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Tres paseos al cálido sol alicantino

Hallazgos arqueológicos, fachadas coloristas y buenos arroces aguardan en El Campello, La Vila Joiosa y Benidorm para enriquecer la vida diaria

Casas de colores en La Vila Joiosa (Alicante).
Casas de colores en La Vila Joiosa (Alicante). GETTY IMAGES

El Campello: descubriendo la isleta

La máquina del tiempo que es la Illeta dels Banyets no se cansa de arrojar atisbos de la historia. Este futuro parque arqueológico se halla sobre un islote unido a tierra por un istmo en 1943, cuyas excavaciones han desvelado una comprimida superposición de elementos de la Edad del Cobre, así como de las civilizaciones ibérica y romana. Constituyó una suerte de polígono industrial en el que se superpusieron las termas (hoy techadas) de una villa romana, no lejos de los viveros de peces labrados en la roca, que justificaron su nombre de Baños de la Reina. Se recorre en visitas guiadas. Detrás, la torre vigía de la Isleta (1557) evoca la insegura frontera entre los reinos moros y cristianos. De Vicente Ferrero son las esculturas que marcan el camino a El Chiringuito —cerrado hasta el 3 de febrero, como todo el sector hostelero de la Comunidad Valenciana—, de precios módicos si nos atenemos a su ubicación en el puerto deportivo. Ya en la lonja, a las cinco de la tarde se subasta el pescado a viva voz y en pequeñas dosis para hacerlo más apetecible.

Y acabamos en el barrio marinero del Carrer La Mar. Acogedora y ancha, su playa invita a bañarnos en luz de sol antes de degustar el caldero marinero de gallina (el pez, no el ave), seguido de arroz a banda, en el restaurante La Peña (actualmente solo disponible para recoger en el local). Y si de un gin-tonic se tratase, a un latido de distancia queda una terraza histórica, El Lobo Marino, que cumple este año medio siglo de existencia.

La Vila Joiosa: un pueblo muy colorista

Pocas imágenes tópicas están tan justificadamente asociadas con La Vila Joiosa como sus apretujadas casas de pescadores, de dos o tres alturas y coloreadas para diferenciarse. Al no disponer en el siglo XIX de piedra de calidad, la mejor opción para dignificar las fachadas fue pintarlas sobre mortero a la cal, uso que murió con la moda impuesta por los caseríos blancos ya en el XX. Que se estucaran para que los capitanes las identificaran mar adentro no deja de ser una leyenda urbana.

Siempre hay sitio para aparcar en la explanada junto a la desembocadura del río Amadorio. De allí caminamos hacia las casas que corren paralelas a la avenida del Doctor Esquerdo, en una coqueta plaza que, junto a la verticalidad de las palmeras, desprende un cromatismo digno de Paul Klee. Quedan muy pocos pueblos en el Mediterráneo con casas así decoradas: una paleta de almagres (rojos), de amarillos casi ocres y añiles; mezclando estos últimos conseguían el verde.

A la altura del parque del Censal tomamos las rampas mecánicas hasta la chocolatería Valor, marca más internacional de La Vila. En la visita guiada al museo municipal (ahora solo para grupos de convivientes) sorprende una colección de joyería fenicia en oro (siglos VI-VII antes de Cristo) y los restos de un carguero de la época de Nerón (año 67).

La fecunda coloración urbana sigue imperando en la calle de la Costera la Mar y en las viviendas que cuelgan al río sobre la muralla del siglo XVIII y que fotogra­fia­remos desde el puente que transita la carretera N-332.

Benidorm: perspectivas mediterráneas

Qué mejor opción recreativa que rodear el casco antiguo benidormí, erigido sobre la punta Canfali, eje de los dos grandes alfaques playeros: Levante y Poniente. La oficina de turismo de la plaza de Canalejas es el lugar donde documentarse, al que sigue la subida por el callejón de los Gatos para contemplar, como exponente de arte callejero, la niña lectora pintada por Silvia Viana. En la plaza de Sant Jaume se disfruta de un mirador sobre la playa de Levante, y una vez atraviesan la plaza del Castell, los transeúntes encuentran el aljibe y lienzos de la muralla original del castillo del siglo XIV, para después bajar por una nívea balaustrada alicatada hasta el Balcón del Mediterráneo, perfecto a la hora del crepúsculo.

Luego dirigiremos los pasos hacia la cúpula vitrificada de la iglesia de San Jaime y Santa Ana. Pocos arroces alicantinos, caldosos, incitan más a la gula que los que preparan en el restaurante Mal Pas (cerrado ahora por las restricciones sanitarias), recomendado tanto por los autóctonos como por Isabel Coixet, cineasta y directora de Nieva en Benidorm (2020). Después fotografiamos desde lo alto la cala del Mal Pas, en la que con mayor ahínco se concentra el sol en Benidorm, gunitadas sus paredes como las piscinas para evitar desprendimientos. Algunos usuarios recorren sus 131 metros apoyando las manos en los extremos que la delimitan como si el paseo por la orilla no fuera completo sin observar este ritual.

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