto. Cinco años después fundaron el estudio Moneo Brock. En 2002 lo trasladaron a Madrid, aunque mantienen una oficina en la ciudad estadounidense y otra en Monterrey, en México.

La arquitectura es un idioma más que usan para contar su historia. Apuntalan recuerdos con edificios, conceptos y nombres de maestros. No falta el de Rafael Moneo, premio Pritzker y padre de ella. De su mano se mudaron a Estocolmo para llevar el desarrollo del Museo de Arte Moderno y Arquitectura. “Bueno, haciendo de interlocutores y ayudando, porque nosotros también estábamos aprendiendo”, matiza ella.

Incluso después de tres décadas codo con codo en la mesa de diseño, concursos y obras, aún hay espacio para lo inédito. Saber que la segunda cosa que más impresionó a Brock de aquella experiencia nórdica fue “la resiliencia de Belén” parece coger por sorpresa a Moneo, que responde con una interjección y una sonrisa que se intuye bajo la mascarilla. La primera fue la capacidad resolutiva y seguridad de su suegro ante los imprevistos.

Al principio trabajaban a cuatro manos, pero cuando los encargos fueron más y mayores dividieron tareas. “Y también nos ha gustado, porque a veces tampoco ha sido fácil. Porque luego nos íbamos a casa”, apunta Moneo. Llevan siendo arquitectos prácticamente el mismo tiempo que pareja. “En ese aspecto nos ha ayudado mucho tener hijos, porque decidimos que cuando llegábamos a casa ya no hablábamos más de trabajo y teníamos dedicación a nuestra familia”.

Cada una de sus obras es un ejercicio de creación sin moldes. “Yo pienso que la respuesta fácil es que no hay un estilo. Hay ideas, hay afinidades que yo creo que son recurrentes”, comenta él. Entre los factores comunes del no estilo presente en sus diseños se encuentran la importancia de la luz natural, la plasticidad y el espacio, donde estaría la escultura transformada en vacío, el color y la sostenibilidad.

“Nos gusta el no cerrarnos a una manera de construir o hacer arquitectura”, asevera ella. Como testigos, el Northwest Corner Building de la Universidad de Columbia, en Nueva York; la parroquia del Señor de la Misericordia y la Casa Tec 205, en Monterrey, o las Termas de Tiberio, en Huesca, entre otros. Se miran, lo piensan, pero no, no pueden decantarse por ninguna. “Como dice Jeff, en cada proyecto nos gusta buscar nuevas soluciones, nuevos materiales y nuevas exploraciones. Poder explorar es una suerte y una ventaja. Y eso nos hace difícil elegir porque en cada proyecto vemos cosas distintas que nos gustan”.

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