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Gilles Clément: “El campo se ha vuelto peligroso, lo que plantamos está lleno de venenos”

Anatxu Zabalbeascoa

Este paisajista, agrónomo y ensayista francés —este filósofo de la naturaleza— inició hace décadas una batalla contra el uso de pesticidas y el despilfarro del agua en jardines. Defiende que solo la convivencia respetuosa con las plantas salvará el planeta y a nosotros, que somos solo una especie más. Se negó a aceptar encargos del presidente Sarkozy, no entiende del todo el valor real del dinero y trata de enseñar el mundo vegetal de manera inteligente. Con más como él, la Tierra correría mejor suerte.

Las fotos de la entrevista muestran al paisajista Gilles Clément en su casa de París.
Las fotos de la entrevista muestran al paisajista Gilles Clément en su casa de París.Julie Glassberg.

En la Escuela de Paisajismo de Versalles, Gilles Clément —77 años— enseña lo que no se tiene que hacer. Aunque él prefiere definirse como jardinero —porque trabaja siempre con seres vivos y un paisajista puede utilizar materiales como el hormigón—, es además un ensayista ampliamente traducido y un ingeniero hortícola. Autor del jardín del Museo del Quai Branly, ha ideado vergeles en Suiza, Chile, París o Lille con una característica en común: el bajo mantenimiento y la mezcla hortícola que salva de la desaparición a montones de especies. Escribió Manifiesto del tercer paisaje —el que se pierde en los descampados y, sin embargo, salva vegetación en vías de extinción— y acuñó los términos “jardín en movimiento” —el que siembran las aves— y “jardín de la resistencia” —el que apenas precisa cuidados—. Una breve historia del jardín (como todos, publicado por Gustavo Gili) es su título más autobiográfico, y en el que revela cómo aprendió caminando por el mundo. En Camerún, buscando mariposas, descubrió una no catalogada que hoy lleva su nombre: Buneopsis clementi. Además del jardín que sembró para experimentar donde nació, en Argenton-sur-Creuse, a 300 kilómetros de París, Clément tiene un estudio en una antigua carpintería del barrio parisiense de Saint-Antoine. Él mismo la reformó con tragaluces para que el sol llegara a las plantas. Explica, en el excelente castellano que aprendió en Latinoamérica, que para cuidar de ellas debe subirse al piano.

Tuvo que desaprender lo aprendido porque le habían “enseñado a matar”.

Matar en lugar de cuidar. En los primeros cursos te enseñaban a reconocer las plantas. Luego, solo cómo obtener un alto rendimiento cultivando cada una. Para rentabilizar los cultivos hay que conservar una especie y matar al resto. Eso es hoy la agricultura. El único objetivo es el dinero. Eso son hoy los estudios.

Pero usted es profesor en la Escuela de Versalles…

Y trato de enseñar otra historia. Si te fijas, los jardineros van protegidos como militares y se dedican a matar para que quede bonito. El campo se ha vuelto peligroso, lo que plantamos está lleno de venenos. Es una fantasía pensar que ese veneno no nos va a afectar.

Siendo usted niño se envenenó con pesticida.

Estuve en coma tres días por los vapores de polvo para matar pulgones en rosas trepadoras.

¿Qué hacía trabajando?

Ocuparme del jardín. Mis padres no tenían tiempo.

¿A qué se dedicaban?

Yo tenía siete años cuando a mi padre le encargaron la gestión de un negocio vitícola en Argelia. Pasamos siete años en Orán. Él compraba vino y lo vendía en París para mezclarlo con uno francés de peor calidad. El argelino tenía más alcohol y eso hacía que se conservara mejor.

¿Qué recuerda de esa época?

Desde el barco vi por primera vez en mi vida un paisaje de color paja. No había nada verde. Era el final del verano. Pensé: “¿Cómo podremos vivir en un país donde no hay verde?”. Estaba tan acostumbrado a los bosques… Luego aprendí que el verde llega, en invierno, tras las lluvias.

¿Qué aprendió en África?

