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Una ruta por la crónica negra de las calles de Barcelona

Plaça Universitat, el Liceu, la Vampira del Raval, la plaza Reial, el Maremagnum... El centro de la capital catalana también explica su historia a través de la violencia, política y criminal

Un grupo de jóvenes en la calle de Joaquim Costa, en Barcelona.
Un grupo de jóvenes en la calle de Joaquim Costa, en Barcelona.José Colón (getty images)

Barcelona es una ciudad de rostro amable, más potenciado si cabe desde los Juegos Olímpicos. El reclamo de Gaudí y del Barça ejercen, sin duda, una fascinación mundial. Aunque la capital catalana también tiene un reverso oscuro capaz de explicar su historia a través de la violencia, política y criminal.

Iniciamos nuestro recorrido en la Plaça Universitat. El 24 de septiembre de 1893 la ciudad se preparaba para celebrar su fiesta mayor en homenaje a la Mercè, su patrona. El público esperaba expectante el paso de un desfile militar cuando, de repente, un estruendo provocó el pánico entre la concurrencia. El anarquista Paulino Pallàs lanzó una bomba con la intención de terminar con la vida del general Arsenio Martinez Campos, quien sobrevivió, no así el guardia civil Jaime Tous, fallecido poco después como consecuencia de las heridas provocadas por el estallido. La bomba de Pallàs simboliza el inicio de los años de la dinamita ácrata, protagonista indiscutible en el atentado del 7 de noviembre de ese mismo año en el Liceu, templo de la burguesía decimonónica, y en el de la procesión del Corpus en junio de 1896, este de incierta autoría. Los anarquistas buscaban difundir su ideario con acciones mediáticas. Fueron la pesadilla de las autoridades durante todo el primer tercio del siglo XX, época en la que la crónica negra se popularizó gracias a la modernización del periodismo.

Enriqueta Martí, conocida como la Vampira del Raval, en una foto de archivo.
Enriqueta Martí, conocida como la Vampira del Raval, en una foto de archivo.Historic Images (alamy)

Si bajamos por la Ronda Universitat accederemos al Carrer de Joaquim Costa, hoy una mezcla de esencia pakistaní y postureo hípster. En su número 29 vivió Enriqueta Martí, la mal llamada Vampira del Raval, indiscutible estrella de los periódicos en el invierno de 1912, cuando la detuvieron por raptar a la niña Teresita Guitart. Más tarde, ya entre rejas, fue acusada de asesinar a una decena de niños, llenándose la prensa de escabrosos rumores entre los que cabe mencionar una misteriosa libreta, un cuarto secreto para encuentros de sus clientes con las víctimas e incluso cuchillos manchados con sangre.

El caso fue consecuencia de la resaca de la Semana Trágica, entre julio y agosto de 1909, cuando Barcelona ardió tras una revuelta obrera contraria a la guerra de Marruecos, donde los hijos del pueblo eran carne de cañón mientras los de los ricos se libraban con el pago de la exención militar, cifrada en 1.500 pesetas, el sueldo trianual de un trabajador. Enriqueta, en ese contexto, era ideal para demonizar a toda una clase. Murió de cáncer de útero en una prisión de mujeres, pero la leyenda pervivió y solo en los últimos años se ha desmentido su afán criminal, inexistente porque era una desgraciada sin recursos ni oficio ni beneficio. Sin embargo, muchos aún sacan provecho de ese turbio episodio entre guías turísticas y publicaciones sin ningún sustento documental.

