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Viaje al interior de las macrogranjas en España En los últimos años el país se ha convertido en el principal productor de carne de cerdo de la Unión Europea. Un logro cuestionable, basado en grandes instalaciones industriales que está poniendo en pie de guerra al mundo rural y a las organizaciones ecologistas por su elevado impacto y falta de ética Baño de estiércol. En las inmediaciones de la macrogranja de vacas de Caparroso (Navarra) existen ingentes balsas de purines; una mezcla de los desechos orgánicos de los propios animales y restos de la instalación que, a menudo, se filtran hasta los acuíferos de la zona. Pedro Armestre / Greenpeace La macrogranja de vacuno de la pequeña localidad navarra de Caparroso puede acoger 5.200 animales, donde los terneros son apartados de sus madres nada más nacer. Las vacas son permanentemente preñadas para no cortar el ritmo de producción de leche. Además del elevado impacto medioambiental, las pequeñas granjas ven peligrar su futuro y el del territorio ante la imposibilidad de poder competir con este tipo de instalaciones industriales. Pedro Armestre / Greenpeace En el valle del Limia existe una gran concentración de explotaciones ganaderas cuyos purines son derramados con frecuencia sin ningún tipo de control en campos de cultivo, lo que hace que, lejos de abonar el terreno como aseguran los promotores de esta medida, provoque que las concentraciones de nitratos en las aguas de la zona sean anormalmente altas. Ante la falta de controles oficiales, se ha creado una red de vigilancia ciudadana que está recogiendo permanentemente niveles de nitratos por encima de lo permitido. Pedro Armestre / Greenpeace Una vida en la jaula del paritorio. El tiempo de gestación de una cerda es de unos cuatro meses y el espacio entre el destete y embarazo se reduce lo máximo posible para sacarle el mayor rendimiento a cada animal. Pedro Armestre / Greenpeace La proliferación de macrogranjas de porcino genera ingentes cantidades de desechos que se acumulan en piscinas junto a las instalaciones y que con frecuencia se esparcen con cisternas por los campos colindantes. Estas prácticas y las filtraciones provocan numeros episodios de contaminación por nitratos de los acuíferos de los que se abastece la población. En el noroeste de la provincia de Zamora, varios municipios han tenido que cambiar los puntos de toma de agua por los elevados niveles de nitratos. Pedro Armestre / Greenpeace En la pequeña localidad granadina de Castilléjar se encuentra la macrogranja porcina con las emisiones de metano y amoniaco más altas de toda España. En sus decenas de gigantescas naves se pueden llegar a criar 651.000 lechones cada año. Pedro Armestre / Greenpeace Las cerdas embarazadas reciben frecuentemente medicamentos para provocarles el parto o incluso un aborto si la instalación lo considera necesario. Los fármacos son preservados con escasas medidas higiénicas como en esta nave de la macrogranja de Castilléjar. Pedro Armestre / Greenpeace Las cerdas madres de la macrogranja porcina de Castilléjar, en Granada, pueden dar a luz en su estrecha jaula sin ningún tipo de atención o vigilancia, en total soledad. Además, sufren frecuentemente la amputación parcial de su cola (raboteo) una práctica que tanto la Comisión Europea como el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación piden que se limite al máximo. Pedro Armestre / Greenpeace Falta de higiene y suciedad. Por las noches, las instalaciones, como en esta nave en la macrogranja de Castilléjar, permanecen sin atención y surgen ingentes cantidades de roedores que buscan aprovecharse de los desechos de los animales o de su alimento. El modelo de grandes superficies con miles de animales y poco personal hace imposible la gestión correcta de las instalaciones. Pedro Armestre Con frecuencia, tras el parto, la madre permanece sola con los lechones sin ninguna atención. En un modelo de macrogranja como la de Castilléjar, con 10 núcleos compuestos por varias naves con animales cada uno de ellos, trabajan oficialmente solo 150 personas: únicamente 15 por cada núcleo en el que puede haber miles de animales cuya gestión efectiva se hace imposible. En la imagen, los cadáveres de los lechones permanecen esparcidos junto a la madre. Pedro Armestre / Greenpeace La continua llegada de agua con una excesiva cantidad de nitratos a lugares como la presa de Gudín, en Ourense, provoca malos olores y malestar en la población. En una zona como el Valle del Limia, el descontrol sobre el vertido de purines de la industria agropecuaria es motivo de continuos episodios de contaminación de los acuíferos. Pedro Armestre / Greenpeace Los lechones que sobreviven al parto (muchos mueren al nacer o durante la gestación) permanecen junto a la madre las primeras semanas de vida, que no se podrá mover de la reducida jaula en la que se encuentra durante este tiempo. Comida, lechones y residuos orgánicos comparten espacio. Pedro Armestre / Greenpeace Cuando los purines no se vierten directamente en campos agrícolas, se almacenan en balsas junto a las macrogranjas que sufren filtraciones y contaminan el entorno en el que se encuentran, lo que además es un continuo motivo de queja de las poblaciones en los entornos de estas instalaciones industriales. Pedro Armestre / Greenpeace Las madres aguardan el momento del parto en soledad. A pesar del uso de fármacos para el control del parto en los animales, en las grandes instalaciones se producen partos continuamente, con frecuencia sin que los animales reciban ningún tipo de vigilancia ni atención. Probablemente no verán la luz del sol hasta que dejen de ser productivas y sean llevadas al matadero. Pedro Armestre / Greenpeace Un buen número de lechones nacen muertos o mueren posteriormente por aplastamiento involuntario de la madre. Este fenómeno, sin dejar de ser algo habitual en granjas no industriales, se multiplica en grandes complejos ganaderos debido a la menor atención y al gran número de lechones que suelen parir las madres. Pedro Armestre / Greenpeace