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Blogs / El Viajero
El blog de viajes
Por Paco Nadal

Una noche sin turistas en Djemaa el Fna

Vivir un atardecer en la plaza más famosa de Marrakech es una experiencia embriagadora. Hacerlo sin apenas turistas resulta además inquietante

La plaza Djemaa el Fna de Marrakech vista desde el balcón del Café Glacier.
La plaza Djemaa el Fna de Marrakech vista desde el balcón del Café Glacier.pixabay
Paco Nadal

Para quien nunca haya estado, Djemaa el Fna es una plaza de Marrakech. Una plaza que no es tal porque no tiene límites definidos ni está bordeada por edificios reseñables. Es una explanada enorme, de perímetro irregular, tan achicharrada por el sol que a mediodía hay que cruzarla a la carrera. En cualquier otro lugar del mundo, carecería del más mínimo interés.

Pero no, esto no es cualquier lugar del mundo. Esto es Marrakech. Y Djemaa el Fna es más que una plaza. Quienes la han visto y vivido saben que es el epicentro de todos los paseos urbanos por la capital cultural de Marruecos, un teatrillo social donde se representa a diario el gran espectáculo de la antropología. Djemaa el Fna es la cuna de la picaresca, una burbuja que esponja el denso y laberíntico callejero de la medina medieval. Hasta el siglo XIX era la plaza de los ajusticiamientos, de ahí su nombre, "asamblea de los muertos".

Hoy es una reunión de vivos. ¡Y muy vivos! Un gran espacio público lleno de actividad a todas horas, pero muy en especial al atardecer, cuando se dan cita en ella todo tipo de oficios, personajes y buscavidas. Algunos son reliquias del pasado que viven por y para la propina del turista: aguadores, domesticadores de monos, encantadores de serpientes, tatuadoras de henna, saltimbanquis, carteristas, timadores, falsos guías… Pero ajenos a ese mundo paralelo del forastero, los marrakechís acuden cada noche en busca de otros servicios más terrenales que también se instalan en la plaza: quiromantes que ven el futuro en la palma de tu mano, sanadores, esteticistas que te depilan o maquillan, barberos, echadores de cartas o quien, por un dírham, te deja pesarte en una báscula digital.

Un aguador posa para los turistas al atardecer en la plaza Djemaa el Fna.
Un aguador posa para los turistas al atardecer en la plaza Djemaa el Fna.paco nadal

Además, cada noche en el centro de este escenario inclasificable se monta y desmonta una ciudad gastronómica con docenas de puestos de comida que ofrecen carnes y pescados a la parrilla, harira, tayines o cuscús, y cuyas humaredas grasientas desdibujan los perfiles de los alminares cercanos. Los captadores de comensales agobian a los paseantes hasta el límite de la paciencia. Los vendedores de zumos se desgañitan y hacen gestos tras un muro de naranjas para atraer clientes. Docenas de motos culebrean entre una barahúnda de familias que pasean y buscan asiento en este universo de fritanga callejera mientras, desde las mezquitas, llega la llamada a la oración del almuecín, y su letanía monocorde se confunde con el griterío de la gente y las melodías gnawa de los músicos callejeros sin que nadie parezca hacerle mucho caso.

Y en medio de todo este caos humano, cientos, miles de turistas, deambulando de allá para acá, haciéndose selfis y poniendo una capa más a las muchas con las que esta plaza lleva revistiéndose y evolucionando desde la Edad Media. Djemaa el Fna es un glosario de situaciones cocinado a lo largo de los siglos y el turismo no es más que la última de ellas.

Así era, al menos, hasta que apareció la pandemia. Marruecos ha sido uno de los países más herméticamente cerrados al extranjero durante este año y medio duro de pandemia. Pero decidió abrir de nuevo sus fronteras el pasado 15 de junio y una semana más tarde tomaba un avión hacia Marrakech para comprobar en primera persona si se podía volver a Marruecos.

Y sí, ver Djemaa el Fna sin turistas me produjo la misma perplejidad que ver la plaza del Obradoiro sin peregrinos. Una experiencia inquietante. El lugar tenía casi el mismo ambiente que recordaba de mi última vez, los chiringuitos de comida seguían en el mismo sitio, el bullicio era igual de atronador y las terrazas que dan a la plaza seguían llenas de gente. Pero el 99 % eran locales. ¿Mucho mejor así? Bueno, confieso que es una de esas vivencias para contar a tus nietos: “Yo vi Djemaa el Fna sin turistas”. Pero dudo que para todos sea mejor así. Quienes por trabajo no hemos dejado de viajar a pesar de la pandemia y los viajeros curtidos que ya están empezando a recorrer mundo estamos viviendo una situación inimaginable hace dos años: conocer un mundo sin turistas. Y dicho así podría parecer una bendición. El nirvana de los turismofóbicos. Pero si desde un punto de vista egoísta es maravilloso estar tú solo entre los locales en un espacio como este (ya saben que turista siempre es el otro, no tú), ¿qué quieren que les diga?, la cosa no es tan idílica como le gustaría a los que abominan del turismo.

Si no hay turismo, no hay agobios ni se altera la cultura local, cierto. Pero Mohammed, el camarero del restaurante al que solía ir a cenar (más que nada porque era el único que servía cerveza en las cercanías de la plaza) me contó que recibió del gobierno ayuda solo durante los tres primeros meses de la pandemia (200 euros al mes). Y desde entonces, nada. Penurias y estrecheces en casa porque no hay trabajo. Nuredin, el guía que me enseñó los secretos del zoco, puede pagar el colegio y la Universidad de sus tres hijos porque le ayuda su hermano mayor, si no hubiera tenido que sacarlos; yo fui su primer cliente en más de un año. La mitad de los riads y hoteles estaban cerrados. Como numerosas tiendas de la medina. Los coches de caballos para tours turísticos se aburrían en una larga fila con la Koutoubia de fondo porque no había turistas que pasear. Y hasta pude caminar por el zoco sin quedar atrapado en los típicos embotellamientos de los rincones más estrechos. La parte vieja de Marrakech parecía una ciudad a medio gas sin los forasteros, una caricatura de sí misma.

Y es que los turistas podremos ser molestos, hasta un poco Atila, pero sin nosotros, la economía del mundo se resiente.

Nota: el 13 de julio el gobierno de Marruecos volvió a endurecer las condiciones de entrada para turistas provenientes de España, Francia y Portugal. Además del PCR negativo se exige ahora el certificado de vacunación completa. Sin este último, hay que hacer una cuarentena de 10 días.

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