Un 'skater' en la Plaça dels Àngels de Barcelona, donde se encuentra el museo del MACBA.
Un 'skater' en la Plaça dels Àngels de Barcelona, donde se encuentra el museo del MACBA.JOSEP LAGO (getty images)

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No ocurre lo mismo con el siguiente punto de nuestro recorrido. Si dejamos atrás Joaquim Costa proseguiremos por la Plaça dels Àngels, sede del MACBA y a rebosar cada día de skaters. Unos metros más allá nos adentramos en el Carrer del Pintor Fortuny. En su esquina con la Rambla luce un edificio de los años cincuenta del pasado siglo, el hotel Le Méridien. Cuando se inauguró lo denominaron Manila por su cercanía con la Compañía de Tabacos de Filipinas, de la que fue secretario general el poeta Jaime Gil de Biedma. En los Juegos de 1992 el establecimiento tuvo su momento de gloria al acoger al equipo estadounidense de baloncesto, una anécdota perfecta para ocultar la sordidez de un crimen acaecido entre sus muros en 1971, cuando Manuel Sebastián asesinó a Dolores Llorens, una joven condenada a una vida sin esperanza por sus orígenes y la sombra de una enfermedad mental. Sebastián murió entre rejas, sin poder beneficiarse de un indulto franquista llegado a deshoras. Debió escapar por la Rambla, escenario de infinitas efemérides teñidas de sangre, una de ellas olvidada en el ángulo de la avenida por excelencia de la ciudad condal con el Carrer de la Petxina.

La fachada modernista de la pastelería Escribà.
La fachada modernista de la pastelería Escribà.Christophe Boisvieux (getty images)

Actualmente, esta callecita destaca por la pastelería Escribà, de fachada modernista. En 1905, un año antes de su inauguración, una bomba sesgó la existencia de dos hermanas, las Rafa, homenajeadas con un funeral por ser aún vírgenes, como si su desaparición atentara contra la integridad de toda la ciudadanía. Esa bomba, atribuida de forma arbitraria a los anarquistas, fue una de tantas durante esos decenios. El epicentro de las mismas fue la plaza Reial, maravilla porticada con muchos claroscuros, del underground de Ocaña y Nazario en los años setenta al conocido como crimen de los Existencialistas de 1962, así denominado porque los asesinos del empresario Rovirosa frecuentaban el Jamboree, local mítico de jazz, ginebra, marines y marihuana, anatemas para la dictadura franquista. A la plaza, tras el empoderamiento vecinal de la pandemia, han regresado los turistas, ignorantes de tantas muertes.

La última estación de nuestros pasos conduce al Maremagnum, continuación postolímpica de la Rambla para alargarla hasta el mar y cumplir el sueño de disipar cualquier límite entre lo sólido y lo líquido. Para alcanzarlo, una magnífica opción es travesar el pasaje de la Paz, uno de los más hermosos de los más de 300 existentes en Barcelona. Su aspecto recuerda cómo en algún instante París fue, al mismo tiempo, referencia y prueba de un complejo de inferioridad con la gran urbe europea, factor desaparecido durante la alcaldía de Pasqual Maragall, cuando vio la luz el Maremagnum para dar otro aire al ocio, y así fue hasta enero de 2002, cuando la noche lo vistió de luto.

Vista de la plaza Reial, en el barrio Gótico de la capital catalana.
Vista de la plaza Reial, en el barrio Gótico de la capital catalana.Jorg Greuel (getty images)

Durante esos primeros años del siglo XXI se produjo un bum migratorio. Las discotecas del Maremagnum se llenaron de una saludable mezcla entre los de siempre y los recién llegados, no muy bien vista por los porteros de algunos de estos establecimientos, como James Anglada, causante de la muerte del ecuatoriano Wilson Pacheco, ahogado en las gélidas aguas tras una persecución por el puente del recinto. Este asesinato fue clave para regular la profesión de vigilante nocturno y concienciar de los peligros del racismo, omnipresente hasta en lo imprevisto.

Puente de acceso al centro comercial del Maremagnum, en Barcelona.
Puente de acceso al centro comercial del Maremagnum, en Barcelona.Pol Albarrán (getty images)

Década a década la violencia permite visualizar de modo impecable la historia para comprender los cambios barceloneses pese a su lógica invisibilidad en las guías, donde la luz normativa suele eclipsar sin piedad a las tinieblas.

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