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Lluís Llongueras: “Despeiné a España para liberar a las mujeres”

Abrió las primeras peluquerías en locales de calle en 1957, igualó sueldos entre hombres y mujeres, e introdujo técnica y método al oficio. En los setenta inauguró su primer salón unisex. Referente mundial de la profesión, se considera feminista y adorador de la belleza femenina. Defiende que cuidar la propia imagen o actualizarla es la mejor sesión de psicoterapia. A sus 84 años y tras haber superado un tumor, exalta la vida. Ahora solo le corta el pelo a su esposa.

Lluís Llongueras tiene frío. Su hipersensibilidad térmica ha aumentado con los años, por ello en su casa se respira Caribe. Advierte una mínima rendija en las puertas que dan al jardín que nadie más ve, y su esposa, Jocelyne Novella, se levanta a cerrarlas. “Por las noches, ella duerme sin ropa, encima de la colcha, y yo paso muchos momentos observando sus curvas, acariciándola”, cuenta. Eros habita en esta casa de Pedralbes, decorada con sus propias esculturas, siempre mujeres, siempre desnudas.

El hombre que transformó las peluquerías españolas a finales de los años cincuenta y revolucionó la técnica del corte, formando a contingentes de nuevos peluqueros por todo el mundo, hoy escribe libros y practica ejercicios para vocalizar. Hace un año salió airoso de un tumor de glotis. Desde entonces, se alimenta a través de una sonda que nos muestra sin pudor; aun así, brinca y mantiene el tono expresivo y agudo que caracteriza su voz, en su día carne de imitadores. Detesta hablar de clientas célebres, desde la Begum Om Habibeh a Cayetana de Alba, pero se siente orgulloso de los cuatro tomos de El método Llongueras, basado en cortar mecha a mecha, desfilar y crear volúmenes.

En 2010 fue despedido a través de un burofax por sus hijos Esther y Adán, que, junto a su madre, Lolita Poveda, se habían hecho con la mayoría del accionariado de una de las sociedades, Peyma. Le ofrecían una indemnización de 6.258,63 euros. El peluquero lo comparó con el caso de Santiago Dexeus, que tuvo que dejar su clínica por desacuerdo con sus socios. Pero dicho envite ocurría como consecuencia del matrimonio de Llongueras con Jocelyne Novella, con quien ya tenía tres hijos: Adrià, Antoni y Yasmín. No pudieron arrebatarle el nombre, y en 2012 llegaron a un acuerdo. Con una facturación de 45 millones de euros, 20 salones propios y 52 franquiciados en España, más 28 en el resto del mundo, la empresa fue comprada en 2018 por el grupo francés Provalliance. Llongueras es presidente honorífico. Una celebrity global. Hoy solo le corta el pelo a su esposa. Antes de la entrevista, ella me avanza que Lluís tiene un regalo que entregarme, y que quiere ver la cara que pongo. Me lo da en un aparte: Passion of love. En torno al sexo femenino (Arts-Espai). Se trata de una antología fotográfica de vaginas en todas las visiones. Cuando se lo mostró a su hija de 18 años, Yasmín, ella le dijo: “Por favor, papá, que estoy comiendo”.

Pregunta. Usted empezó a despeinar a España en 1957. ¿Cómo lo logró a pesar de la dictadura y su evidente atraso estético?

Respuesta. Eran años difíciles. Las mujeres no se sentían felices, pero podían estar más guapas… y se dejaban hacer. La peluquería era casi una manualidad. Y yo defendí que se mejoraba con técnica. Iba proponiendo que se sintieran cómodas en un espacio para relajarse, para modernizarse, tener placer y salir contentísimas… A finales de los cincuenta, abríamos la peluquería a las 8.30 para las mujeres que trabajaban, y ya había cola en la calle. No ha pasado nunca más. Estábamos haciendo un cambio total, pero no tengo mérito, fui creciendo porque había demanda.

P. Y usted abrió el primer salón en un local de calle en 1957, con solo 21 años.

R. Ya había viajado por Europa, a los 18 años fui a París con mochila y a dedo, y vi diferencias. En España, las mujeres llevaban melenas recogidas; ocultaban sus pelos bajo moños, sombreros o pañuelos. Y hay un secreto: yo trabajo el pelo mirando al espejo, buscando la medida que se adapte a la mejilla. No hago peinados, sino composiciones de pelo sobre las caras. Las mujeres confiaron en mí. Y mis locuras funcionaron.

