Mil maneras de disfrutar en Doñana
El parque nacional andaluz, que cumple 50 años, forma con su entorno un fabuloso espacio natural que visitamos guiados por un apasionado experto, el biólogo Miguel Delibes de Castro
Una pregunta recurrente a quien se plantea visitar Doñana es por dónde pretende acceder. ¿Llegará desde Cádiz? ¿Lo hará desde Huelva? ¿O acaso prefiere Sevilla? Doñana es tan grande, y hay tantas cosas distintas para disfrutar, que por todas partes se puede iniciar un recorrido, y apenas por ninguna se puede terminar. Siempre quedarán (muchos) cabos sueltos, que inevitablemente demandarán un regreso. Y en cada ocasión será un viaje distinto, porque Doñana nunca se repite.
Hace muchos años Doñana era reducido, en la geografía y en el imaginario social. Se juzgaba como un rincón recóndito, apenas accesible e hipervigilado, solo para iniciados. Únicamente cabía disfrutar del coto, o eso se pensaba, con la mediación de algún conocedor o merced a un golpe de fortuna. A día de hoy aún hay gente que lo cree así e inquiere, buscando nuestra aquiescencia: “Es muy difícil visitar Doñana, ¿verdad?”. Nada hay menos cierto. La primera (y pequeña) reserva, adonde venían a dormir contados extranjeros locos por las aves, que además debían portar con ellos la comida y todo lo que pudieran necesitar, ha ido creciendo a la par que lo hacían las facilidades para recorrer el paraje. Administrativamente es hoy el Espacio Natural de Doñana (suma del parque natural y el parque nacional, que cumple 50 años en octubre), que supera largamente las cien mil hectáreas, pero socialmente es una comarca todavía mayor, con unos paisajes, unas costumbres, una fauna y una gastronomía inconfundibles. Actualmente existen numerosos hoteles, casas rurales y empresas que organizan recorridos incluso a demanda.
En la playa del Malandar, frente a Sanlúcar de Barrameda, no es raro que aparezca por el arenal algún jabalí
Tal desmesura torna complicado identificar con precisión los límites físicos de Doñana (salvo en el caso del mar, porque el río Guadalquivir actúa a la vez como frontera y como puente). Quien se detenga en Sanlúcar de Barrameda para tomar una manzanilla fresquita con unas coquinas o unos langostinos, sentado en Bajo de Guía a la vera del río, con los pinares de Malandar al frente, tal vez no pueda presumir de haber visitado Doñana, pero ciertamente esa Doñana le falta a quien nunca lo haya hecho. Y ya que estamos en Cádiz, el pinar de La Algaida, la laguna de Tarelo (resultado de una extracción de áridos, pero con una rica avifauna) y las marismas y salinas de Bonanza forman parte del espacio natural y merecen una ojeada. Pueden recorrerse a pie y en bicicleta por un bonito sendero, a veces deslucido por la presencia ilegal de ruidosas motocicletas. Por otro lado, de los muelles de Sanlúcar partieron en 1519 con ánimo de circunvalar el mundo las cinco naos de Magallanes, y allí arribó tres años después la nao Victoria con los 18 famélicos supervivientes (de 240) que, al mando de Elcano, lo habían conseguido. Durante el trienio 2019-2022 se conmemoran los cinco siglos de aquella efeméride, y bien pueden celebrarse visitando el barrio marinero de Bajo de Guía y Doñana.
Desde Sanlúcar es posible atravesar el río en una barcaza (a la que hace 40 años reclamábamos agitando un pañuelo para hacer el viaje en sentido inverso) y disfrutar de la playa en la zona de Malandar, con sus casamatas de la Guerra Civil. No es raro que en pleno día aparezca por el arenal algún jabalí, que lo mismo puede agradar que asustar. Ahora bien, en esa ribera, que es parque nacional, no está permitido adentrarse en el pinar o las dunas, de modo que la potencial visita queda restringida a la playa. Distinto asunto es embarcar en el Real Fernando, buque que lleva el nombre del primer vapor que surcó el río Guadalquivir a principios del siglo XIX y que comparte con él cierta estética antigua. El Real Fernando de hoy debe de tener alrededor del cuarto de siglo y es una de las dos concesiones públicas para introducir visitantes al parque nacional. Como tal, traslada cada día a un número limitado de pasajeros, de modo que es esencial formalizar una reserva previa (entre otras vías, a través de visitasdonana.com). Navegar unas horas por la boca del Guadalquivir acompañado de gaviotas y charranes, viendo garzas reales y ocasionales ciervos y jabalíes en las orillas, y con suerte un águila pescadora al acecho, es una gratificante experiencia. Hay que llevar sombrero, protector solar y, en tardes señaladas, repelente para los mosquitos.