Lo principal, que había dos poblaciones humanas diferentes: los árabes y nosotros. Me di cuenta de que no teníamos contacto suficiente para aprender unos de otros. Mis padres y sus amigos hablaban de ellos como si fueran humanos de segunda categoría. Pero yo no lo pensaba. Caminando hasta la escuela me encontraba con mucha gente árabe. Y siempre me ayudaban. Yo era un niño, y la comunidad protege a los niños. Eso hacía que no pudiera entender lo que oía en casa.

¿Cuestionó a sus padres?

No. Me daba miedo no pensar como ellos. Y tratar de convencerlos era demasiado difícil. Era cuestionar su vida. Además, mi hermano pensaba como ellos.

¿Eran muy rígidos?

Mentalmente. Era el mundo de la burguesía provinciana.

Pero con la suficiente apertura mental para irse a Argelia.

Dentro de un grupo y para ganar dinero. No viajaron para conocer. En fin, eso hizo que yo pasara muchos años siendo un mudo en mi casa. Bueno…, he cambiado.

¿A qué se dedica su hermano?

Trabaja en el negocio de la gasolina internacional. Habitamos dos mundos completamente diferentes. Tal vez gracias a eso empecé a pensar en cómo vivir de manera autónoma. Quería pensar con mi cabeza.

Lo que hizo de niño —pensar por sí mismo— lo repitió de adulto, cuestionando lo aprendido en la universidad, cuando decidió erradicar los pesticidas de sus jardines.

Empecé guiándome por lo que me habían dicho los profesores. Utilizaba los venenos. No sabía cómo hacerlo de otra manera.

¿Cómo lo averiguó?

En 1977 me compré un terreno para trabajar sin pesticidas. Llevaba abandonado 15 años y era un zarzal, pero decidí proteger lo que había. No todo, porque no hubiera podido ni entrar. Hoy hay orugas y mariposas que viven en las zarzamoras. Las moras son buenas, y la zarza, una defensa contra algunos animales para los árboles más jóvenes. Tienen su papel. Por eso decidí que trataría de mantener la diversidad.

¿Cómo lo enseña?

Instruyendo tanto en la no acción como en la acción, y en la indecisión tanto como en la decisión para considerar un contrapunto al orden establecido. Es difícil cambiar el modelo cultural. La mayoría de la gente no piensa en la maleza como en algo con un papel útil en el ecosistema. Yo enseño a utilizar el mundo vegetal de una manera inteligente. No lo inventé, lo aprendí viajando.

¿Buscaba conocer o conocerse?

Pienso que va junto. Quizás he viajado demasiado teniendo en cuenta el papel nocivo para el mundo que hoy sabemos que tienen los vuelos en el medio ambiente. Pero nunca viajé como turista.

Julie Glassberg

¿Cómo viajaba?

Muy lentamente. Caminando mucho y para aprender de la flora local en lugares como Chile, América Central, África del Sur o el sur de Australia, que tienen un clima mediterráneo.

A pesar de defender el movimiento, arraigó. ¿Tiene hijos?

Una hija que es grafista y vive en París con su compañero.

¿Todavía monta en moto?

Sí, la tengo en un garaje aquí, en París.

A alguien como usted una lo imaginaría más montando en bicicleta.

Claro. Sería mejor. También tengo. Es la de mi mujer, que murió hace un año.

Vaya.

También era jardinera. Pero trabajaba con colectivos y asociaciones locales. También tengo carro. Y eso es aún más contradictorio.

¿Dónde aprendió castellano?

En Nicaragua. Estuve dos años trabajando como asesor técnico del Liceo Agrícola.

Es el rey de las malas hierbas.

Las protejo todas. Las buenas y las malas, pero jamás utilizo la palabra mala hierba. Cada una tiene su papel.

Lo protege todo. ¿No le molestan los mosquitos?

Sí. Creo que es el único insecto al que mato. Aun así, busco alternativas para evitarlos: los murciélagos se los comen. Son insecticidas naturales. Hay que proteger a todos los animales porque entre todos regulan la naturaleza y mantienen el equilibrio.

Su “tercer paisaje” es más ético que estético.

