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Excursión de mar y roca volcánica en Lanzarote y La Graciosa

De un paseo por el Malpaís de La Corona a un baño en la playa de las Conchas. Dos islas canarias para una travesía única

Vista de La Graciosa desde la isla de Lanzarote.
Vista de La Graciosa desde la isla de Lanzarote. Wesley Martinez Da Costa (Getty Images)
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Hay lugares que impresionan a los viajeros hasta el punto de transformarlos o, al menos, sugieren esa posibilidad. Esos destinos atraen o inquietan profundamente. No cabe sentir hacia ellos una simpatía abúlica o un desdén perezoso. No hay término medio. Me refiero a destinos como Lanzarote. Lugares así no son fáciles de describir porque afectan al espíritu y puedes acabar preso de incontables metáforas y espesas abstracciones, agotando al lector tanto como a ti mismo. Por decirlo de algún modo, Lanzarote tiene más que ver con la Luna que la Luna misma.

Mejor bajar a tierra con un almuerzo, por ejemplo, en el bar La Piscina, en Punta Mujeres, al noreste de la isla canaria. Pedir un vino blanco de uva malvasía cultivada en La Geria —esa área inundada de ceniza volcánica o picón cuyo paisaje es espléndido— es un modo muy recomendable de empezar el viaje. Para comer, sardinas marinadas y estofado de cabrito. El dueño de esta sabrosa tasca, al que llaman El Pichón, aconseja bien, tiene mano izquierda y sentido del humor. Frente a la puerta está el mar, y allí, por unas escaleras, se accede a una de las piscinas de agua marina del pueblo.

cova fernández

En el extremo oeste de Punta Mujeres hay un conjunto de tres viviendas unifamiliares en cuesta, la primera dando al mar, de volúmenes sencillos y rotundos. Es un proyecto de la arquitecta Blanca Fajardo. Se agradece ver lecturas nuevas de la arquitectura popular que demuestran que no todo lo moderno es un error, como piensan algunos críticos del presente. A poca distancia parte un camino que recorre la costa y se adentra en el Malpaís de La Corona, que toma el nombre de uno de los volcanes cercanos. “Malpaís” es un precioso término que hemos prestado a los anglosajones y denomina un terreno árido, de rocas volcánicas poco erosionadas, enemigas de las suelas de zapato. El juego de color entre la roca gris oscura, el mar azul y blanco y los verdes encendidos de los arbustos es espectacular. Cuando la lava es muy negra, como ocurre en el litoral de Tenesar, al norte de Tinajo, donde se puede hacer otra excursión de mar y rocas, el contraste de los tonos es aún más dramático.

El paseo es solitario, aunque salpicado de encuentros. Hay pescadores subidos a las rocas, pacientes y desconfiados, sin demasiadas ganas de que nadie les pregunte qué pescan. Una pareja, por su lado, se dedica a buscar conchas y ha encontrado el delicado caparazón verde de un erizo de mar. También hay surfistas. Montan las nerviosas olas y, sobre todo, esperan a que lleguen braceando como insectos acuáticos. En el camino se divisan, unos cientos de metros hacia el interior, los Jameos del Agua, uno de los centros culturales proyectados por César Manrique, el artista omnipresente en Lanzarote. Allí, donde viven los cangrejos ciegos, se puede cenar mientras se escucha un concierto.

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Calles de arena en Caleta de Sebo (La Graciosa).
Calles de arena en Caleta de Sebo (La Graciosa).AWL

En el paraíso

Si continuamos camino por veredas durante unas tres horas, podríamos llegar hasta Órzola, de donde parten los ferris a La Graciosa. Al llegar al pueblo de Caleta de Sebo de la isla, la vista que capta nuestra atención es la del lanzaroteño Risco de Famara, al otro lado del brazo de mar al que llaman El Río. Parece que el macizo se te va a caer encima.

Si Lanzarote es la Luna, esta pequeña isla del archipiélago de Chinijo es, para varios de mis amigos, el mismísimo paraíso. La Graciosa está más allá aún de la Luna. Con sus playas y volcanes, se resiste a perder su pureza en una época en la que ya nada se mantiene virgen. Las calles de Caleta siguen siendo de tierra —toda una declaración de intenciones—, apenas hay vehículos y es un buen lugar para lo que la gente suele llamar no hacer nada. Caminar, mirar, leer… Bárbara Müller, arquitecta argentina, monta un puesto donde vende sus apuntes de acuarela, en los que atrapa momentos. Para ella: “Aquí cambian las velocidades. Prefiero el invierno, cuando el sol incide en el Risco de manera diferente y lo acerca. También los amaneceres detrás de Punta Fariones. O cuando llega el silencio en la explanada tras marcharse el último barco”. Un paseo de algo más de cinco kilómetros hasta la playa de las Conchas puede culminar con un baño movido, entre corrientes, en un lugar que merece aparecer en esas listas de destacados que nos empeñamos en hacer una y otra vez.

Guía

Tras La Graciosa, doy un salto al interior de Lanzarote, a Teguise, llamada La Villa por su pasado ilustre como capital. Ubicada en el estratégico centro de la isla, al abrigo de los piratas y defendida por el castillo de Santa Bárbara, perdió el título de capital a mediados del siglo XIX a favor de una ciudad con puerto, Arrecife. Dicen que en Teguise hace frío, aunque hay que tomar el comentario con precaución, porque estamos siempre en el fantástico clima canario, tan suave. El casco urbano es homogéneo, predominan los edificios de una o dos alturas y la ciudad transmite una sensación de orgullosa elegancia, de estar fuera del tiempo. Para la arquitecta Blanca Fajardo: “Teguise es un pueblo austero y bello; secuencia de plazas, blancas casas antiguas y callejones cuya perspectiva muere en el horizonte. Evoca tanto a México como a Castilla, y parece anclada en el siglo XIX. Los turistas, algo perdidos, llegan a la plaza de la Vera Cruz; los más osados se asoman al zaguán de la casa frente a la iglesia, intuyen un luminoso patio o miran curiosos por la ventana de mi estudio. Para ellos, una turística postal; para mí, la vida cotidiana”.

Para acabar, otro almuerzo. En este caso en un teleclub, esos centros cívicos donde sirven comida tradicional. En el de El Mojón tomé caldo millo, un potaje de maíz con costillas de cerdo de los que afectan al espíritu.

Nicolás Casariego es autor de la novela ‘Antón Mallick quiere ser feliz’ (Destino).

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