El Real Fernando hace escala en el muelle de La Plancha, un poblado de chozas tradicionales, hechas con paja de castañuela (y convenientemente restauradas), en las que puede apreciarse cómo vivían guardas, carboneros y pescadores con sus familias hasta hace no mucho tiempo. Unos pocos lustros atrás, el último habitante de una de esas chozas aún sacaba agua del pozo con un caldero y, divertido, la vertía sobre la techumbre ante el asombro de los visitantes, que veían resbalar el líquido sobre la paja impermeable. Además de La Plancha, el programa incluye un breve paseo a pie, que puede prolongarse (si se ha acordado previamente) con un recorrido de varias horas por el corazón del parque nacional en un vehículo todoterreno. Habitualmente, antes de regresar a Bajo de Guía, el Real Fernando hace escala en las salinas de la margen izquierda del río, donde suelen forrajear flamencos y limícolas, como archibebes, correlimos, avocetas y cigüeñuelas.
Isla Menor
Acercarse a Doñana desde Sevilla, o en la provincia de Sevilla, equivale a hablar de marismas. En la margen izquierda del río, muy cerca de la ciudad, pueden verse multitud de aves en el encauzamiento del Guadaira y en Isla Menor. Por la otra orilla, los aires de Doñana ya se intuyen en Coria del Río, con las barcas de los riacheros amarradas en las orillas y en cuyos bares cabe disfrutar de los ricos albures a la plancha. Nada más dejar atrás La Puebla del Río, las marismas se despliegan hasta llenar el horizonte. Es Isla Mayor, una isla entre brazos del río y principal comarca arrocera. Las tablas forman un deslumbrante espejo de aguas limpias en abril, verdean tímidamente en mayo y pintan un tapiz de un verde muy vivo durante todo el verano. Unos pocos kilómetros al sur de La Puebla está la Cañada de los Pájaros, enclave ornitológico privado donde se recuperan miles de aves, se mantienen otras tantas incapacitadas para vivir en la naturaleza y entran y salen a su antojo bandadas silvestres provenientes de las marismas, pues encuentran allí comida y protección. Es un lugar perfecto para ver de cerca especies muy escasas, como la focha cornuda y la cerceta pardilla, y un paraíso para los niños, que pueden recrearse mirando, oyendo e incluso oliendo, casi 200 especies de aves.
Poco más adelante llegaremos a la Venta del Cruce, tradicional punto de encuentro de gentes marismeñas (desde cazadores y pescadores hasta regantes, ganaderos y toreros), y siguiendo en línea recta aparecerá enseguida, a la derecha, la gran laguna de la Dehesa de Abajo, una reserva concertada del municipio de La Puebla del Río. La laguna se formó al hacer la carretera (que actúa como un dique), y no es raro ver en ella numerosísimos porrones y flamencos, así como otros patos, fochas, zampullines, ocasionales bandos de grullas, etcétera. Además, en los centenarios acebuches de la finca se ubica una de las mayores colonias de cría de cigüeñas blancas. Mirando hacia levante desde el centro de visitantes, el antiguo cortijo situado en lo alto, la inmensa y plana marisma cultivada semeja un mar.
Sin abandonar la estrecha cinta asfaltada, y tras cruzar un par de veces el encauzamiento del Guadiamar (más o menos por donde se consiguió detener el vertido tóxico de la mina de Aznalcóllar en 1998), entre arrozales, barbechos, sacatierras llenos de agua paralelos a la pista y algunos campos de secano, se accede al casco urbano de Isla Mayor. Bien entrado el otoño, antes de que los rastrojos inundados del arrozal sean fangueados (cuando no quemados, provocando una humareda perceptible a muchos kilómetros), millares de cigüeñas, garzas de varios tipos, moritos, gaviotas y muchas especies más se afanan comiendo cangrejos americanos y otros animalillos. Voy por allí a menudo, casi siempre en bicicleta, y sigo emocionándome cada vez que veo alguna cigüeña negra.