Llongueras solía acicalar el bigote a Dalí, a quien no le gustaba que le cortasen el pelo. Pero en 1987 estaba enfermo y el peluquero se lo cortó por primera vez: “Al verle llorando no me atreví a tirar los cabellos, y los guardé junto al peine y las tijeras”
Llongueras solía acicalar el bigote a Dalí, a quien no le gustaba que le cortasen el pelo. Pero en 1987 estaba enfermo y el peluquero se lo cortó por primera vez: “Al verle llorando no me atreví a tirar los cabellos, y los guardé junto al peine y las tijeras”Catarina Barjau

P. ¿Iba a ver a los directores de los periódicos para salir en sus páginas?

R. Sí. En los cincuenta los peluqueros no éramos nadie. Había que inventarse. Las relaciones públicas no existían y eran necesarias para mí. En los sesenta conseguí que el Diario de Barcelona me cediera sus páginas para mis fotos y consejos.

P. ¿Se considera revolucionario?

R. Y un anarquista. Sí. Aquellas peluquerías fueron un espacio de revolución para entender a la mujer, para liberarla, empoderarla. Es lo que más he practicado en mi vida.

P. ¿Cómo eran aquellos shows en el Cirque d’Hiver, en el Espace Cardin o junto a Oscar de la Renta en los años setenta y ochenta?

R. Grandes explosiones de entusiasmo. Empresas internacionales, gremios y asociaciones me seguían y me invitaban abarrotando espacios, en las mejores ciudades del mundo.

P. ¿Cuál ha sido su mayor lujo?

R. Vivir. Haber honrado y aguantado a la profesión, crear un futuro para mi familia y la de miles de compañeros y colegas. Y haber sido invitado en muchos países para impartir mi método.

P. ¿Qué recuerda de la primera conversación con la reina Sofía animándola a cambiar la técnica de secado y peinado?

R. Descubrí la calidad humana de una mujer de gran nivel. Educadísima, con naturalidad. Me entendió, como la mayoría, y confió en mí.

P. En sus memorias, relata cómo le cambió la vida el primer beso con su segunda esposa, Jocelyne, que trabajaba con usted.

R. Fue un atrevimiento mío, no lo hacía nunca. Abrí la puerta del despacho para que pasara y yo pudiera llamar al ascensor, y nos rozamos los labios sin pensarlo. Antes no la había mirado expresamente, no me había fijado en ella. Jocelyne había empezado a trabajar de motorista con nosotros, con el tiempo se convirtió en country manager, organizaba los shows internacionales. Fue un roce, un medio beso. Ella no se escandalizó, yo me disculpé, pero le dije: “Me gustaría salir contigo”. Y fuimos a cenar.

Llongueras, que también es escultor, posando en su casa.
Llongueras, que también es escultor, posando en su casa. Catarina Barjau

P. Pero usted estaba casado entonces. ¿Tenía una relación abierta?

R. Tenía una relación abierta a la fuerza. Desde joven me seducían las mujeres mayores. Me acostumbré a meterme en la cama con una mujer casi cada día, eran casadas, con hijos. Hasta que hubo un momento en que entendí que era una locura. Y busqué una chica seria y mona para casarme; en menos de un año hubo boda. Entonces no se hacía el amor antes de casarse, por tanto no sabía cómo era. Le hice tres hijos. Era muy buena persona, pero no me llenaba. Esto no lo he dicho nunca. Necesitaba algo más profundo, más pasional. A ella no pude hacerla entrar en ningún juego. Siempre he respetado a las mujeres, y la respeté como era.

P. ¿Tanto necesitaba la pasión?

R. Me lo habían enseñado las mujeres maduras. Fueron mis introductoras al erotismo. Era un joven atrevido. No fui guapo, pero nací para amar a las mujeres. Estuve dos años y medio alimentándome del pecho de mi madre porque llegué en plena Guerra Civil. El pecho de la mujer para mí es fundamental.

P. Su abuelo fue pillado por su abuela en la cama con otro hombre. Su padre se disfrazaba de mujer escondido en el desván para no ir al frente. En su familia no abundaron los prejuicios.

R. Ellos fueron más atrevidos que yo, pero han sido mi ejemplo… ¡Free way! Admiro a mi abuela Llucia, cuando ocurrió aquello, ella estaba embarazada de siete meses e hizo un hatillo con su ropa y la de su bebé, y se marchó a casa de su hermana. Y mi padre era pacifista, yo haría lo mismo que él, ni un arma en la mano. Ni Dios, ni patria ni bandera. Ha sido mi héroe a lo largo de mi vida.