Es ético y estético. Son lugares sin función: márgenes en las carreteras, por ejemplo. Pero son el refugio de la diversidad. La convivencia libre de muchas especies exige una cultura más humanizada. Estamos acostumbrados a admirar el orden en un jardín y eso es una imposición. La belleza de un jardín en movimiento es la libertad de las plantas. Es como cuando vas a un bosque, buscas más una verdad que un orden. Los restos que llamo “tercer paisaje” son bastiones porque entre lo desheredado se conserva la diversidad de la naturaleza.

¿Ocurre lo mismo en la sociedad?

¿Humana? Sí. No lo había pensado, pero sí: la supervivencia lo iguala todo.

¿No hay naturaleza virgen?

Existe en los sueños. Cuando se habla de los amerindios se sabe que la selva que parece natural y salvaje en realidad no lo es. Hay plantas tratadas. Ellos no remueven la tierra, que es muy inteligente.

¿Por qué?

Porque en climas tropicales la lluvia cae con fuerza y el agua sube con la evaporación del calor del sol y robaría los minerales. El suelo se solidifica y esa capa dura mantiene los minerales, mantiene la vida.

¿No se tendría que remover la tierra? ¡Lo hacemos todos al cuidar un jardín!

Es una estupidez. Pero 10 o 15 centímetros no es nada. Las máquinas que profundizan más son las que dañan el ecosistema.

¿El paisajismo es un arte? ¿Una ética? ¿Una industria?

No debería ser una industria, aunque muchos jardines se mantienen con máquinas que soplan sobre el césped para recoger las hojas y secan el sustrato matando la vida.

¿Sería mejor dejar las hojas?

Son un abono natural.

¿Y si nos resbalamos? Usted tiene 77 años…

Las quitamos de los caminos y aprendemos a caminar con cuidado.

¿Está a favor de los bonsáis?

A favor en China o Japón, porque allí quienes los cuidan conocen el sentido de los cuidados. Para ellos corresponden a una cosmogonía, una manera de ver el mundo que sitúa a los espíritus en lo alto de los montes y a los hombres en el pie. Es una cultura. Pero son paisajes importados. Cuando nosotros hacemos un bonsái lo convertimos en un objeto, en decoración. Ver un bonsái en una casa europea no me interesa mucho.

Tampoco le interesará ver césped.

Noooo.

Pero, si no cortas la hierba, se seca.

¿Qué tiene en contra de la hierba seca? En Japón siembran una que amarillea en invierno y contrasta con el verde de los árboles. Lo mejor de la naturaleza es cuando todo —lo biológico, lo estético y lo simbólico— adquiere sentido. En California no soportan los cambios de color que producen las estaciones. Hay empresas que pintan de verde el césped. Luego se van a ver el cambio de color de las hojas a Nueva Inglaterra. Estamos locos.

El mercado de las flores también es dañino para la diversidad.

Ha reducido drásticamente las especies para que vivan las más resistentes.

¿Usted nunca compra flores?

No. A veces cojo alguna del jardín para meterla en casa, pero nada más.

¿A su mujer no le compraba?

Muy pocas veces.

¿La fruta la compra por el aspecto?

No. Tengo un manzano. La que está picada suele ser la mejor manzana.

Cuando va a comprar, ¿coge también la picada?

Las pequeñas suelen ser las que tienen más sabor. Muchos agricultores utilizan 20 o 30 veces al año productos para hacer crecer desmesuradamente las frutas.

Julie Glassberg

Ha criticado el poder reductor de la Política Agraria Común (PAC).

La utilización industrial del suelo en cultivos y animales ha destruido paisajes y ha limitado y empobrecido los cultivos. Hay pocas especies de plantas y crecen de manera industrial. Es estúpido y peligroso. Lo bueno es que la resistencia contra la industrialización total del planeta cada vez es mayor. Cada vez hay más demanda ciudadana de productos sin pesticidas. Eso da miedo al poder.

¿Por qué lo bío es tan caro?

Menos pesticida significa más mano de obra. Y también más empleo, pero menos rédito para los propietarios. Hemos cambiado de modelo de deseo. Antes gastábamos el dinero en lo que comíamos y pagábamos porque era sano. Ahora pagamos para que sea… ¿bonito? Pagamos mucho menos por la comida ahora que hace una década. Hay tantas comidas baratas que la buena parece cara. No lo es. Es el precio real para que esté bien cuidada.

¿El aspecto y el dinero definen nuestra sociedad?