En Isla Mayor merece la pena probar el arroz con pato y los camarones, diminutos y abundantísimos crustáceos marismeños del género Palaemonetes que se consumen enteros y se sirven de varios modos (cocidos, en tortillitas, fritos con pimientos…). A la salida del pueblo surge la pista que lleva a Isla Mínima, topónimo popularizado por la película de Alberto Rodríguez. Se formó al seccionar un meandro del río con la Corta de los Jerónimos, y es hoy una finca ganadera y arrocera con un pequeño hotel con encanto, un embarcadero que recibe pequeños cruceros fluviales, capilla, plaza de toros, etcétera. El ganado bravo, los caballos andaluces, el flamenco, el paisaje y la gastronomía hacen en Isla Mínima los encantos de sus visitantes. Hacia el sur, la finca de Veta la Palma, con más de 11.000 hectáreas de superficie e integrada en el espacio natural, se reparte entre tablas inundadas para acuicultura extensiva, alguna agricultura de secano, unas pocas parcelas de arroz y terrenos apenas transformados. Desde hace ya lustros, de justicia es decirlo, es la zona de Doñana (incluido el parque nacional) donde se contabilizan más aves, a veces bastante por encima del medio millón. Aunque en algunas épocas Veta la Palma ha recibido grupos de visitantes, en la actualidad no lo hace, al menos de forma regular.
Tanto desde Isla Mayor como desde Villamanrique de la Condesa, y también desde El Rocío (ya en Huelva), en este caso en todoterreno debidamente autorizado, es posible llegar por pistas de tierra y muros elevados sobre la marisma (no siempre en buen estado, y directamente impracticables si ha llovido mucho) al centro de visitantes José Antonio Valverde, ubicado en una zona conocida como Cerrado Garrido. El centro Valverde acoge muchísimas aves, sobre todo a principios de verano, cuando gran parte de las marismas están secas y ahí aún queda agua. Las colonias de cría de miles de parejas en la espesura de eneas, especialmente moritos, una especie que hace décadas desapareció de la península Ibérica, pero volvió y hoy está aumentando, son espectaculares.
Pinos, enebros y sabinas
Gran parte del Espacio Natural de Doñana pertenece a Huelva. Podemos aproximarnos al parque por el oeste, siguiendo la costa de los Lugares Colombinos, Moguer y el recuerdo de Platero y yo, o por el norte, a través de la comarca de El Condado con sus estupendos vinos. Aconsejo probar los guisos de chocos, sean con papas, con habas o en albóndigas. El paisaje costero, entre pinos, enebros y sabinas, ha recuperado su verdor, pero aún deja ver señales del pavoroso incendio de 2017. Uno puede caminar hasta la inmensa playa vacía, sin edificios ni apenas gente, por la pasarela de Cuesta Maneli, o pasear por lo alto del acantilado de El Asperillo, con el Atlántico a los pies. Cuesta pensar en un lugar distinto leyendo a Neruda: “Ah, vastedad de pinos / rumor de olas quebrándose”. Algunos amigos míos aseguran haber visto desde aquí el famoso “rayo verde” al acostarse el sol sobre el océano, pero incluso sin tan huidizo destello el espectáculo merece la pena.
A través de El Condado, la ruta conduce, tras pasar Almonte, hasta El Rocío, la aldea, adonde también se puede llegar atravesando los bonitos pinares de Hinojos, en los que cogemos níscalos en otoño (con licencia municipal) y hace años solía encontrar vallisoletanos que venían hasta aquí para comprar piñones. Por ambas vías encontrará uno a los lados cultivos bajo plástico con fresas, arándanos u otros frutos rojos y flores de primor, que generan gran riqueza y muchos puestos de trabajo en la comarca, pero son polémicos, pues se nutren de las mismas aguas subterráneas que alimentan al espacio protegido. No se trata de escoger entre una cosa u otra, sino de utilizar el agua con la debida prudencia.