P. Usted ha declarado que hoy sería bisexual.

R. Tengo un porcentaje femenino muy alto, sin ser homosexual. Quizás si volviera a nacer, igual podría estar casado con una mujer y con un hombre, lo probaría, porque te condiciona el ambiente en el que naces. En mi época solo se podía tener sexo con mujeres. Ni siquiera me ha gustado el sexo conmigo mismo.

P. ¿Es un detractor de la masturbación?

R. Es aburridísima, pudiendo mirar a los ojos de una mujer, besarla, acariciarla, ante eso la masturbación es ridícula. Y un desgaste inútil para el hombre. Siempre he vivido admirando, mirando, peinando, escuchando a una mujer, procurando aconsejarla si se dejaba, o consolándola de sus problemas. La mujer es lo más importante de la humanidad. El hombre solo no es nada. Una mujer sola puede tener hijos, el hombre no. Si hubiera una epidemia y desaparecieran los hombres, hay muchos bancos de semen en los hospitales y las mujeres darían continuidad a la humanidad.

P. Se jacta de haber sido un buen amante, pero no al uso. ¿Qué significa?

R. ¡Nunca estoy de acuerdo con los hombres cuando hablan de mujeres! Basta con entender a las mujeres, admirarlas, respetarlas. Ser cariñoso y preocuparse de que sientan orgasmos. He practicado el sexo tántrico. El hombre tiene que disfrutar en los prolegómenos y retrasar la eyaculación —hay sistemas—, y puedes volver a sentir ese placer para que la mujer sea multiorgásmica. Ha sido lo mejor que he hecho en mi vida.

P. ¿Siempre ha sido un feminista radical? ¿Qué opina del MeToo?

R. Ya era hora. ¡Hay que pedir cuentas a muchos hombres!

P. En 1958 equiparó los salarios entre hombres y mujeres en sus peluquerías. Ahora, en 2020, se acaba de legislar por decreto la igualdad salarial. ¿Cómo tuvo esta idea?

R. Tenía una colaboradora —nunca he dicho empleados, ni obreros, sino colaboradores—, Teresa Tarragona, la primera que me ayudó. Necesitábamos más equipo y entonces elegimos un hombre. El sábado vino el gestor y le entregó al chico novato un sobre con una cantidad superior a la de Teresa. Y yo le dije: “¡Pero si aún no sabe hacer nada! Y el gestor me contestó: “Sí, pero es un hombre”. Me escandalicé. El primer día pagué la diferencia de mi bolsillo. A partir de entonces, las mujeres cobraban el salario básico igual que el hombre y tenían porcentajes de todo lo que hacían, como si trabajaran por su cuenta. Yo ganaba menos, pero todo el mundo era más feliz. Nunca he sido capitalista.

P.Dalí era un personaje y un cliente a quien yo prestaba mucha atención. Con él recibí los mejores cursos para transitar por la vida y seguir el proceso necesario para llegar a ser alguien”, escribe en su autobiografía. ¿Qué aprendió de él?

R. A ser yo mismo. A comprenderlo, a él y a su arte… En 27 años solo le corté el pelo en sus últimos meses de vida. Siempre me negué, se lo cortaba Gala. Su imagen era de pelo largo, como siempre he llevado el mío. Informal.

P. ¿Dalí estaba prendado de usted?

R. No le gustaban los hombres. Los usaba como modelos, a mí me pidió de modelo, pero tuvimos una amistad muy especial. Luego os enseño una librería donde figuran todos los libros de Dalí, los colecciono, es apasionante. En ningún libro he encontrado que pidiera opinión a alguien sobre sus telas. Y a mí me la pidió, para La batalla de Tetuán, en 1962, en su estudio de Portlligat. Dalí apenas tenía amigos. A mí me utilizó, le ponía rulos y me encargaba postizos para Gala. Era una mujer muy lista, la primera vez que la trajo a la inauguración me regalaron una estrella de la fortuna. Vino una segunda vez al salón de la avenida de Pau Casals con Gala, que vio en mis ojos lo que pensaba de ella y ya nunca más tuvo trato conmigo. Era una mujer envejecida, pero muy anticuada. Desnudo, su cuerpo era correcto, pero vestida era un desastre. Además era déspota y maleducada.