La sociedad es superficial y el dinero es horrible.

¿Nunca le ha faltado?

No. No sé cómo utilizarlo. Tengo una casa y un jardín, lo que me sobra lo doy a mis amigos que lo necesitan.

Tendrá muchos amigos.

Algunos vienen a vivir aquí.

Acuñó también el término “jardín de resistencia”.

Les muestro a los estudiantes un solar y les pido que describan qué podríamos hacer teniendo en cuenta lo inamovible: la naturaleza del terreno, el clima, los vecinos… Les pido que hagan una lista de los seres vivos que podrían vivir ahí sin ayuda. Si haces eso, el mantenimiento no supone un gasto. Ni el uso de agua se dispara. Es, por tanto, un jardín sostenible.

¿Un jardín puede ser político?

Puede enseñar otra forma de tratar la naturaleza. Puede defender un espacio vecinal…

En 2007 abandonó los encargos del Estado francés.

Sabíamos quién era Sarkozy. Conocíamos su manera de pensar capitalista y ultraliberal por su trabajo en el Ministerio de Hacienda. Nos planteamos si hacer jardines para alguien con esos ideales no era maquillar sus acciones.

¿El jardín de la resistencia qué busca resistir?

Todo. El jardinero utiliza lo que cree que va a durar. Incluso plantas prohibidas como las ortigas. El puré de ortigas es un insecticida perfecto. Se puede fabricar en casa para luchar contra los insectos y los depredadores reforzando la fortaleza de la propia planta.

¿Por qué está prohibido?

Porque es gratuito. El argumento es que es peligroso. Lo peligroso son los pesticidas. Por eso, cuando hice mi jardín de resistencia, decidí desobedecer y hacer puré de ortigas como insecticida natural.

¿Qué más está prohibido y serviría al mundo?

Un montón de cosas: hay una manera arcaica de cultivar el maíz mezclándolo con frijoles y plantas de la familia del calabacín. Se plantan en zigzag. Los tres cultivos se ayudan y no necesitan pesticidas.

¿Cómo lo averiguó?

En México, Nicaragua y Guatemala. Lo había visto en una película de la directora francesa Marie-Monique Robin.

Los jardineros lo saben: nada permanece, todo cambia. ¿Por qué nos cuesta tanto aceptarlo?

Todo tendría más sentido si entendiéramos que la única constante en la vida es el cambio. Esa es la enseñanza de la naturaleza: la visión fija de la permanencia es contraria a la vida. No sé cómo se puede defender algo así. En la naturaleza no existe. Pero obtener autonomía de espíritu es difícil. Hay mucha gente que obedece a la ley del dinero y no busca otras posibilidades. Pero las hay.

¿Cómo descubrió que le gustaba escribir?

Era tímido. No hablaba con nadie, pero escribí un poema.

¿Se lo leyó a su madre?

¡Sí! Y le gustó. Luego seguí escribiendo y cuando me convertí en profesor necesité organizar mis ideas.

Ha escrito incluso una novela distópica.

Sobre las nubes que contienen venenos que los humanos hemos utilizado, se evaporan y caen sobre nosotros.

¿Cómo se le ocurrió?

La primera vez que trataron de hacer llegar un producto dañino a las nubes fue durante la II Guerra Mundial para que lloviera más. Es lo que hizo Lamarck, que es el verdadero inventor de la teoría de la evolución.

¿No Darwin?

Jean-Baptiste Lamarck escribió 50 años antes. Y habló del transformismo: durante la vida de un ser humano, animal o planta, si se da una crisis o una lucha, se transforma y pasa ese mensaje, en forma de transformación genética, a sus hijos. Poca gente lo sabe porque el darwinismo es perfecto para el modelo económico. El que es un conquistador más fuerte que los demás, pasa. El que no…, nos quedamos sin saber qué sucede con él. La naturaleza es una gran desconocida. Pensábamos que estábamos destrozándola, pero ella nos va a destrozar a nosotros. En el momento en que empezamos a conocerla, inmediatamente la protegemos. Lo más importante hoy es que los jóvenes aprendan lo que es la naturaleza para que sepan dónde vivimos de verdad, no en un mundo virtual.

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