El Rocío es famoso por la multitudinaria romería del fin de semana del lunes de Pentecostés (este año, el 9 y el 10 de junio), cuando se juntan allí cientos de miles de personas festejando a la Virgen del mismo nombre. Pero también es un núcleo urbano muy pintoresco, sin asfalto y con barandas adonde atar a los caballos, lo que le otorga un aire de poblado del Lejano Oeste (aunque los lugareños digan, con razón, que son los poblados del Oeste los que recuerdan a El Rocío, pues éste existía antes). Recomendable para comer la carne de vaca mostrenca, el austero ganado propio de Doñana, que en la segunda mitad del siglo XX pudo desaparecer y hoy es muy apreciado. La ermita es toda una basílica, mucho más que una ermita, y está situada junto a la boca del arroyo de la Rocina, o Madre de las Marismas. Como es fácilmente accesible, mucha gente no valora que se trata de uno de los puntos de Doñana donde es más sencillo, y más agradable, ver aves acuáticas, desde flamencos hasta agujas colinegras o patos cuchara, por citar solo algunas. Al final del invierno, sobre todo en años cortos de agua, miles de ánsares con enorme algarabía llegan en el crepúsculo en grandes bandadas desde todos los puntos de las marismas para dormir aquí. La exhibición dura poco tiempo, apenas 20 o 30 minutos cada día, pero no se olvida nunca. Desde 1813, el 19 de agosto se celebra el Rocío Chico, honrando a la Virgen por liberar al pueblo del “furor de las tropas napoleónicas”. También, el 26 de junio, de no mediar causa mayor, se procede a la Saca de las Yeguas que viven libres en la marisma, una tradición que, con sus altibajos, se remonta a principios del siglo XVI; en esa fecha, que coincide con la Feria de San Pedro, los yegüerizos a caballo agrupan a cientos de yeguas y potros en grandes manadas y, a través de El Rocío, los conducen hasta Almonte para raparlos y seleccionarlos, en un festejo lleno de colorido y emoción.
En El Rocío siempre hay ornitólogos, aficionados o profesionales. También pequeñas empresas que facilitarán al visitante paseos a caballo, en bicicleta o en carruajes, aguardos fotográficos y, si lo desea, recorridos en todoterreno. Muy cerquita se halla el centro de visitantes de La Rocina, de donde surge un itinerario peatonal (del Charco de la Boca) a través de un denso bosque de ribera que merece la pena recorrer. En la parte más alejada de este itinerario aparece de pronto el Palacio del Acebrón, sin par muestra de realismo mágico en estos arenales, cuya gestación y primer desarrollo, pienso, hubieran encantado a García Márquez.
El Acebuche
Nos queda alcanzar el centro de visitantes El Acebuche, a tres kilómetros de Matalascañas y donde se encuentra también la sede administrativa del espacio natural. Hay libros, recuerdos, cortos itinerarios peatonales, puestos de observación, etcétera. Pero no es final, sino principio. De El Acebuche parten las visitas regulares al interior del parque nacional, cuya concesión ostenta la Cooperativa Marismas del Rocío. Durante cuatro horas, por la mañana o por la tarde, todoterrenos con capacidad para hasta 21 personas le transportarán a uno, conducido por amables e ilustrados guías, a través de todos los ecosistemas del parque, desde la inacabable playa de Castilla hasta la boca del Guadalquivir, las abrumadoras dunas móviles, la vera del río y el muelle de La Plancha (donde combinar con el Real Fernando), los lucios del borde de la marisma, los pinares y enebrales... Todo ello con frecuentes paradas para ver los ostreros, o un águila imperial lejana, o los confiados ciervos, gamos y jabalíes. Es un concentrado de Doñana siempre sorprendente, pues nunca se repite, y sin más inconveniente (que para algunos naturalistas no es pequeño) de que te llevan, no vas tú. El número diario de visitantes al parque está limitado, por lo que es recomendable reservar.
No puedo terminar sin aludir a una segunda pregunta habitual: ¿En qué época del año es mejor visitar Doñana? A lo largo del texto he sugerido algunas fechas. El resto, depende del gusto del visitante. En otoño-invierno se antoja un enclave europeo, con mucha agua, nieblas, fresco y aves propias de Escandinavia o del norte de Rusia (ánsares, porrones, cercetas); puede que llueva. En primavera y en el comienzo del verano, en cambio, hace calor, queda agua en menos lugares y la avifauna es típicamente africana (espátulas, milanos negros). A la sensibilidad de quien escribe le va más el invierno, pero sabe por experiencia que mucha gente prefiere la primavera. En lo que hay unanimidad, sin embargo, es que la época menos adecuada es pleno verano, cuando la marisma, como escribió Caballero Bonald, semeja “una gigantesca boca de horno vaciándose sobre el espacio calcinado”. Y aun así, merece la pena. Haga cuando haga la visita, mi esperanza es que al terminar desee a Doñana que cumpla muchos cincuentenarios más.
Miguel Delibes de Castro, biólogo y premio Nacional de Medio Ambiente, fue director de la Estación Biológica de Doñana entre1988 y 1996.
Guía
- Espacio Natural de Doñana.
- Reserva natural concertada Dehesa de Abajo.
- Cañada de los Pájaros.
- Centros de visitantes José Antonio Valverde (+34 671 56 41 45), en Sevilla.
- Centros de visitantes La Rocina (+34 959 43 95 69), en Huelva.
- Centros de visitantes El Acebuche (+34 959 43 96 29), en Huelva.
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