P. ¿Por qué cuidar la imagen todavía se considera una frivolidad?

R. Mejorar la propia imagen o actualizarla resulta la mejor sesión de psicoterapia.

P. ¿La muerte de su hija Cristina con 26 años y dos hijos en un accidente de coche le transformó?

R. Tardé mucho tiempo en superarlo. Trabajé para olvidar. El duelo lo pasé solo, solo [se abraza a sí mismo], fue largo. Hago un yoga muy mío, se trata de saberte encerrar en ti mismo, dejar que fluya el pensamiento y los sentimientos… Ensimismarse, encontrarse, aceptarse…

P. En su libro Llongueras tal cual, cuenta que Cristina, de niña, decía que quería ser una loca como usted.

R. ¡Sí! Ella me tenía felizmente de ejemplo. ¡Los dos resultábamos exultantes!

P. ¿Qué tipo de padre ha sido?

R. No acabo de estar seguro. Los seis han sido tan distintos. De ahí nació mi libro Educar a los hijos…, ¡ja! He sido respetuoso y liberal, y he ido adaptándome.

P. ¿Por qué tiene pocos amigos?

R. No me ha gustado tener amistades con hombres. Y con mujeres, la pondría celosa [señala a Jocelyne].

P. Pero si durante años fue bígamo y no fue a vivir con ella hasta que tuvieron su tercer hijo.

R. La ley española no estaba a mi altura.

P. ¿Tiene muy mal recuerdo del franquismo?

R. A mí me pegaron de niño por hablar catalán: me decían: “Habla en cristiano”. He visto cómo pegaban a la gente que volcaba los tranvías en la plaza de Catalunya. Padecí la represión franquista. En Barcelona faltaba de todo. No había alegría. Demasiados grises por la calle y policía secreta que se notaba de lejos.

P. ¿Se arrepiente de algo?

R. Cada vez menos. Quizás fui cobarde, pensando en mis padres, y no luché más contra la represión franquista. Nunca he estado en ningún partido. No me gusta como funcionan. El poder corrompe.

P. ¿Le gusta algún político?

R. Se murió hace poco, Julio Anguita. Me gustaba su estilo. Soy de quien arregle las cosas, ni de derechas ni de izquierdas. Antes decía que era anarquista-comunista. Los de Podemos son de lo mejor, y tienen la llave para apaciguar Cataluña: luchar por el mismo trato fiscal que tiene Euskadi. Pero dudo que puedan conseguirlo. Tienen una espada detrás; muchos funcionarios siguen siendo nietos, sobrinos del franquismo.

P. ¿Qué tipo de catalán es usted?

R. De seny i rauxa [sentido común y arrebato]. De un país maravilloso donde se trabaja. Nací catalán. Entiendo que es normal que busquemos liberarnos de incomprensiones y controles…

P. ¿Por qué cree que sus hijos mayores lo traicionaron?

R. Por ignorancia. Me dolió que no entendieran que me necesitaban para sobrevivir… Pero para un padre todo está olvidado. Mis hijos cogieron una parte de la empresa de peluquería más importante de España y la perdieron. Me dio pena. Hace un mes hablé con mi hija Esther aquí [señala el sofá], y después con mi hijo Adán. Y les dije que el problema para recuperar el contacto era de ellos. A mí no me gusta estar enfadado con nadie. Ya les había perdonado… Los abogados les hicieron ver mal las cosas.

P. ¿Está conectado con la actualidad?

R. Sí, por supuesto.

P. ¿Y sigue a las actrices del momento?

R. Me gusta Emma Suárez, es una mujer inteligente, he visto su evolución. O Juliette Binoche, son humanas, y no van de sexis, como a mí me gusta.

P. Cuando estuvo enfermo hace un año, ¿tuvo miedo a morir?

R. No, no le tengo miedo a la muerte, forma parte de la vida. No creo en el más allá, aunque el propio acto creativo te lleva al misterio. No me muevo de la realidad, porque si no te la pegas. A mí lo que me ayuda más es este pensamiento: “Lo que sea, será…”. La vida es maravillosa. ¡Lo es! He vivido con plenitud. Le temo al frío porque me cuido para vivir más años.

P. ¿No añora cortar el pelo?

R. No, la vida hay que disfrutarla en todas las épocas.

P. ¿Quién es hoy la mujer mejor peinada?

R. No existe. Ahora las jóvenes llevan melenas con raya en medio. Hay poca personalidad, todas se peinan igual. La mejor peinada es una rapada con un mechón, es lo que hoy haría.

P. ¿Qué banda sonora le pondría a su vida?

R. La vida es bella.

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